martes, 21 de enero de 2020
viernes, 20 de diciembre de 2019
¡Adiós, Educación!
¡Adiós, I(n)stituto! (Se me atraganta tanto esa nasal pedante que a punto he estado de omitirla definitivamente) ¡Y adiós a todos los I(n)stitutos de Educación Secundaria, que antes, con más honesta denominación, fueron primero de Enseñanza Media y después (Nacionales) de Bachillerato, como el de Camargo donde yo estudié, o, ejerciendo ya como profesor de lenguas clásicas, el Villajunco, el nocturno del Pereda, el de Castañeda, el Fernando Zóbel de Cuenca, el Besaya de Torrelavega, el de Astillero, el Lope de Vega de Cayón, el Santa Clara diurno y nocturno, donde acuñamos el lema de 'carpe noctem', para acabar recayendo otra vez aquí en este de Cayón, liceos por los que tantos de mis antepasados transitaron alguna vez intentando enseñar algo de latín a los bachilleres, muy poco a la sazón y cada vez menos debido a la resistencia de la sociedad y los sucesivos planes de enseñanza!
¡Adiós, leyes educativas españolas, siete, si no recuerdo mal y no me confundo haciendo la cuenta, que he padecido en mis propias carnes en los últimos cuarenta años, que se dice pronto, y adiós sobre todo a la peor de todas ellas, que es la actual porque, no hace falta razonarlo mucho, es la vigente y la que ahora nos fatiga! ¡Adiós, Boletín Oficial del Estado, donde aparecíais promulgadas, y B.O.C., su fiel vasallo palanganero de Cantabria!
¡Adiós, circulares de comienzos y finales de curso del servicio(?) de I(n)spección de la Delegación del MEC y luego de la Consejería de Educación, Cultura y Deporte, idéntico perro con distinto collar nominal!
¡Ah, qué alivio siente uno al salir, por fin, del engendro ese de la Plataforma Integral Educativa, inserta en la Red Informática Universal, que bautizaron con el no poco significativo nombre de una enredadera trepadora! ¡Bórrame de todos tus registros, maldita Yedra; desenrédame y olvídate de mi persona, que yo ya me he olvidado de ti y te borro para siempre!
¡Ah, qué alivio siente uno al salir, por fin, del engendro ese de la Plataforma Integral Educativa, inserta en la Red Informática Universal, que bautizaron con el no poco significativo nombre de una enredadera trepadora! ¡Bórrame de todos tus registros, maldita Yedra; desenrédame y olvídate de mi persona, que yo ya me he olvidado de ti y te borro para siempre!
¡Adiós, calendarios y horarios escolares con sus períodos lectivos y de vacaciones que sólo sirven para dorar la píldora nociva del bolo educativo! ¡Adiós, patios de colegio cerrados a cal y canto y vigilados como si fueran campos de concentración, muchos ya hasta videovigilados, durante los ridículos segmentos de recreo! ¡Adiós, aulas que os habéis convertido en jaulas de reclusión de menores y guarderías a tiempo parcial donde florece el aburrimiento de las nuevas tecnologías al servicio de las viejas servidumbres!
¡Adiós a toda la maldita burocracia y la pestilente parafernalia de programaciones y memorias de papeleo responsable de la tala innecesaria de tantos árboles y bosques!
¡Adiós, proyectos educativos y curriculares, claustros, consejos escolares y sesiones de evaluación cualitativas y cuantitativas, comisiones de coordinación (en realidad, subordinación) pedagógica y reuniones de equipos docentes interdisciplinares y pluridepartamentales, de todo lo que hay que levantar acta para que conste para nada! ¡Adiós a toda esa jerga grecolatina pedopsicagógica o psicopedagógica, tanto monta, que oculta bajo la alfombra de un vocabulario supuestamente especializado la más completa vacuidad y la más zafia ignorancia y ñoñería!
¡Adiós, patrullas por los pasillos y guardias en las aulas, actividades extraescolares de los profes guais -"qué buenos son que nos llevan de excursión" para que se soporte y haga más llevadera la reclusión y la incursión-, reuniones de departamento, proyectos educativos, proyectos escolares y proyectos y más proyectos incluidos en las Pegeás (Programaciones Generales Anuales)!
¡Adiós, planes de mejora y competencias incompetentes, semanas culturales, guardias y más guardias, objetivos, contenidos, unidades didácticas en vez de lecciones, y estándares educativos que con su pomposa palabrería rimbombante sólo recubren la inanidad más absoluta, la devaluación continua del propio sistema, y que resuenan con la monserga de su verborrea como un estentóreo pedo en un botijo vacío y retumbante que diría Ferlosio!
