Alain de l´Isle, Alain de Lille o Alanus de Insulis es un escritor católico
del siglo XII que compuso entre otras cosas un opúsculo titulado "De sex
alis Cherubim". Sex es el nombre del número seis en latín, de modo que el título no tiene nada que ver con el sexo, que se decía "sexus" en latín, y porque además los querubines, como ángeles que son, los segundos de los coros celestiales por debajo sólo de los serafines, no tenían sexo, por lo que no vamos a discutir si eran machos, hembras o hermafroditas.
Da a entender el autor en él, ya desde su título, que los
querubines tenían tres pares de alas. El tratado
describe una por una las seis simbólicas alas y enumera sus virtuosas y
no menos significativas plumas. Todas las alas tienen cinco plumas, como
si fueran los dedos de una mano.
No voy a cansar al sufrido lector hablándole de las seis
alas y de las treinta plumas con las que el querubín recubre su
desnudez primigenia, sino sólo de una, la tercera. Resulta que esta tercera
ala es la que representa la pureza de la carne, que puede ser
contaminada por la lujuria, y envenenar los cinco sentidos de lascivia.
Despojémosla de sus cinco plumas, desplumémosla.
La
primera pluma recubre simbólicamente
la tentación del sentido de la vista: hay que evitar, dice el opúsculo
cristiano, que el ojo (se supone que del varón) codicie a la mujer. ¿Y
si el ojo del varón codicia al varón? ¿Y si el ojo de la mujer codicia
al varón? ¿Serán santos por no desear a la mujer?
La segunda trata de salvaguardar la
castidad del oído: no debemos dejarnos seducir por músicas celestiales,
por palabras dulces como la miel pero llenas a veces de obscenidades y
de blasfemias venenosas contra las sagradas creencias. Hemos de evitar
los cantos de las sirenas que nos invitan al naufragio. Así que según el
tratado debemos taparnos los oídos para no pecar: oídos castos, oídos
sordos.
La tercera pluma quiere protegernos de
la sensualidad del olfato evitando los perfumes y los aromas demasiado
sensitivos, el almizcle que incita al abandono del deseo, tratando de
que creamos que lo bueno es malo, y que las quintaesencias más refinadas
de Arabia son hedores pestilentes de cloaca. Pero sabemos que eso es
mentira.
La cuarta pluma quiere que evitemos
darle gusto al gusto, valga la paradoja, que huyamos de la gula y de la
satisfacción del vientre, porque “llena la panza, llega la danza”.
Quiere que evitemos ltambién la ebriedad. Pero uno no puede permanecer
siempre sobrio en este mundo de locos. Y si la ebriedad es un demonio,
como dice el clérigo, es agradable irse de copas con el
diablo de vez en cuando.
La quinta y última pluma del ala que nos
ocupa quiere que no toquemos, que no palpemos las cosas. Las manos de
los cristianos no deben tocar las inmundicias de la carne, porque si lo
hacen ellas también serán inmundas. Tacto intacto. Pero ¿qué son las
inmundicias?
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