Cuenta el patriarca ortodoxo Atanasio de Alejandría en
su biografía de san Antonio, el fundador del monacato o vida monástica, cómo el
santo que hemos de imaginar solo -monachós, solitario en griego, es el origen de nuestro término culto monacal y vulgar monje-, semidesnudo o recubierto con un tosco sayal,
fue tentado por el Maligno molestándolo de noche y hostigándolo de día, de
tal modo que hasta los que veían a Antonio podían darse cuenta de la lucha
que se libraba entre los dos. El Enemigo quería sugerirle pensamientos sucios,
pero él los disipaba con sus oraciones; trataba de incitarlo al placer, pero
Antonio, sintiendo vergüenza, ceñía su cuerpo con su fe, con sus oraciones y su
ayuno. El perverso demonio entonces se atrevió a disfrazarse de mujer y hacerse
pasar por ella en todas sus formas posibles durante la noche, sólo para engañar
a Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo, reflexionó sobre la nobleza
del alma creada por Él, y sobre la espiritualidad, y así apagó el carbón
ardiente de la tentación.
Detalle del tríptico Las tentaciones de san Antonio, El Bosco (1490)
Este episodio de la vida del santo ha dado pie a que muchos pintores, cuya nómina llega hasta nuestro Dalí, pasando por el Bosco, Cézanne, Max Ernst o Rivera, que hace uno de los tratamientos más originales del tema mediante rábanos, llenen sus lienzos de tentadoras y seductoras mujeres. Pero no olvidemos que no es una mujer propiamente dicha quien tentaba al santo, sino el propio demonio, cuyo sexo, sin lugar a dudas, es inequívocamente masculino, con apariencias carnales femeninas. Sin embargo, el santo no cede a la tentación: no le interesa el sexo propiamente dicho, que es el femenino, aquejado de lo que se podría llamar "metus cunni": miedo casi patológico al coño. Así pues, la "mujer" que lo tentaba exhibiéndose en vano impúdicamente desnuda delante de Antonio, que estaba solo en el desierto, era el mismísimo diablo que le presentaba la vulva velluda en toda su monstruosa naturalidad.
Tentación de san Antonio, Paul Cézanne (1875-1877)
Algún pintor moderno ha imaginado que el santo fue tentado también por visiones homoeróticas. Lo que no han retratado los pintores, que yo sepa, es cómo se le apareció después el diablo al santo cuando vio que con su aspecto femenino no conseguía nada. Sigamos leyendo atentamente la narración de Atanasio:
“Finalmente, cuando el Dragón no pudo conquistar a Antonio tampoco por estos últimos medios sino que se vio arrojado de su corazón, rechinando sus dientes, como dice la Escritura, cambió su persona, por decirlo así. Tal como es en su corazón, así se le apareció: como un muchacho negro; y como inclinándose ante él, ya no lo acosó más con pensamientos –pues el impostor había sido echado fuera–, sino que usando voz humana dijo: A muchos he engañado y a muchos he vencido; pero ahora que te he atacado a ti y a tus esfuerzos como lo hice con tantos otros, me he demostrado demasiado débil.
¿Quién eres tú que me hablas así?, preguntó Antonio.
Tentación de San Antonio, Salvador Dalí (1946)
El otro se apresuró a replicar con voz gimiente: Soy el amante de la fornicación. Mi misión es acechar a la juventud y seducirla; me llaman el espíritu de la fornicación. ¡A cuantos no he engañado, que estaban decididos a cuidar de sus sentidos! ¡A cuántas personas castas no he seducido con mis lisonjas! Yo soy aquel por cuya causa el profeta reprocha a los caídos: Ustedes fueron engañados por el espíritu de la fornicación. Sí, yo fui quien los hice caer. Yo soy el que tanto te molesté y que tan a menudo fui vencido por ti.