¡Adiós, educación, en vez de enseñanza! A mí siempre me ha gustado la docencia, sí, pero no la educación ni la devaluación continua de la
enseñanza a la que asistimos ahora, porque es educarlos lo que la sociedad
demanda que hagamos los profesores con los alumnos, maleducados por sus
padres como vienen, para lo que no hace falta enseñarles casi nada más
que buenos modales y comportamiento.
¡Adiós, pues, sistema educativo, corruptor de menores, que, so pretexto de prepararlos para el incierto día de mañana y el futuro, que es la muerte, los haces entrar como fierecillas domadas a fuerza de exámenes y evaluaciones, malditos sean los unos y las otras y la madre que los parió a todos y todas juntos, por el aro del desorden establecido, como Dios manda!
Adiós, por último, last but not least, colegas y alumnos, alumnos a los que no he conseguido pese a todos mis empeños enseñar ni una sola palabra de latín, y que habéis soportado mis chapas hasta la saciedad. Si no me da ninguna pena despedirme de los I(n)stitutos, cosa que, por el contrario, me llena de júbilo ahora que estoy, en efecto, a punto de jubilarme -y jubilarse es regocijarse, no por la satisfacción de haber trabajado ni por los manidos tópicos del "merecido descanso" y el "deber cumplido", sino por no tener ya que trabajar más-, sí me entristece y mucho, lo confieso, despedirme de algunos de vosotros a los que quizá no volveré a ver, sobre todo a aquellos con los que he tenido más trato y conversación a lo largo de estos muchos años, pero parece que así tiene que ser la cosa, ya que lo uno va con lo otro, hasta tal punto están entrelazadas las relaciones con las personas dentro del marco de las i(n)stituciones.
El caso es que así se confunden en mí ahora los sentimientos, y es esta confusión lo que quería compartir ahora por último con vosotros: el "odi et amo" simultáneo de Catulo que os comentaba el último día de clase en segundo de bachillerato: la alegría de dejar la i(n)stitución académica por el odio que le profeso y la tristeza, por el cariño que guardo, de perder la compañía y el trato que me habéis dado hasta ahora.
Nunca me han gustado las despedidas, pero no iba a irme tampoco sin despedirme de vosotros, a la francesa. Así que: adiós, pues, también a vosotros, alumnos y compañeros; adiós, que quiere decir, perdonadme la última pedantería: con Dios: eso quiere decir adiós: que con Dios os quedéis, que os vaya bien con Él, que yo... me voy a no sé dónde, a sabe Dios dónde, a Dios sabe dónde.
Os dejo con este Adeus gallego, que a fin de cuentas también es latino, de Nuestro Pequeño Mundo, que viene bien para el caso:
Y aquí os quedan estas humildes páginas electrónicas, abiertas hasta que Blogger disponga de ellas, por si a alguien le sirven para algo, que eso nunca se sabe, pero excuso decir que no habrá a partir de ahora mismo más actualizaciones.
¡Adiós, pues, sistema educativo, corruptor de menores, que, so pretexto de prepararlos para el incierto día de mañana y el futuro, que es la muerte, los haces entrar como fierecillas domadas a fuerza de exámenes y evaluaciones, malditos sean los unos y las otras y la madre que los parió a todos y todas juntos, por el aro del desorden establecido, como Dios manda!
Adiós, por último, last but not least, colegas y alumnos, alumnos a los que no he conseguido pese a todos mis empeños enseñar ni una sola palabra de latín, y que habéis soportado mis chapas hasta la saciedad. Si no me da ninguna pena despedirme de los I(n)stitutos, cosa que, por el contrario, me llena de júbilo ahora que estoy, en efecto, a punto de jubilarme -y jubilarse es regocijarse, no por la satisfacción de haber trabajado ni por los manidos tópicos del "merecido descanso" y el "deber cumplido", sino por no tener ya que trabajar más-, sí me entristece y mucho, lo confieso, despedirme de algunos de vosotros a los que quizá no volveré a ver, sobre todo a aquellos con los que he tenido más trato y conversación a lo largo de estos muchos años, pero parece que así tiene que ser la cosa, ya que lo uno va con lo otro, hasta tal punto están entrelazadas las relaciones con las personas dentro del marco de las i(n)stituciones.
El caso es que así se confunden en mí ahora los sentimientos, y es esta confusión lo que quería compartir ahora por último con vosotros: el "odi et amo" simultáneo de Catulo que os comentaba el último día de clase en segundo de bachillerato: la alegría de dejar la i(n)stitución académica por el odio que le profeso y la tristeza, por el cariño que guardo, de perder la compañía y el trato que me habéis dado hasta ahora.
