sábado, 11 de mayo de 2019

Hacer lo hecho, decir lo dicho

ACTVM AGERE: hacer lo que está hecho. Así se decía en la antigua Roma cuando alguien se ponía a hacer algo que previamente había sido realizado y, por lo tanto, ya estaba hecho y, por eso mismo, no hacía falta ni merecía la pena volver a hacerlo, o cuando alguien repetía sin muchas esperanzas de logro un acto cuyo fracaso había quedado palpablemente demostrado como arrastrar la roca de Ícaro hasta la cima de la cumbre para que acabe rodando por la otra pendiente, lo que condenaba la acción a ser siempre una repetición infructuosa. 
 
Lo mismo sucede con el lenguaje pasando de las cosas a las palabras: DICTVM DICERE. Decimos lo que ya está dicho, repetimos siempre lo mismo, lo mismo de siempre.
 
Tanto ACTVM como DICTVM son acusativos internos: hacer lo hecho, decir lo dicho. Repetir. Inútilmente. Tanto palabras como hechos.  En los viejos cómicos romanos se encuentra varias veces esta expresión de ACTVM AGERE. Así en Plauto, en el Pséudolo, verso 260:  stultus es, rem actam agis. Eres tonto, haces una cosa hecha. 



No merece, pues, la pena hacer algo que ya está hecho, es una estupidez, algo propio de un tonto, nos dice el personaje plautino. Sin embargo, ¿no es eso lo que hacemos constantemente todos y cada uno de nosotros, incapaces de hacer o decir algo nuevo, algo que no esté hecho ni dicho ya, estúpidos y poco creativos que somos? En Terencio, en Formión, verso 419, encontramos: actum, aiunt, ne agas. No hagas, dicen, lo que está hecho.


No sucederá nada imprevisto, no planeado, ninguna sorpresa. Es cierto lo que dice el refrán castizo: “Trabajo sin provecho es hacer lo que ya está hecho”. ¿No podríamos, en lugar de repetir los mismos gestos, las mismas palabras, el mismo trabajo con rutinaria mansedumbre,  hacer algo que no estuviera hecho y decir algo que no estuviera dicho?

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