Antonio dio gracias al Señor y armándose de valor contra él, dijo: Entonces eres enteramente despreciable; eres negro en tu alma y tan débil como un niño. En adelante ya no me causas ninguna preocupación, porque el Señor está conmigo y me auxilia ver la derrota de mis adversarios.
Oyendo esto, el Negro desapareció inmediatamente, inclinándose a tales palabras y temiendo acercarse al hombre.
Tentación de san Antonio, Felicien Rops (1878)
Hemos visto cómo Antonio desenmascaró al Dragón, ese muchacho negro que hemos de imaginar desnudo como "el carbón ardiente de la tentación". ¿Qué otro atuendo le corresponde al mismísimo diablo si no las escamas de su nuda piel? En efecto, ningún traje ni humano ni divino, ninguna vestidura, le sentarían bien al ángel rebelde, que, no se olvide, era el más bello de la corte celestial. Y hemos de imaginarlo como lo que es: un niño, si no un muchacho. Y además negro, con las connotaciones de falta de luz, fealdad y morales de maldad que se asocian a este color, frente a la pureza nupcial y luminosa del blanco resplandeciente como la nieve. Hemos de imaginar pues un diablo joven, negro, cornudo y seguramente rabiluengo o rabilargo, como suele representarse. En definitiva, se aparece ante el santo que permanece imperturbable ante el embeleco de la belleza desnuda como el espíritu de la fornicación. Y, si hemos de hacer caso al seguramente venerable patriarca de Alejandría que fue Atanasio, también llevado a los altares como nuestro anacoreta Antonio, el santo alejó de sí el espíritu de la fornicación que encarnaba el Dragón en forma de adolescente negro.
Tentaciones de San Antonio, Diego Rivera (1947)
¿Qué
haríamos nosotros, más modernos que el santo y
menos santos que él, todo hay que decirlo, nosotros que hemos leído a
Oscar Wilde y que sabemos que la mejor manera de librarse de una
tentación es
sucumbir a ella? Si nos asalta, en efecto, el "espíritu de la
fornicación" y no
nos dejamos llevar por él, resistiéndonos heroicamente a sus encantos,
estamos
llamados como Antonio al martirio de la santidad, que consiste
precisamente en
luchar interminablemente contra esas visiones tentadoras y seductoras.
La mejor
manera de librarnos de esos espíritus súcubos que adquieren en nuestra
imaginación formas femeninas, o íncubos con apariencias masculinas, es
cayendo en
la tentación, lo cual según Lucrecio en De rerum natura (libro IV,
versos 1037-1057 en la edición de García Calvo, editorial Lucina, Zamora, 1997
es un fenómeno natural: Así dicen esos versos en la traducción en verso y rimada del
editor:
Tentación de San Antonio, Max Ernst (1945)
Rebulle en nosotros
esa simiente que antes dijimos
de que ha la
edad en sazón los miembros fortalecido;
la cual, al
punto que sale arrojada ya de su sitio,
por miembros
y carnes se busca del cuerpo todo caminos,
juntándose a
ciertos lugares de la armazón, y a seguido
los sitios
engendradores del cuerpo mueve en sí mismos;
que se
hinchan de mucha irritados simiente, y urge con brío
gana de
echarla adonde el cruel deseo va fijo
lanzado y
aguija los miembros de mucho semen henchidos,
y busca aquel
cuerpo de donde el amor el alma le ha herido:
pues sobre su
herida los más caen siempre, y suele hacia el sitio
saltar a
chorro la sangre de donde el tajo nos vino,
que si es
cuerpo a cuerpo, onda roja lo empapa a nuestro enemigo:
así el que de
flecha de Venus recibe herida, lo mismo,
ya sea
mancebo en andar mujeril quien lanza los tiros,
ya sea mujer
que derrama del cuerpo todo amoríos,
de donde le
hieren, allí tira él y a unirse va vivo
y en cuerpo
del cuerpo al fin arrojar el jugo acrecido;
pues siente
el mudo deseo placer venirle y alivio.
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