El centauro –ese ser híbrido, caballo mitad hombre o, según se mire, hombre mitad caballo- llamado Neso intentó violar a Deyanira, la esposa de Hércules, por lo que el héroe le dio la muerte de un certero flechazo. Pero Neso, antes de morir, le regaló a Deyanira una túnica envenenada con su propia sangre que le serviría, llegado el caso, según le mintió, “para recuperar el amor del héroe si alguna vez lo perdía”.
Cuando Hércules se enamoró de otra mujer, la jovencita Yole, Deyanira, que ya no era precisamente joven y que no se resignaba a la costumbre de su marido de tomar amantes, decidió utilizar el supuesto talismán
amoroso de Neso como remedio para conservar el perdido afecto de su esposo, y recurrió a la túnica que había guardado celosamente. Nada más vestirla, Hércules fue abatido por unos dolores tan terribles que le hicieron enloquecer y desear su propia muerte para dejar de sufrir. La túnica de Neso se adhería a su piel de forma que no podía desprenderse de ella sin arrancarse su propia carne.
Según la versión más extendida, subió al monte Eta y en su cumbre preparó una gran pira u hoguera fúnebre sobre la que se encaramó. Terminados los preparativos, ordenó a sus criados que le prendiesen fuego. Sólo el piadoso Filoctetes obedeció y ayudó al héroe a morir, en premio de lo cual recibió el regalo de su arco y sus flechas. Cuando la hoguera ya ardía, resonó un trueno, señal inequívoca del cielo, y el héroe fue arrebatado, produciéndose su milagrosa ascensión a los cielos.
El héroe había sido salvado de las llamas por Júpiter, que le subió al Olimpo y le concedió la apoteosis, es decir, estar junto a los dioses y gozar por lo tanto con ellos de la inmortalidad. No en vano Hércules era su hijo bienamado, el hijo de un dios y no de un dios cualquiera, sino del rey de los dioses y padre de los hombres, del dios supremo, y había sido concebido de una mujer, Alcmena. Nos encontramos ante una religión politeísta como era la grecorromana en vías de convertirse en una religión monoteísta, dado que uno de sus muchos dioses es jerárquicamente superior a todos los demás, y está abocado a convertirse en Alá, Yahvé o Dios mismo.
Dicen que Deyanira, cuando vio lo que había hecho, se suicidó ahorcándose, o clavándose una espada en el propio lecho conyugal según otra versión. En lugar de recuperar el amor de Hércules, lo había perdido definitivamente, dando sin querer muerte al héroe con la túnica envenenada de Neso, una muerte que lo haría, paradójicamente, inmortal.
Según otra versión, torturado por la túnica impregnada de la sangre del centauro, el héroe se habría inflamado al exponerse a los rayos del sol, arrojándose enseguida a las aguas de un arroyo para apagar el fuego que lo consumía, donde habría perecido ahogado. Las aguas del riachuelo conservarían su calor, dando origen a las corrientes termales de las Termópilas en Grecia, escenario de la célebre batalla entre los trescientos espartanos y los innumerables persas del ejército de Jerjes.
En ambas versiones de la leyenda de la muerte de Hércules interviene el fuego como elemento fundamental. El héroe se despoja gracias al fuego del cuerpo mortal que había heredado de su madre Alcmena, tal como Tetis había intentado purificar a Aquiles quemando la parte mortal del héroe que le venía en su caso de su padre Peleo.
El fuego está considerado como un elemento purificador, que destruye aquello que nos destruye, es decir, nuestro cuerpo enfermo, viejo y abocado a la muerte. De alguna manera, la leyenda de la muerte de Hércules puede relacionarse con la muerte y resurrección del ave Fénix, que renacía de sus cenizas, y viene a justificar en el imaginario colectivo la ceremonia de la cremación o incineración en lugar de la del enterramiento.
En los tiempos más antiguos de Roma, era la incineración la práctica funeraria más usual, recogiéndose las cenizas de los fallecidos en urnas funerarias en forma de campana. En el siglo V a. de C, no obstante, se impuso el enterramiento o inhumación como la forma más utilizada de ritual fúnebre. A finales de la república y comienzos del imperio, sin embargo, volvía a practicarse otra vez la incineración, como en los tiempos más antiguos, aunque conviviendo con la inhumación. De hecho parece que las clases más acomodadas preferían la incineración al enterramiento. A comienzos del siglo II de la era cristiana, sin embargo, volverá a imponerse el enterramiento como consecuencia del cristianismo, cada vez más extendido por todo el imperio romano, dado que esta religión mantenía la creencia de la resurrección del cuerpo para lo que era necesario mantener su integridad no reduciéndolo a cenizas.
En los tiempos más antiguos de Roma, era la incineración la práctica funeraria más usual, recogiéndose las cenizas de los fallecidos en urnas funerarias en forma de campana. En el siglo V a. de C, no obstante, se impuso el enterramiento o inhumación como la forma más utilizada de ritual fúnebre. A finales de la república y comienzos del imperio, sin embargo, volvía a practicarse otra vez la incineración, como en los tiempos más antiguos, aunque conviviendo con la inhumación. De hecho parece que las clases más acomodadas preferían la incineración al enterramiento. A comienzos del siglo II de la era cristiana, sin embargo, volverá a imponerse el enterramiento como consecuencia del cristianismo, cada vez más extendido por todo el imperio romano, dado que esta religión mantenía la creencia de la resurrección del cuerpo para lo que era necesario mantener su integridad no reduciéndolo a cenizas.
Según la filosofía estoica, la deflagración o ecpirosis -la raíz pyr significa "fuego" en griego, como vemos en pirómano, pirotécnico o antipirético- se produce al final de cada año
cósmico y es una catástrofe que señala el fin de un ciclo vital y el
comiendo de otro, en una especie de eterno retorno nietzscheano. No es, sin embargo, una catástrofe definitiva, sino necesaria para el renacimiento: un fin que se convierte en un principio, como el de la legendaria ave Fénix que renace de sus cenizas.
Así pintó el maestro Zurbarán la muerte y apoteosis de Hércules en 1634 abrasado por la blanca túnica de Neso.
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