lunes, 25 de marzo de 2019

Lo que le dijo el lobo al perro


"Damoclés" Thomas Couture (1867)


El autor de este melancólico lienzo lo firmó con sus iniciales (T . C.) y lo tituló "Damoclés". Escribió en la parte superior derecha en latín: POTIOR MIHI PERICVLOSA LIBERTAS / QVAM SECVRA ET AVREA SERVITVS. “Mejor para mí una peligrosa libertad que una servidumbre segura y dorada”. Sin esta divisa latina, inspirada seguramente en el final del discurso del cónsul Lépido de las "Historias" de Salustio (potior mihi uisa est periculosa libertas quieto servitio, "mejor me pareció una peligrosa libertad que una tranquila servidumbre") sería muy difícil interpretar el cuadro. Un cuadro que se titula "Damoclés" y en el que precisamente la espada que se asocia a este nombre propio brilla por su ausencia.

No hay, en efecto, ninguna espada colgada del techo a la vista: sólo riquezas y símbolos de poder y dinero. El personaje, sin embargo, está transido de melancolía. Investido con una corona apolínea de laurel, sentado sobre cómodos cojines, colocados los pies sobre un pedestal, no lejos de sus manos una lira laureada y fruta, rodeado en definitiva de todo lo que se cree que podría hacernos la vida más agradable, está triste sin embargo. Su rostro está ensombrecido. ¿Por qué? No lo sabemos, pero su mano y su pie derechos están atados por los grilletes de unas pesadas cadenas a una argolla de la pared. Ahí radica el interés y la enseñanza moral de este atrabiliario prisionero, de este Damoclés que tiene todo lo que deseaba salvo quizá lo más valioso: la "periculosa libertas", una libertad no exenta de riesgos. 

El simbolismo del cuadro es muy rico. Lo más destacable acaso son las cadenas, que nos llevan a pensar en la imagen de un perro doméstico, bien alimentado, lustroso y protegido de las inclemencias de la intemperie, pero que carece de algo que es la libertad -su falta está representada aquí por la presencia de las cadenas- y eso lo sume en la "atra bilis" de la melancolía, lo que nos recuerda a una preciosa fábula de Fedro (III, 7): la del perro y el lobo.

 Canis et lupus, Hieronymus Osius (1574)

En seguida diré lo dulce que es la libertad.
Con chucho bien cebado un lobo famélico
por caso se encontró. Tras saludar los dos,
cuando se pararon: -¿De dónde luces,dime, así?
y ¿de qué sustento has hecho tanto corpachón?
Me muero de hambre, siendo más robusto yo.
El perro, franco: -La misma tienes ocasión
si igual servicio a mi amo puedes dispensar.
-¿Cual? -Dijo el lobo. –De su puerta ser guardián,
y cuidar de noche de ladrones su mansión.
Además me traen pan, de su mesa el amo a mí
me da los huesos; me echan sobras los demás
y la pitanza que desprecia cada cual.
Sin gran trabajo la panza se me llena así.
-Dispuesto estoy: soporto ahora nieves mil
y lluvias, llevando en el bosque una vida atroz;
¡cuánto más fácil bajo techo me es vivir
y saciarme ocioso de abundante colación!
-Ven, pues, conmigo. -Mientras van, el lobo ve
la piel pelada del cuello al perro de un collar.
-¿Qué es eso, amigo? -Nada. –Dime, por favor.
-Como parezco fiero, me atan de día, a fin
de que duerma al alba y vigile yo al anochecer:
suelto por la tarde, a donde me parece voy.
-¿Y, si quieres ir a algún lugar, te dejan ir?
-No puedo. -Dijo. –Goza de eso que alabas, can.
No quiero reino yo si no tengo libertad.

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