αἰσθάνομαι (aisthánomai) es un verbo griego que indica percepción, quizá el verbo de la percepción sensorial por excelencia y antonomasia porque expresa sensación en general (visual, auditiva, olfativa, táctil o gustativa). Esta sensación, este sentimiento que experimento a través de los sentidos se traslada al cerebro, por lo que también conlleva impresión intelectual. Si tengo una sensación, también soy consciente de ella: me hago una idea. Podría decirse que con esta palabra griega aúno el sentimiento y el pensamiento.
Si al verbo
lo despojamos del sufijo -άνομαι (ánomai), nos queda la
raíz αἰσθ- (aisth-), que remonta al indoeuropeo *awis-dh-
"percibir”, de donde surge el verbo latino emparentado con él y especializado en la percepción auditiva
*awisdh-yo, audio, “oigo”, y de ahí nos vienen a
nosotros audiencia, auditorio, audible,
inaudito, oír e
incluso obedecer (de
obaudire, oboedire, oboedescere: porque oír, o mejor, escuchar, es una forma de prestar atención y, por tanto, de obedecer).
Busto de Nefertiti
A
partir de αἰσθάνομαι (aisthánomai), se forma el sustantivo
αἴσθησις (aísthesis), que viene a ser sensación,
sentimiento, inteligencia, observación, y el
adjetivo αἰσθητικός (aisthetikós), que se traduce por
capaz de sentir, sensible, perspicaz.
La palabra nos llega al español a través del tránsito del latín
aestheticus, donde el diptongo griego “ai” se transcribe por “ae”, que a su vez,
al evolucionar al castellano monoptonga en “e”: estético.
La forma femenina estética es el nombre de la disciplina que trata de definir la belleza, tarea por otra parte imposible, como sabemos desde el Hipias mayor de Platón. Se trata de un
adjetivo sustantivado que procede de la expresión griega (ἐπιστήμη)
αἰσθητική (epistéme) aisthetiké
“ (conocimiento) sensorial o adquirido por los sentidos”.
El galicismo
esthéticien(ne), que
se refiere a la persona que se dedica a la estética,
suele traducirse por esteticista.
A través de la lengua de Molière entró esteta (francés
esthète) también en la nuestra, procedente
del griego αἰσθητής (aisthetés) con el
significado de persona que considera el arte como un valor esencial
en la vida y que rinde culto a la belleza, como por ejemplo Oscar Wilde, que tantas veces así ha sido definido.
Lo contrario de αἰσθάνομαι
(aisthánomai) es el verbo ἀναισθητεύω (anaistheteúo), con el prefijo privativo αν- (an-),
que puede equivaler a ni siento ni padezco, soy insensible pero también, y como consecuencia de mi falta de sensibilidad, soy estúpido, de
donde derivan el adjetivo ἀναίσθητος (anaísthetos), impasible, obtuso, y el sustantivo ἀναισθησία
(anaisthesía), que da nombre a la insensibilidad y a la estupidez o carencia de inteligencia, que se
conserva en nuestra lengua en el registro médico: anestesia:
lo que nos hace parcial o totalmente insensibles a todos los estímulos.
Con el
prefijo συν- (syn-), que equivale al latino con-, se forma
sinestesia, que en el ámbito de la retórica es una figura
estilística que mezcla dos sensaciones procedentes de ámbitos sensoriales distintos, como si quisiéramos confundir las percepciones de los sentidos y entremezclarlas para tratar de expresar lo inexpresable, para alcanzar lo desconocido, como pretendía Arthur Rimbaud con su desarreglo de todos los sentidos, como cuando coloquialmente hablamos de
colores fríos o de un rojo chillón, o del canto amarillo del jilguero.
Quería llegar, en fin, a aquel hendecasílabo -restituyo a la palabra la hache etimológica griega- de Quevedo “y escucho con mis ojos a los muertos”, que refleja un poco lo que tratamos de hacer los filólogos clásicos: oír con los ojos, es decir, tratar de escuchar las voces de los difuntos como Homero, Virgilio, Platón, Catulo, que leemos y que están muy vivos todavía, aun más que muchos contemporáneos, muertos con los que vivimos en conversación, que nos hablan a través de los libros que escribieron, que son la sepultura de sus palabras, que nosotros tratamos de hacerlas revivir.
Quería llegar, en fin, a aquel hendecasílabo -restituyo a la palabra la hache etimológica griega- de Quevedo “y escucho con mis ojos a los muertos”, que refleja un poco lo que tratamos de hacer los filólogos clásicos: oír con los ojos, es decir, tratar de escuchar las voces de los difuntos como Homero, Virgilio, Platón, Catulo, que leemos y que están muy vivos todavía, aun más que muchos contemporáneos, muertos con los que vivimos en conversación, que nos hablan a través de los libros que escribieron, que son la sepultura de sus palabras, que nosotros tratamos de hacerlas revivir.
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