Fue,
pues, Aquiles a la guerra de Troya, donde luchó contra los troyanos hasta
que Agamenón le arrebató a la esclava Briseida que le había correspondido en el reparto del botín. Entonces se apartó del combate. Ahí comienza su homérica cólera contra Agamenón. Rogará a su madre que le suplique a Zeus que castigue a los griegos. Y Tetis se acercará al soberano del Olimpo y abrazará sus rodillas suplicante.
Júpiter y Tetis, Dominique Ingres (1811)
Zeus otorgará una victoria a los troyanos, que castiga así el agravio inferido a Aquiles. Su amigo Patroclo intentó detener la ofensiva troyana vistiendo las
armas de Aquiles, pero Héctor, creyendo
que era Aquiles, lo mató. Aquiles, encolerizado, decide volver entonces a la
batalla y reta a Héctor a un combate singular. Su madre le advierte
de que si venga la muerte de su amigo y llega a dar muerte a Héctor,
él también morirá, pues está escrito que su destino seguirá
inmediatamente al del héroe troyano una vez muerto. Aquiles tiene
pues la posibilidad de salvar la vida, pero le dice a su madre que no
podría vivir así, sin vengar la muerte del que amaba, viviendo como
un cobarde por miedo precisamente a su propia muerte. “Muerto me
quede al momento” le dice a su madre “si no cumplo con mi deber,
que es dar muerte al enemigo, “mas yago al par de las naves cual
fardo baldío de tierra” (Ilíada, XVIII, 104).
Combate de Aquiles y Héctor, c. 490 a. C.
Aquiles, por
lo tanto, puede elegir entre una vida extensa y anodina en el sentido
de desprovista de la gloria de una acción heroica o breve pero
intensa y gloriosa, y elegirá esta última opción, como ya hizo en
el gineceo de Esciro cuando vio las armas deslumbrantes que le
mostró Ulises y oyó la llamada del clarín marcial. Así pues, venga la muerte
de su amigo Patroclo, dando muerte a Héctor, cuyo cuerpo arrastrará
ante las murallas de Troya a la vista de sus padres, esposa y amigos.
Apolo no se lo perdonó, por eso guió una flecha de Paris al talón
del héroe, su único punto vulnerable, y lo mató. Cierto es que
Aquiles ha sido interpretado de muchas maneras a lo largo de la
historia: ha servido, entre otras cosas, para justificar el
sacrificio de los soldados en la guerra así como para justificar la
brutalidad de la propia guerra, pero aquí nos interesa otra faceta: la de
su preferencia por la intensidad de la vida y no por su extensión.
Se cumplía así la profecía: Aquiles moriría poco después de
Héctor en la guerra de Troya.
Pero no había sido un destino
fatídico e inevitable el suyo: él lo había elegido: ahí radica su
heroísmo: prefirió una vida breve pero intensa, que larga y
desprovista de gloria. Se interpreta a veces la decisión de Aquiles
como una aceptación trágica y fatal de la muerte, lo que desde luego es cierto:
su madre le dice que si mata a Héctor él morirá irremisiblemente
después. Pero, como nos recuerda Sócrates en la apología
platónica, la elección que hace de morir joven no es errónea, es
simplemente una decisión que toma conscientemente y que no está basada en la creencia de que la muerte sea un mal,
cosa que no está probada, porque no sabemos algo de lo que no tenemos experiencia previa.
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