Nunca me han gustado las despedidas, pero no iba a irme tampoco sin despedirme de vosotros, a la francesa. Así que: adiós, pues, también a vosotros, alumnos y compañeros; adiós, que quiere decir, perdonadme la última pedantería: con Dios: eso quiere decir adiós: que con Dios os quedéis, que os vaya bien con Él, que yo... me voy a no sé dónde, a sabe Dios dónde, a Dios sabe dónde.
Os dejo con este Adeus gallego, que a fin de cuentas también es latino, de Nuestro Pequeño Mundo, que viene bien para el caso:
lunes, 16 de diciembre de 2019
De Aquiles o el paradigma heroico (y 2)
Fue,
pues, Aquiles a la guerra de Troya, donde luchó contra los troyanos hasta
que Agamenón le arrebató a la esclava Briseida que le había correspondido en el reparto del botín. Entonces se apartó del combate. Ahí comienza su homérica cólera contra Agamenón. Rogará a su madre que le suplique a Zeus que castigue a los griegos. Y Tetis se acercará al soberano del Olimpo y abrazará sus rodillas suplicante.
Júpiter y Tetis, Dominique Ingres (1811)
Zeus otorgará una victoria a los troyanos, que castiga así el agravio inferido a Aquiles. Su amigo Patroclo intentó detener la ofensiva troyana vistiendo las
armas de Aquiles, pero Héctor, creyendo
que era Aquiles, lo mató. Aquiles, encolerizado, decide volver entonces a la
batalla y reta a Héctor a un combate singular. Su madre le advierte
de que si venga la muerte de su amigo y llega a dar muerte a Héctor,
él también morirá, pues está escrito que su destino seguirá
inmediatamente al del héroe troyano una vez muerto. Aquiles tiene
pues la posibilidad de salvar la vida, pero le dice a su madre que no
podría vivir así, sin vengar la muerte del que amaba, viviendo como
un cobarde por miedo precisamente a su propia muerte. “Muerto me
quede al momento” le dice a su madre “si no cumplo con mi deber,
que es dar muerte al enemigo, “mas yago al par de las naves cual
fardo baldío de tierra” (Ilíada, XVIII, 104).
Combate de Aquiles y Héctor, c. 490 a. C.
Aquiles, por
lo tanto, puede elegir entre una vida extensa y anodina en el sentido
de desprovista de la gloria de una acción heroica o breve pero
intensa y gloriosa, y elegirá esta última opción, como ya hizo en
el gineceo de Esciro cuando vio las armas deslumbrantes que le
mostró Ulises y oyó la llamada del clarín marcial. Así pues, venga la muerte
de su amigo Patroclo, dando muerte a Héctor, cuyo cuerpo arrastrará
ante las murallas de Troya a la vista de sus padres, esposa y amigos.
Apolo no se lo perdonó, por eso guió una flecha de Paris al talón
del héroe, su único punto vulnerable, y lo mató. Cierto es que
Aquiles ha sido interpretado de muchas maneras a lo largo de la
historia: ha servido, entre otras cosas, para justificar el
sacrificio de los soldados en la guerra así como para justificar la
brutalidad de la propia guerra, pero aquí nos interesa otra faceta: la de
su preferencia por la intensidad de la vida y no por su extensión.
Se cumplía así la profecía: Aquiles moriría poco después de
Héctor en la guerra de Troya.
Pero no había sido un destino
fatídico e inevitable el suyo: él lo había elegido: ahí radica su
heroísmo: prefirió una vida breve pero intensa, que larga y
desprovista de gloria. Se interpreta a veces la decisión de Aquiles
como una aceptación trágica y fatal de la muerte, lo que desde luego es cierto:
su madre le dice que si mata a Héctor él morirá irremisiblemente
después. Pero, como nos recuerda Sócrates en la apología
platónica, la elección que hace de morir joven no es errónea, es
simplemente una decisión que toma conscientemente y que no está basada en la creencia de que la muerte sea un mal,
cosa que no está probada, porque no sabemos algo de lo que no tenemos experiencia previa.
sábado, 14 de diciembre de 2019
De Aquiles o el paradigma heroico (I)
Aquiles o Aquileo es el hijo de una diosa del Océano, la ninfa marina Tetis, y de un mortal, Peleo, rey griego de Ptía, en Tesalia. Ya en el banquete de boda de Tetis y Peleo, quienes serán los padres del semidiós, se produce un incidente aparentemente insignificante pero que acabará desencadenando, a la larga, el primer conflicto bélico mundial de la historia y literatura de Occidente: la guerra de Troya, en la que el héroe acabará al correr de los años descollando y falleciendo.
