De
Antípatro de Sidón, poeta griego del siglo II antes de nuestra era,
conserva la Antología Griega un centenar de epigramas, aunque algunos de
los que se le atribuyen pueden ser de su homónimo Antípatro de
Salónica, de época más reciente. En general no tienen mucho interés hoy
en día más que para los coleccionistas de antigüedades y eruditos.
Seguramente habrán sido y serán objeto de más de una tesis doctoral que
sólo leerán, si la leen, los miembros del tribunal que la juzgue y que en el mejor de
los casos servirá para nombrar doctor a algún filólogo clásico, si es
que todavía queda alguno por entonces y no se ha convertido en “graduado
en estudios de lenguas y culturas de la Antigüedad” o algo por el estilo.
Me
dejo guiar por el gusto y fino olfato de Marguerite Yourcenar, que en
su impagable antología de la poesía griega antigua “La Couronne et la
Lyre” (edit. Gallimard 1979) destaca estos tres epigramas de Antípatro:
1.- Ubi sunt? El poeta, ante las ruinas de Corinto devastada por el general romano Lucio Mumio en el año 146 antes de nuestra era, se pregunta donde está la ciudad, qué ha sido de ella, y lamenta su destrucción. Este epigrama es una de las pocas alusiones a la actualidad contemporánea del poeta, que nos ofrece el eco de lo que representó para los griegos la toma y destrucción de Corinto, evocándonos los desastres de la guerra, el incendio, la muerte y el pillaje, y el fin de la libertad de Grecia, si acaso todavía era libre después de la dominación macedonia, que pasó a convertirse en una provincia más del Imperio romano. Los hombres fueron acuchillados; las mujeres y los niños, subastados como esclavos; las obras de arte, expoliadas; la ciudad, reducida a escombros y cenizas.
¿Dónde tu muy admirable belleza? ¿Dónde, Corinto,
torres y almenas están? ¿Dónde tu antiguo esplendor?
¿Dónde
los templos divinos, palacios, dónde las nobles
damas
y tu población, tantos millares ayer?
Pues,
oh la muy desgraciada, ni rastro de ti permanece,
todo
la guerra arrasó y húbolo de devorar.
Solo
quedamos nosotras, ondinas, invïoladas,
como
gaviotas, del mar para llorar tu dolor.
(Antología Griega, IX, 151)
2.- Tumba de un soldado:
Cubre
la tierra de Lidia a Amíntor, el de Filipo,
tanto que hizo blandir su arma en combate feroz.
No
lo llevó a la mansión de la Noche un morbo maligno,
sino
que al ir a cubrir a un compañero murió.
(Antología Griega, VII, 232).
3.- Elogio de Hiparquia, compañera del filósofo cínico Crates, sobre la que hablamos aquí.
No
elegí obras, Hiparquia soy, de señoras de tiros
largos,
sino el vivir duro del Perro y su clan.
No
me gustaban vestidos con broches ni zuecos de suela
ancha
ni al pelo poner llena de grasa la
red,
sino
el zurrón que acompaña al bastón, y el manto que bien se
dobla,
y el jergón para en el suelo yacer.
Fama
mayor dejaré que Atalanta, la atleta de Arcadia,
tanto
cuanto mejor es el saber que correr.
(Antología
Griega, VII, 413)
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