martes, 29 de octubre de 2019

Elegía de Propercio a Cupido

Bajo las flechas de Cupido: ¿Quién iba a pensarlo? En el momento en que el amor debería hacerlos felices, tortura a aquellos que alcanza, hiriéndolos con su flechazo mortal. 

Propercio, el poeta, nos describe en esta elegía (II.12), compuesta por dísticos de hexámetro y pentámetro dactílicos, los tormentos que experimenta el enamorado al declararse vencido por su enemigo más cruel, que resulta que es ¡el amor! 

La representación de Cupido con la forma de un niño alado abastecido de flechas es una alegoría, es decir, un conjunto de símbolos que añaden y combinan sus significados, conformando una metáfora compleja. 

En cuanto a las representaciones pictóricas de Bouguereau que hemos puesto para ilustrar estos versos sobre Cupido, cabe resaltar su ambigüedad sexual: lo mismo podría tratarse de un niño que de una niña, pero no faltan los atributos presentes en Propercio: las alas y el arco y las flechas. 

 
 Cupido, William-Adolphe Bouguereau (1891)

quicumque ille fuit, puerum qui pinxit Amorem, 
nonne putas miras     hunc habuisse manus? 
is primum uidit sine sensu uiuere amantis, 
et leuibus curis     magna perire bona. 
(5) idem non frustra uentosas addidit alas, 
fecit et humano      corde uolare deum: 
scilicet alterna quoniam iactamur in unda, 
nostraque non ullis     permanet aura locis. 

El que pintó, quienquiera que fuera, a Amor como niño, 
 tuvo unas manos, ¿no     crees?, que son de admirar. 
Vio él lo primero que viven los enamorados sin seso, 
y que por frívolo afán     se echa un gran bien a perder. 
 (5) No sin razón le añadió el pintor unas alas de viento, 
 e hizo al dios revolar      en humanal corazón; 
por lo que somos lanzados así al vaivén de las olas, 
y nuestra brisa en ningún      sitio se deja posar.

 et merito hamatis manus est armata sagittis, 
(10) et pharetra ex umero     Cnosia utroque iacet: 
 ante ferit quoniam, tuti quam cernimus hostem, 
nec quisquam ex illo     uulnere sanus abit. 
 in me tela manent, manet et puerilis imago: 
sed certe pennas     perdidit ille suas; 
(15) euolat heu nostro quoniam de pectore nusquam, 
assiduusque meo     sanguine bella gerit. 
Amor al acehco, William-Adolphe Bouguereau (1890)

y con razón su mano se armó de flechas punzantes, 
(10) y un cretense carcaj     suele de su hombro colgar. 
Ya que antes hiere que, salvos, veamos a nuestro enemigo, 
y de su herida jamás     nadie sin daño se va. 
 Siguen sus dardos en mí y su imagen sigue de niño: 
 pero a decir verdad     él su plumaje perdió; 
 (15) puesto que ya, ay, no se echa jamás a volar de mi pecho, 
y hace en mi sangre mil     guerras con terco tesón. 

quid tibi iucundum est siccis habitare medullis? 
si pudor est, alio     traice tela una(*)! 
intactos isto satius temptare ueneno: 
(20) non ego, sed tenuis     uapulat umbra mea. 
 quam si perdideris, quis erit qui talia cantet, 
(haec mea Musa leuis     gloria magna tua est), 
qui caput et digitos et lumina nigra puellae, 
 et canat ut soleant     molliter ire pedes? 

 ¿Cómo te puede agradar habitar en resecas entrañas? 
¡Lanza a otro lugar      dardos, si tienes pudor! 
Más vale herir a los no enamorados con ese veneno:
 (20) yo azotado no soy,      sino mi sombra sutil. 
 ¿Quién, si la pierdes, habrá que celebre tales encantos,
 (esta mi Musa que es      leve, tu gran gloria es), 
que el rostro y dedos y negros los ojos de Cintia, mi niña,
cante y cómo sus pies     suelen con gracia marchar? 



(*) si pudor est, alio traice tela una! El verso está corrupto. Hay editores que proponen otra lectura, métricamente también posible: si puer est, animo traice puella tuo! De acuerdo con esta lectura, leeríamos: «Si (el Amor) es un niño, lánzalo, niña (amada), a tu alma».

He aquí la versión de don Miguel Antonio Caro de la misma elegía properciana: Pintar a Amor de niño en apariencia,/ ¿no fue ocurrencia/ harto feliz?/ Quien la tuvo, miró a los amadores/ andar sin seso, a caza de dolores,/ víctimas de un capricho püeril./ Y le añadió, no baladíes galas,/ ambas las alas; / para que así/ en el alma revuele: los amantes, / juguetes de las auras vacilantes,/ fluctúan de onda en onda en ondas mil./ Y demás de esto, púsole en la mano,/ tampoco en vano,/ flecha sutil,/ y al hombro le colgó la rica aljaba;/ que él, sin dar tiempo a que uno se precava,/ tiros asesta, con que mata al fin./ Amor en mí caprichos tales muestra,/ su armada diestra/ muestra también./ Mas para mí sus alas ¿qué se han hecho?/ Ni un instante se aparta de mi pecho, / saetas siempre ensangrentando en él./ Conque en un alma al cabo devorada,/ ¿mansión te agrada,/ bárbaro, hacer?/ Aleja, aleja por pudor siquiera:/ robustos pechos tu venganza hiera./ ¡No yo, mi sombra, lo que azotas es!/ Teme esta sombra rematar, aleve:/ mi musa leve/ será tu prez./ Pues de una bella canta y eterniza,/  los negros ojos, cabellera riza,/ y el muelle andar de sus menudos pies. 



Cupido volando sobre el agua,  William-Adolphe Bouguereau (1900)

El también poeta Aníbal Núñez, por su parte, publicó entre nosotros esta su versión de la elegía properciana:  Quienquiera que pintara al Amor niño,/ ¿no crees que tuvo manos admirables?/ Fue el primero que vio que los amantes/ pierden el juicio y por afanes frívolos/ grandes bienes perecen. Ese mismo/ no en vano le añadió alas de viento/ e hizo que el dios volase/ en corazón humano:/ pues ciertamente somos juguetes de las olas/ y brisa que no para de moverse./ Y tiene con razón su mano armada/ de flechas de anzuelo.../ y prende de sus hombros una aljaba/ de Cnosos: nos alcanza/ antes de divisar al enemigo/ (no hay tiempo de esconderse),/ y nadie escapa sano de la herida./ En mí siguen sus dardos y su imagen;/ mas debe haber perdido sus dos alas,/ porque nunca se vuela de mi pecho/ y sin cesar guerrea por mi sangre./ ¿Por qué te es tan gustosa la morada/ de mis secas entrañas? Si eres digno,/ ¡dirige hacia otra parte tus flechazos!/ Más vale que atacara tu veneno/ a los ilesos; y no a mí:/ pero mi débil sombra es tu diana./ Mas si acabas con ella, ¿quién habrá de cantarte tales cosas/ (porque mi humilde musa es tu gran gloria)?,/ ¿quién cantará alabanzas a los dedos,/ a la cabeza y a los ojos negros/ de mi adorada Cintia, y cómo suelen/ sus plantas caminar tan grácilmente...?  

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