En efecto, los novios invitaron a todos los dioses a celebrar sus nupcias pero se olvidaron de Eris, la Discordia, la cual lanzó una manzana de oro sobre la mesa con una inscripción grabada en ella que decía “para la más hermosa”, que provocó la rivalidad entre tres de las diosas presentes: Hera, Afrodita y Atenea. Como no se ponían de acuerdo, ya que las tres querían el título que otorgaba la posesión de la codiciada manzana áurea, le pidieron a Zeus que dictaminase él quién de las tres merecía el galardón: pero él se desentendió por no tener problemas con las dos restantes, por lo que decidió que resolviera Paris, un mortal, quién de las tres diosas era la más hermosa: las tres se presentan ante el juez y las tres le sobornan: Atenea le ofrece gloria militar, Hera el poder, y Afrodita, a la mujer más hermosa del mundo a cambio de su elección. Paris no lo duda: elige a Afrodita como la diosa más hermosa y la hace merecedora de la manzana de la Discordia. Su premio será Hélena, la reina de Esparta, esposa de Menelao.
Pero Paris no era un simple pastor, sino ante todo un príncipe troyano. Cuando vaya a Esparta en misión diplomática de paz, Hélena se enamorará de él y se fugará con él, lo que desencadenará la guerra, la guerra aborrecida por las madres, como cantó el poeta. Para Menelao y para todos los griegos se trata de un secuestro, por lo que se unirán todos en torno a la figura de Agamenón para ir a rescatar a Hélena, que se convierte así en casus belli: Ya lo dijo Horacio. Nam fuit ante Helenam cunnus taeterrima belli / causa. Hubo antes otras guerras por la posesión de una mujer (el "coño", dice literalmente el poeta aludiendo al todo con la mención de la parte), pero ésta sin duda será la más sangrienta y cruel.
Aquiles será sumergido recién nacido en la laguna estigia por su madre para hacerlo inmortal, pero al hundirlo en sus aguas sujetándolo por el talón logrará que todo su cuerpo sea inmortal salvo precisamente el talón, su punto vulnerable, el talón de Aquiles.
Tetis sumergiendo a Aquiles niño en la laguna estigia.
En la Ilíada Homero, sin embargo, no menciona nunca este detalle ni que Aquiles sea invulnerable. Cuando se representa su muerte en el arte griego, siempre aparece muerto víctima de un flechazo, ya sea en el torso o en el talón, por lo que parece que la leyenda del talón de Aquiles es un añadido posterior.
Una profecía decía que Aquiles moriría en la guerra de Troya, por lo que sus padres trataron de protegerlo de ese fatídico destino evitando que se uniera a la expedición comandada por Agamenón para recuperar a la raptada Hélena, la mujer más bella del mundo. Como no querían que muriera en la guerra, decidieron ocultarlo en la isla de Esciro en el gineceo del rey Licomedes, vestido como una niña entre las numerosas hijas del rey. De hecho la llamaban Pirra, la pelirroja, porque sus cabellos eran del rubio color del fuego. Allí al futuro héroe, oculto entre las doncellas como una más, se le planteará el dilema de si llevar en Esciro una vida confortable y cómoda renunciando a su futuro heroísmo, o ir a la guerra donde se encontraría irremediablemente con su Parca.
Los griegos, que sabían por otro oráculo que sólo podrían ganar la guerra con la ayuda de su mejor guerrero, que era Aquiles, enviaron a Diomedes y a Odiseo en su busca y captura, quienes se introdujeron en dicho palacio disfrazados astutamente de mercaderes. Llevaban vestidos y joyas para las mujeres y... unas armas que enseguida deslumbraron a la ambigua muchacha que era Aquiles, lo que hizo que se descubriera y mostrara quién era, a pesar del amor que sentía por una de sus amigas, la princesa Deidamía, a la que dejaba embarazada.
Cuentan también que el astuto Ulises
hizo sonar un clarín marcial que llamaba a la guerra y que asustó a las mujeres, pero que hizo que el hijo de Tetis, poseído de ardor guerrero, empuñara la espada, y resolviera el dilema que se le planteaba a favor de una vida breve pero intensa, coronada por la gloria. Deidamía, embarazada como está, intentará retenerlo, pero sabe que su intento está abocado al fracaso. El hijo de Tetis ha decidido que no quiere la seguridad de la vida regalada que le brindaba el gineceo del palacio del rey Licomedes.
domingo, 8 de diciembre de 2019
Del español en el mundo y de Campoamor
Lo importante de las lenguas no es tanto el número de sus hablantes, o sea la cantidad, cuanto lo que se ha llegado o se llega a expresar en ellas, es decir, la calidad de los contenidos que han expresado.
