viernes, 14 de junio de 2019

Las alas del Querubín

Alain de l´Isle, Alain de Lille o Alanus de Insulis es un escritor católico del siglo XII que compuso entre otras cosas un opúsculo titulado "De sex alis Cherubim". Sex es el nombre del número seis en latín, de modo que el título no tiene nada que ver con el sexo, que se decía "sexus" en latín, y porque además los querubines, como ángeles que son, los segundos de los coros celestiales por debajo sólo de los serafines, no tenían sexo, por lo que no vamos a discutir si eran machos, hembras o hermafroditas. 
Da a entender el autor en él, ya desde su título, que los querubines tenían tres pares de alas.  El tratado describe una por una las seis simbólicas alas y enumera sus virtuosas y no menos significativas plumas. Todas las alas tienen cinco plumas, como si fueran los dedos de una mano.

No voy a cansar al sufrido lector hablándole de las seis alas y de las treinta plumas con las que el querubín recubre su desnudez primigenia, sino sólo de una, la tercera. Resulta que esta tercera ala es la que representa la pureza de la carne, que puede ser contaminada por la lujuria, y envenenar los cinco sentidos de lascivia. Despojémosla de sus cinco plumas, desplumémosla. 

La primera pluma recubre simbólicamente la tentación del sentido de la vista: hay que evitar, dice el opúsculo cristiano, que el ojo (se supone que del varón) codicie a la mujer. ¿Y si el ojo del varón codicia al varón? ¿Y si el ojo de la mujer codicia al varón? ¿Serán santos por no desear a la mujer?

La segunda trata de salvaguardar la castidad del oído: no debemos dejarnos seducir por músicas celestiales, por palabras dulces como la miel pero llenas a veces de obscenidades y de blasfemias venenosas contra las sagradas creencias. Hemos de evitar los cantos de las sirenas que nos invitan al naufragio. Así que según el tratado debemos taparnos los oídos para no pecar: oídos castos, oídos sordos.

La tercera pluma quiere protegernos de la sensualidad del olfato evitando los perfumes y los aromas demasiado sensitivos, el almizcle que incita al abandono del deseo, tratando de que creamos que lo bueno es malo, y que las quintaesencias más refinadas de Arabia son hedores pestilentes de cloaca. Pero sabemos que eso es mentira. 



La cuarta pluma quiere que evitemos darle gusto al gusto, valga la paradoja, que huyamos de la gula y de la satisfacción del vientre, porque “llena la panza, llega la danza”. Quiere que evitemos ltambién la ebriedad. Pero uno no puede permanecer siempre sobrio en este mundo de locos. Y si la ebriedad es un demonio, como dice el clérigo, es agradable irse de copas con el diablo de vez en cuando.

La quinta y última pluma del ala que nos ocupa quiere que no toquemos, que no palpemos las cosas. Las manos de los cristianos no deben tocar las inmundicias de la carne, porque si lo hacen ellas también serán inmundas. Tacto intacto. Pero ¿qué son las inmundicias?

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