El término “cultura” procede del sustantivo latino
“cultus”, que quiere decir cultivado y cultivo. La raíz de la palabra la encontramos en culto, cultor,
cultivo, cultismo, inculto, culterano, cultalatiniparla, cultiparlar, cultura y contracultura. En latín "cultus" era es
el participio del verbo “colo” (*col-tus > cul-tus), que,
entre otros significados, tenía el de "cultivar la tierra", por lo que
una palabra como agricultura, que significa literalmente cultivo
agrario o del campo, es una redundancia.
El verbo “colo” deriva de la raíz indoeuropea *Kwel- que en su acepción originaria y material significaba voltear, es decir, remover la tierra, lo que hace el labrador cuando trabaja con la azada y el arado. Pero este verbo, además, ya en latín quería decir también habitar, vivir, por el sedentarismo que implica la agricultura frente al nomadismo, valor del que derivan los términos colonia, colono, colonizar, sin perder de vista domicilio, compuesto de domus “casa” y la raíz que nos ocupa con vocalismo -i- modificado; valor que se subraya con el prefijo in-, de donde tenemos el sustantivo “íncola”, habitante, y también el moderno “inquilino”.
El verbo “colo” deriva de la raíz indoeuropea *Kwel- que en su acepción originaria y material significaba voltear, es decir, remover la tierra, lo que hace el labrador cuando trabaja con la azada y el arado. Pero este verbo, además, ya en latín quería decir también habitar, vivir, por el sedentarismo que implica la agricultura frente al nomadismo, valor del que derivan los términos colonia, colono, colonizar, sin perder de vista domicilio, compuesto de domus “casa” y la raíz que nos ocupa con vocalismo -i- modificado; valor que se subraya con el prefijo in-, de donde tenemos el sustantivo “íncola”, habitante, y también el moderno “inquilino”.
Pero “colo” tiene también el significado antiguo de cuidar,
tratar, y el de honrar y venerar a los dioses y, por lo tanto, rendirles culto religioso, de donde los modernos nos hemos sacado la libertad de
cultos que se nos reconoce a las personas como uno de los
derechos humanos. La diversidad de confesiones religiosas hace que a
veces olvidemos que hay una elección previa, la de si es necesario
elegir un culto u otro, y en función de qué criterio lo elegimos,
si decidimos hacerlo: las religiones, en efecto, no son más verdaderas o
válidas según el número de creyentes o practicantes que tengan.
Obviamente podemos elegir la que nos venga en gana, pero también no
elegir ninguna y quedarnos en el agnosticismo.
Del significado de "rendir culto a los dioses", por un proceso semántico muy común de autismo, se pasó al
sentido de rendir culto al cultor, es decir a sí mismo, no ya a la divinidad o a la tierra y sus cultivos. Y como el hombre
según la dicotomía habitual es cuerpo y alma, hay dos culturas: una cultura referida a
la mente y al espíritu que habitualmente se entiende como acumulación de
conocimientos científicos y humanísticos, y una cultura física relativa
al cuerpo, de ahí la palabra culturismo, que la academia define como “práctica
de ejercicios gimnásticos encaminada al excesivo desarrollo de los músculos”, y
que probablemente se trate de una imitación del término alemán Körperkultur,
cultura corporal o física, de donde nuestra moderna “educación (sic) física” que ha sustituido a la vieja y desnuda
gimnasia. A esta preocupación por el cuerpo habría que añadir el culto moderno
de la propia imagen.
Viñeta de Andrés Rábago, el Roto
Cicerón en sus Conversaciones en Túsculo II, 5, dice que así como ningún campo puede ser fructífero si no se lo cultiva, (ut ager quamuis fertilis sine cultura fructuosus esse non potest), otro tanto ocurre con el alma sin instrucción (sic sine doctrina animus). Cualquiera de estos dos factores, sin su complemento, carece de vigor (ita est utraque res sine altera debilis). La filosofía es el cultivo del alma (cultura autem animi philosophia est); arranca de raíz los vicios (haec extrahit uitia radicitus) y prepara los espíritus para recibir la simiente (et praeparat animos ad satus accipiendos), se la entrega a estos, y, por así decirlo, siembra lo que, cuandro crezca, producirá ubérrimos frutos (eaque mandat iis et, ut ita dicam, serit, quae adulta fructus uberrimos ferant). La traducción de Marciano Villanueva Salas, modificada, está tomada de Conversaciones en Túsculo, Asociación Española de Neuropsiquiatría, Madrid 2005.
No hay que confundir la cultura con la lengua: la
lengua es un don gratuito que se le da a todo el mundo. Sobre ella no manda
nadie, pese a todos los pesares y Academias que, so pretexto de
ser descriptivas, acaban siendo preceptivas al convertirse su descripción del
lenguaje hablado en escritura y norma escrita, ley que se impone a través del Diccionario
donde se almacenan los nombres comunes, mientras que la cultura es una creación
de Arriba, una imposición. Nace ya escrita y se ocupa de los Nombres Propios
(antropónimos o de persona, topónimos o de lugar y cronónimos o relativos a la
medición que hacemos del tiempo), que realmente no tienen significado como los
comunes, por lo que se almacena en una enciclopedia tradicional o, si
se prefiere, virtual del estilo de la inevitable Güiquipedia.
Viñeta de Miguel Brieva
La cultura del Poder está, pues, configurada por la
acumulación de Nombres Propios, pero también por las jergas especializadas
y básicamente escritas y sometidas a absurdas reglas de ortografía de
políticos, científicos, filósofos, economistas y todos aquellos que defienden el
edificio insostenible sin la fe que depositan a diario en ella de la cruda realidad.
Contra ella se alza el lenguaje normal y corriente, la lengua que hablamos y la
razón desmandada que subyace y que es común a todos, que se rebela contra todas
las imposiciones que vienen de Arriba, de donde la gente sabe que no puede
caerle nada bueno. Esa lengua es la única arma, la única cultura
verdaderamente popular y contracultural que puede alzarse contra la cultura del
Poder y todos los Nombres Propios y denunciar que la realidad que se nos impone es falsa: la
lengua común y corriente que denuncia el empleo de todos los lenguajes especializados,
sean de la índole que sean, y que se pregunta incansablemente, contra la jerga
de los políticos y/o economistas y la ideología dominante, qué es “Constitución”, “España”
“Catalunya”, “Democracia”, “Gobierno”, “Estado del Bienestar”, “Europa”, “La
Transición“, y demás retahíla y política monserga. Así y
sólo así la lengua hablada se rebela contra las ideas establecidas. Ni la cultura ni la contracultura pueden hacer nada contra la cultura del Poder; sólo acaso la lengua común y corriente.
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