Por esa misma razón algunas de las llamadas lenguas "muertas", como el sánscrito, el griego clásico o el latín entre nosotros, están más vivas que muchas de las que hablamos hoy en día: por la importancia de las cosas que se han dicho y escrito en ellas. Por eso esas lenguas no han muerto todavía, son eternas.
Leo por ahí que el español, o más propiamente el castellano, es una lengua minoritaria todavía en la Red, en comparación con el inglés o el chino, lenguas en las que se redactan miles de páginas electrónicas. No debería preocuparnos mucho esto, porque, como hemos dicho más arriba, lo importante de una lengua no es que se hable o se escriba mucho, sino que en ella se expresen cosas bellas y verdaderas, o, por lo menos, si no se puede expresar la verdad, que eso parece imposible, palabras que denuncien las mentiras que se disfrazan y travisten de verdades, sobre las que se cimienta la realidad de nuestro mundo.
En una de sus rimas más acertadas, el poeta asturiano don Ramón de Campoamor (1817-1901) nos da el consejo de un hombre experimentado, un viejo, a los jóvenes:
Pues que tanto te admira
el saber de los viejos,
voy a darte el mejor de los consejos:
cree sólo en esta verdad: "todo es mentira".
Sin embargo, los versos que más se suelen recordar de él, que los citan incluso gentes que nunca han oído hablar de Campoamor, son aquellos, que también vienen aquí a cuento, aunque contradicen a los primeros:
Que en este mundo traidor
nada hay verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.
Entre sus muchas coplas algunas aciertan a decir algo dentro de su prosaísmo con gracia y entendimiento, como por ejemplo:
Al pintarte el amor que por ti siento
suelo mentir, pero no sé que miento.
oOo
¿Es sueño o realidad lo que he vivido?
No lo sé, pues yo que hablo no estoy cierto
si al juzgarme despierto estoy dormido
o al creerme dormido estoy despierto.
oOo
oOo
Una pequeña reflexión
sobre la belleza, algo que sabemos también muy bien todos, esta
perla de sabiduría de Campoamor: "la belleza sólo está / en
los ojos del que mira". La belleza está en el interior... de
los ojos del que mira. Y el que mira puede
encontrarla tanto en el interior como en el exterior de lo mirado.
Por la siguiente razón, porque, como bien dijo Campoamor: "Todo
espectáculo está / dentro del espectador". También, dándole
la vuelta al verso, todo espectador está dentro del espectáculo.
sábado, 30 de noviembre de 2019
Acteón o la leyenda del cazador cazado
Era Acteón un joven no poco
arrogante que había sido iniciado en las artes cinegéticas de la caza por el centauro
Quirón, maestro de tantos héroes. Un día
se jactó de ser mejor cazador que la propia diosa de ese oficio. Afirmó, no sin soberbia, que era superior
en el manejo del arco y las flechas a la
señora de las bestias salvajes. Diana o Artemisa, la hermana gemela de Apolo,
el dios que hiere de lejos, en
efecto, daba alcance con las fulminantes
flechas de su arco certero a cualquier animal del bosque que se pusiera a tiro,
pues no le temblaba el pulso y su ejercicio en tal menester era bastante largo.
No en vano la diosa hija del omnipotente Zeus le había pedido siendo niña que le regalase un arco y
unas flechas, a lo que el dios accedió complaciendo el capricho muy alejado de los menesteres femeninos de la
mujer antigua. Ya se prefiguraba desde su infancia que Diana iba a ser una
diosa inconformista que no iba a resignarse a considerar natural la condición
femenina que le asigna a la mujer el huso y la rueca, imponiéndole las labores
silenciosas del hogar que separan a la matrona antigua de la vida política y de
la guerra. Ya se prefiguraba en ella el ideal de las amazonas, aquellas mujeres
que prescindirían del varón, a los que sólo utilizarían esporádicamente para la
reproducción. Estas mujeres hacen en la fantasía lo mismo que en la realidad
histórica hacían los varones con las mujeres: relegarlas de la vida social, política
y militar, víctimas de la sociedad patriarcal. Las amazonas, pues, que también
se ejercitarán en el manejo del arco y la flecha, la considerarán su diosa protectora.
Esa jactancia de
Acteón no iba a quedar sin castigo. Ha cometido el pecado de hýbris o
soberbia: no conoce, sin duda, el terrible poder de la diosa que acaba de
desafiar. No es este sin embargo un poder sobrenatural e irracional, como
pudiera parecer a primera vista, sino todo lo contrario. A pesar de haber
tenido un excelente maestro como sin duda fue el centauro Quirón, Acteón no ha
aprendido algo fundamental para la vida del ser humano: que los hombres deben
conocer sus limitaciones, es decir, los límites de su conocimiento, y que no pueden desafiar a una deidad que encarna
el sexo y una concreción distinta de la condición femenina, como acaba de hacer él, considerando que es
superior a ella y que, por lo tanto, sabe y da por cierto, algo que no sabe.
