He traducido, y soy por lo tanto responsable de los desaguisados que haya en la traducción, un artículo de Orhan Pamuk, Premio
Nobel de Literatura en 2006, dedicado a Cavafis y publicado en inglés en el suplemento literario de The New York Times el
19 de diciembre de 2013, que puede servir como colofón a este año de conmemoración en el que hemos celebrado el sesquincentenario (150 años) del nacimiento del poeta alejandrino.
Otros países, otras costas
(Orhan Pamuk)
Amamos a los poetas por las cosas que sus poemas nos hacen imaginar;
pero igualmente, los amamos por cómo imaginamos que son sus vidas. Confundir
las vidas de los poetas con su obra es una ilusión tan vieja como la costumbre
de confundir las palabras con las cosas. Pero de hecho es por obra de esa
ilusión por lo que sentimos una imperiosa necesidad de poesía, de novelas, de
literatura. Hay algunos poetas cuya obra leemos teniendo en mente sus vidas, y
lo que sabemos de esas vidas confirma que su poesía nos deja una impresión
más duradera. C.P. Cavafis es, para mí, uno de esos poetas. Como Edgar Allan Poe,
como Franz Kafka, Cavafis no hace una referencia explícita a sí mismo en su
obra mejor y más conmovedora; y aun así, a cada poema suyo que leemos, no podemos
evitar pensar en él.
Lo imagino como una anciano que pasea por las calles familiares de una
vieja ciudad. Lo imagino como un amante de los libros que vive dentro de una
comunidad minoritaria dentro de otra. Lo imagino como un solitario, un
provinciano que es consciente de su provincianismo, y que convierte ese
conocimiento en una suerte de sabiduría.
Cavafis nació en Alejandría, Egipto, en 1863, en el seno de una
familia griega de prósperos mercaderes de paños y textiles. (La palabra kavaf,
ya olvidada incluso por los propios turcos, significa en turco otomano "zapatero
remendón"). Los Cavafis eran originarios del barrio del Fener de Estambul, donde
vivían las familias griegas adineradas y políticamente influyentes de la ciudad. Más
tarde se trasladaron a Samatya, un barrio de pescadores, y finalmente emigraron
a Alejandría, donde vivieron como miembros de la minoría cristiana ortodoxa
dentro de la mayoría musulmana. Al principio, la marcha de sus negocios en
Alejandría resultó próspera, y vivieron en una gran mansión atendida por
niñeras inglesas, cocineros y criados. En la década de 1870, tras la muerte del
padre de Cavafis, se trasladaron a Inglaterra, pero finalmente regresaron a
Alejandría como consecuencia del colapso de los negocios de la familia. Después
de los levantamientos nacionalistas árabes de 1882, abandonaron de
nuevo Alejandría, rumbo esta vez a Estambul, y fue en esta ciudad donde pasó
los tres años siguientes, donde Cavafis escribió sus primeros poemas
significativos y sintió los primeras pulsiones del deseo homoerótico. En 1885
la familia, ahora empobrecida, regresó a Alejandría una vez más, a la verdadera
ciudad que él quiso dejar atrás.
El regreso: Es la parte más triste. Es esta la fuente de la pesadumbre
que impregna su inolvidable poema “La ciudad”, que yo he leído una y otra vez
en turco y en traducción inglesa. No hay otra ciudad a la que ir:
la ciudad que nos conforma es la única que llevamos dentro. La
lectura de “La Ciudad” de Cavafis ha cambiado mi punto de vista sobre mi propia
Estambul.
Para aquellos que llevan una vida provinciana, la vida y la felicidad
están siempre por descubrir en otra parte, en otra ciudad, en otro país. Pero
para nosotros provincianos, ese otro lugar está constantemente lejos de nuestro
alcance. La sabiduría de Cavafis reside en la dignidad y sensibilidad
introspectiva con la que se aproxima a esta triste verdad. Y finalmente, con la
misma limitación lingüística y simplicidad filológica, concluye revelándonos
que hemos desperdiciado nuestras vidas en esa ciudad. Acabamos dándonos cuenta
de que todos hemos malgastado nuestras vidas, y el problema reside no en ser
provinciano, sino en la verdadera naturaleza de la propia vida. Los grandes
poetas pueden contarnos sus propias historias sin decir una sola vez “yo”, y al
hacer eso, prestan su voz a toda la humanidad.
