domingo, 16 de junio de 2019

La tumba de Arquimedes

Cuenta Tito Livio que en la toma de Siracusa a manos del general Marco Claudio Marcelo en el año 212 a. de C. se produjeron numerosas muestras vergonzosas de ira y de avaricia (multa foeda exempla irae, multa auaritiae) por las correrías de los soldados romanos que la saquearon dándose al pillaje. La ciudad siciliana fue presa del pánico (pauor urbis captae). 

En medio de tan gran confusión (in tanto tumultu), el matemático Arquimedes (no olvido la esdrújula tilde, sino que mantengo la pronunciación paroxítona grecolatina de su nombre)  que se había inclinado sobre unas figuras geométricas que había dibujado en la arena (formis quas descripserat in puluere) fue asesinado contraviniendo los deseos, si no eran órdenes expresas del general Marcelo, por un soldado romano, que ignoraba que era el matemático griego que había inventado unos espejos ustorios que, reflejando los rayos solares, habían incendiado las naves de la escuadra romana que sitiaba la ciudad. 

 Pintura mural de Giulio Parigi, 1599

Se cuenta que Marcelo llevó muy mal que se hubiera dado muerte a Arquimedes (aegre id Marcellum tulisse), y que se preocupó de dar sepultura al matemático y de buscar a sus parientes, que fueron honrados y respetados en recuerdo del nombre glorioso del sabio.

La tumba caería en el olvido años después. Precisamente Cicerón, cuando fue cuestor en Sicilia, después de más de cien años, descubrió él mismo, como narra en sus Conversaciones en Túsculo V, XXIII–64,65, su sepulcro, que ignoraban sus compatriotas siracusanos, o cuya existencia algunos incluso negaban. Cicerón sabía que en su tumba se habían grabado unos versos que decían que en la parte superior del monumento había un cilindro que circunscribía a una esfera (in summo sepulcro sphaeram esse positam cum cylindro), lo que aludía al título de uno de los escritos más famosos del matemático. Cuando vio una pequeña columna que apenas sobresalía de un matorral, entre zarzas y abrojos, donde aparecían grabados efectivamente una esfera y un cilindro, supo que había encontrado lo que estaba buscando: la tumba del ilustre matemático griego. 

 Cicerón descubriendo la tumba de Arquimedes, Benjamin West, 1804

Volviendo a la toma de la ciudad, el botín fue enorme. Marcelo, una vez tomada Siracusa (captis Syracusis), hizo llevar a Roma (Romam deuexit) las obras de arte que adornaban la ciudad, esculturas y cuadros, muy abundantes en Siracusa (ornamenta urbis, signa tabulasque quibus abundabant Syracusae), despojos aquellos ciertamente de los enemigos y adquiridos por derecho de guerra como botín (hostium quidem illa spolia et parta belli iure), comenzando así los saqueos arqueológicos que siglos después han practicado alemanes, británicos y franceses principalmente. Sólo basta con visitar el Museo Británico de Londres, por ejemplo, para comprobarlo.

Con esto empezó la admiración en Roma de las obras de arte griegas (initium mirandi Graecarum artium opera) y el comienzo del abuso de despojar todos los objetos, tanto sagrados como profanos, (licentiaeque hinc sacra profanaque omnia uolgo spoliandi factum est) de sus lugares de origen con el pretexto de poder custodiarlos y admirarlos "mejor". 


2 comentarios:

  1. Yo siempre he visto Arquímedes con tilde en la i, y he estudiado el principio de Arquímedes... ¿Por qué vamos a cambiarle el acento ahora? No lo entiendo, me gustaria que me lo explicara. Raúl Mantecón.

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  2. Ignoro la razón de que entre nosotros Arquímedes se haya acentuado en la í, porque en griego antiguo el nombre del matemático era Ἀρχιμήδης (Arkhimḗdēs) con acentuación llana, igual que en latín Archimēdēs donde la ley de la penúltima sílaba dice que si esta es larga es portadora del acento.

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