Todos somos, de alguna manera,
Acteón, paradigma de la condición humana.
Podemos pues identificarnos por empatía con su tragedia, lo que le
sucedió un día en que a la sazón se hallaba cazando en el bosque con su jauría
de perros. Podemos, pues, recrear, como
si fuéramos uno de tantos pintores renacentistas fascinados por los mitos
clásicos, la escena. Pero no es una leyenda galante y amable de tono
versallesco. La historia de Acteón no puede acabar bien: es una tragedia.
Acteón, joven y sudoroso, recorre el bosque, ese espacio mágico y ajeno a la civilización donde se desarrollan
tantas historias. Es el bosque de todos los cuentos populares, un lugar
misterioso que rodea con su amenaza imprecisa la ciudad, un espacio agreste y
salvaje y, por lo tanto, no cultivado y ni siquiera conocido, tan temido como deseado, donde habitan los ogros y la mayoría de los
monstruos que asustan a los niños durante su infancia infundiéndoles un terror
cerval, donde uno se encuentra con lo desconocido. Imaginemos que sus perros
extenuados y sudorosos como él han perdido, por caso, la pista de la
presa.
Somos, por lo tanto, Acteón.
Hemos hecho un alto en el camino para recobrar el aliento. Nos late el corazón
con fuerza en el pecho. Hemos llegado a
un lugar ameno y recóndito en el corazón del bosque: sombrío, fresco, donde se
respira la humedad en el aire, donde no llegan sino muy temperados los rayos
del sol que con sus ardores resquebraja los campos. Alertados, vamos a suponer, por unas risas lejanas y el chapoteo del
agua, descorremos una cortina de maleza y descubrimos una gruta. No hay nada
artificial en ella, todo es natural. No
es el arte, por lo tanto, lo que imita a la naturaleza, sino, al contrario, la
propia naturaleza la que emula al arte y la que ha erigido un arco de triunfo
en la roca viva.
Bajo una cascada rumorosa de aguas manantiales se bañan unos
perfectos cuerpos desnudos. Sería difícil, si no imposible, decir si son reales
o sólo el fruto de nuestro deseo aquellos espíritus carnales de las aguas que
se zambullen con entera naturalidad, sin ningún pudor, dejando entrever sus
ondulantes cuerpos desprovistos de los vestidos con los que la sociedad
humana recubre la desnudez primigenia:
una ninfa deja ver su larga espalda, otra nada mostrando sus rotundas y a la
vez delicadas nalgas y se da vuelta en el agua exhibiendo sus turgentes pechos.
Las bañistas disfrutan del agua con la que se funden, ajenas a la mirada del
joven espectador que, oculto en la espesura, las contempla no sin experimentar
deseo.
Ahora Acteón, el macho joven
embargado de deseo, somos nosotros.
Acteón soy yo mismo que, con la imaginación, estoy viendo a esas ninfas
desnudas que se confunden con las propias y cristalinas linfas. Nuestra
contemplación no altera para nada su
baño porque ellas ignoran que un extraño las está contemplando. Pero entre
ellas hay una ninfa rutilante, bajo el chorro de la cascada cantarina, que nos
da la espalda y que deslumbra como la luna llena en el cielo abierto de una
noche despejada. No tardará en darse la vuelta, alertada por algo imperceptible,
como si hubiera adivinado nuestra sacrílega presencia. Pero no es lo que
parecía a primera vista: una ninfa como las demás. Hay algo sobrenatural en ella, tal vez su
blancura resplandeciente que recuerda a los rayos de la luna. No es una
mujer, sino una diosa enfurecida que
sabe que alguien la está mirando y no una diosa cualquiera, sino la propia
Artemisa, la hermana gemela de Apolo, la que, como el dios según el epíteto
homérico, puede herirnos desde lejos.
Cuando se da la vuelta no puede
evitar que el espectador oculto en la espesura contemple su sexo divinal y,
acto seguido, reconozca su identidad: ha visto a la mismísima diosa Diana
bañándose desnuda. El mirón ha
sorprendido sin querer desnuda a la diosa virgen y montaraz, de una belleza
salvaje y natural, singular y convulsiva, alejada de los afeites y cosméticos
de la civilización. Acteón ha visto algo que va a hacer que cambie su vida. Ya
no podrá seguir siendo el mismo después de verlo. La visión no le dejará
indiferente. Esa visión es el castigo no casual, como pudiera parecer a primera
vista, de su soberbia de predador.