Kierekegaard dijo una vez que la persona infeliz vive o en el pasado o
en el futuro. Hay muchos ancianos en los poemas de Cavafis; la desconfianza en
el futuro es, para él, otro tipo de sabiduría. Por eso él forja para sí mismo
un nuevo pasado, basado en libros, historia y mitología griegos. Algunos de sus
poemas narrativos que basó en mitos de la antigua Grecia son tan conmovedores y
poderosos que su lectura resulta como la de una novela particularmente
extraordinaria.
Estuve en Alejandría un año antes de los sucesos ahora conocidos como
el brote de la primavera árabe. Fui a visitar la casa de Cavafis, que ha
sido convertida en museo. La casa auténtica de su familia fue destruida por
los cañones británicos. Se ha utilizado una casa distinta para el museo. Era
viernes. Todo el mundo estaba en la mezquita rezando. Las calles estaban
vacías. Las únicas personas que había en el museo eran turistas. Las tiendas
cerradas, un puñado de viejos pinos, los edificios decadentes, las callejuelas
estrechas, las plazoletas, todo me ayudaba a comprender que las versiones del
Estambul de mi infancia aún sobrevivían en ciudades de la cuenca del
Mediterráneo. Amo la poesía de Cavafis no precisamente como reflejo de su vida
ejemplar, sino también por el paisaje que pinta, por sus edificios que se
desmoronan, y porque me identifico inmediatamente con la textura de la vida
mediterránea.
De vez en cuando releo algunos poemas de Cavafis, todo lo que cabe
cómodamente en un libro de bolsillo. Un viejo amigo publicó una vez una
selección en turco, trabajando sobre las traducciones de Edmund Keeley, y tomó
el título del poema “Esperando a los bárbaros”. Durante muchos años después,
donde quiera que nos encontráramos, nos saludábamos con la misma broma: “¿Cómo
estás?” “Ah, ya sabes –esperando a los bárbaros”. Lo que queríamos decir era
que –desde un punto de vista político- estábamos, como de costumbre, esperando
días aún más negros por delante. Esos días más negros han llegado realmente, y
tras los levantamientos nacionalistas en Egipto, la minoría griega de
Alejandría abandonó la ciudad definitivamente. Pero el giro final de este poema
brillante, narrativo sugiere un desenlace diferente por completo. Cavafis no
deja nunca de sorprender y conmover a sus lectores.
“La Ciudad “ de C.P. Cavafis
(Traducción directa del griego de Pedro Bádenas de la Peña)
(Vista de Alejandría, Egipto)
Dijiste:"Iré a
otra tierra, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de
haber mejor que esta.
Cada esfuerzo mío es
una condena dictada;
y mi corazón está
-como un muerto- enterrado.
¿Hasta cuándo seguirá
mi alma en este marasmo?
Adonde vuelva mis
ojos, adonde quiera que mire
veo aquí las ruinas
negras de mi vida,
donde pasé tantos
años que arruiné y perdí".
No hallarás nuevas
tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá.
Vagarás por las
mismas calles.
Y en los mismos
barrios te harás viejo;
y entre las mismas
paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a
esta ciudad. Para otra tierra -no lo esperes-
no tienes barco, no
hay camino.
Como arruinaste aquí
tu vida,
en este pequeño
rincón,
así en toda la tierra
la echaste a perder.
Y aquí está el poema en su versión original griega, tal como salió de la pluma del poeta:
Escuchemos "La polis" recitado en su griego original con imágenes de la película "Cavafis" (1996) de Yannis Smaragdis, sobre la vida del poeta, y música de su banda sonora a cargo de Vangelis.
El gran compositor griego Miquis Teodoraquis puso
música al poema La ciudad de Cavafis.
Canta Vasilis Yisdaquis acompañado al piano por Todoros Cotepanos.
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