¿Qué
ha visto? Ha visto lo que está prohibido y vedado a los ojos humanos: lo que
nadie debe ver. Ha visto a una divinidad, a un ser sobrenatural y, por eso
mismo, imposible. La diosa virgen, además, estaba completamente desnuda y le ha
ofrecido en un brevísimo instante que apenas conseguiría captar una fotografía
el espectáculo natural de su velludo sexo poderoso. Acteón ha profanado con su mirada la
virginidad de aquella vulva divina.
El arco se le ha caído al suelo
a Acteón. El joven cazador ha quedado desarmado. Se diría que esta diosa, que
ocupa el centro de la escena, está más desnuda, si cabe, que su cortejo
femenino de ninfas cristalinas. Se diría que está tan desnuda que es
transparente. El cazador se siente
cazado: ha caído, de alguna manera, en las redes de la trampa del encanto
monstruoso de la diosa. Sabe que esa visión extraordinaria no puede dejarle
indiferente.
No es ningún secreto que la mitología clásica grecorromana y la tradición bíblica judeocristiana han sido dos de las principales fuentes de inspiración de la pintura a lo largo de casi toda su historia. No es raro, pues, que los pintores se hayan regodeado muchas veces recreando el baño de Diana solitaria y resplandeciente como la luna llena, o acompañada, las más de las veces, por el coro de sus fieles ninfas, que encarnan de alguna manera el espíritu femenino y voluble de las linfas.
Si al mismo tiempo, figura Acteón en el lienzo pintado por el artista, es como si, sin querer la cosa, los espectadores que contemplamos el cuadro en el museo o la pinacoteca nos convirtiéramos en modernos acteones, si se me permite la utilización del nombre propio como nombre común, o mirones o voyeurs, al ser incluido el observador de la escena dentro de la escena que se observa.
Es el caso, por ejemplo, de Tiziano, en este óleo sobre lienzo que atesora la National Gallery londinense, donde a la derecha del espectador figura la diosa, cuya irritación es patente en su rostro y en el intento de cubrir su blanca desnudez con un velo, ayudada por una esclava negra. Contrastan así la blancura deslumbrante de Diana, una blancura resplandeciente y lunar, sentada y caracterizada por una media luna, precisamente, sobre su cabello, y la negrura de la sierva.
No es ningún secreto que la mitología clásica grecorromana y la tradición bíblica judeocristiana han sido dos de las principales fuentes de inspiración de la pintura a lo largo de casi toda su historia. No es raro, pues, que los pintores se hayan regodeado muchas veces recreando el baño de Diana solitaria y resplandeciente como la luna llena, o acompañada, las más de las veces, por el coro de sus fieles ninfas, que encarnan de alguna manera el espíritu femenino y voluble de las linfas.
Si al mismo tiempo, figura Acteón en el lienzo pintado por el artista, es como si, sin querer la cosa, los espectadores que contemplamos el cuadro en el museo o la pinacoteca nos convirtiéramos en modernos acteones, si se me permite la utilización del nombre propio como nombre común, o mirones o voyeurs, al ser incluido el observador de la escena dentro de la escena que se observa.
Es el caso, por ejemplo, de Tiziano, en este óleo sobre lienzo que atesora la National Gallery londinense, donde a la derecha del espectador figura la diosa, cuya irritación es patente en su rostro y en el intento de cubrir su blanca desnudez con un velo, ayudada por una esclava negra. Contrastan así la blancura deslumbrante de Diana, una blancura resplandeciente y lunar, sentada y caracterizada por una media luna, precisamente, sobre su cabello, y la negrura de la sierva.
Diana y Acteón, Tiziano (1556-1559)
Según el relato que hace el
poeta Ovidio de la leyenda, la diosa pronunciará unas palabras misteriosas que,
de alguna manera, anuncian la inminente catástrofe:
Cabe ahora que cuentes que a mí
desnuda me viste,
si es que lo puedes contar.
Pero ¿cómo va a contar él lo que
ha visto si no hay palabras en el humano lenguaje que puedan dar cuenta de
ello? Ante lo que ha visto sólo puede enmudecer. Algo parecido le sucederá a
Tiresias cuando se encuentre frente al sexo desnudo y amenazador de otra diosa
virgen: perderá la visión. Acteón ya ha perdido la palabra. Siente un pánico
propio de un ciervo acorralado. Acteón, pues,
el cazador solitario, se ha convertido ya en la presa que su jauría
estaba buscando. Acteón ha perdido su identidad. Cuando vea su reflejo en el
agua, en el que no pude reconocerse, gritará pero de su garganta sólo saldrá un
espantoso mugido...Ya ha dejado de ser lo que es, un joven cazador sudoroso que
se regodeaba contemplando a las ninfas desnudas, para convertirse en la presa que sus perros
perseguían: aquel codiciado ciervo de amplia cornamenta que se había perdido en
la espesura.
Tenemos dos versiones de la
tragedia: según la primera, Acteón sufriría una metamorfosis y se transformaría
en un venado; según otra, representada en un vaso griego, los perros, enfurecidos, lo verán como tal ciervo y lo despedazarían,
sin que el cazador haya perdido su forma humana. En ambos casos, muere
víctima de sus perros: el cazador ha sido cazado. El espectador que pretendía
estar ajeno a la escena que contemplaba porque pensaba que no podía afectarle
de ninguna manera ha perdido su identidad y ha alcanzado una muerte cruel y
sanguinaria.
Diana y Acteón, Cranach el Joven (c. 1550)
Desde una interpretación
racionalista de la leyenda, el pecado de soberbia de Acteón consiste en creer
que el sexo masculino (que encarna Acteón)
supera en el arte de la caza al sexo femenino (que encarna la diosa).
Aunque tradicionalmente el manejo del arco y las flechas sea un oficio
masculino, que a Acteón le ha transmitido el legendario centauro Quirón,
preceptor de tantos héroes y representante
de la educación y transmisión de los valores tradicionales del mundo clásico.
La mujer puede ser igual o superior al hombre en el manejo del arco y las
flechas, pese a que la sociedad considere que no sea un menester digno de las
féminas. Se está criticando, en suma, el reparto tradicional de papeles
masculinos y femeninos que pretende asignar, como si fueran naturales, a uno u
otro sexo distintas ocupaciones culturales de género. Se está confundiendo,
pues, el género con el sexo, que no predestina culturalmente a nada... El
género es una elaboración cultural, mientras que el sexo no lo es.
La leyenda presenta, a
continuación, un tema secundario en
algunas de sus versiones: los perros, cuando dejan de ser lobos, es decir,
cuando recobran su estado doméstico añoran a su antiguo dueño. ¿Dónde está
nuestro amo? Se preguntan. Ignoran que el ciervo que han despedazado no era tal
ciervo... Cuenta la leyenda que los perros, desconsolados, buscaron en vano a su dueño por todo el bosque, llenándolo con sus gemidos y ladridos, hasta que llegaron por casualidad a la gruta donde vivía el sabio centauro Quirón, quien, para consolarlos, modeló una estatua a imagen y semejanza de su antiguo amo Acteón. Este simuladro de Acteón, que representa la imagen de su amo, aplacará a la jauría. Aparece el arte como sustituto de la realidad, a la que imita.
Confortados por el dulce engaño, los perros calmarán su angustia. Creerán haber
recuperado a Acteón y dejarán de ladrar, volviendo el silencio al bosque.
Os propongo contemplar este breve cortometraje de gran valor artístico titulado "Metamorphosis" (transformación en román paladino), que hace una recreación del mito, donde se cuenta, siguiendo a Ovidio, que lo narró versificado en sus Metamorfosis, la historia y su desenlace: el castigo que sufrirá Acteón por haber contemplado a la diosa desnuda, la conversión del cazador en presa.
Os propongo contemplar este breve cortometraje de gran valor artístico titulado "Metamorphosis" (transformación en román paladino), que hace una recreación del mito, donde se cuenta, siguiendo a Ovidio, que lo narró versificado en sus Metamorfosis, la historia y su desenlace: el castigo que sufrirá Acteón por haber contemplado a la diosa desnuda, la conversión del cazador en presa.
viernes, 22 de noviembre de 2019
Lecciones de dirección de personal y recursos humanos (personnel management).
Un
tratado tan antiguo de ganadería y agricultura, escrito hace más de
dos mil años por Marco Terencio Varrón como es De las cosas del
campo (De re rustica), nos ofrece, parece mentira, modernísimos consejos de lo que
se ha dado en llamar con flagrante anglicismo personnel
management, es decir, tratamiento o más propiamente manejo del personal laboral para la optimización de los recursos humanos, según la moderna neolengua babélica.
El
capítulo XVII del libro primero, en efecto, está dedicado al trato que
se debe dispensar a los esclavos y trabajadores "libres". Ya sé que la
esclavitud ha sido abolida de la faz de la tierra, pero no su moderna epifanía, que es el trabajo asalariado, por lo que los consejos de un antiguo terrateniente romano siguen siendo válidos, mutatis mutandis, y de plena actualidad y vigencia para un moderno empresario o emprendedor, dicho sea con término más insidioso, por aquello de que "hoy es siempre todavía".
1º.-
...Deben procurarse obreros que puedan soportar el trabajo, que
no sean menores de 22 años y predispuestos a la agricultura. Puede hacerse esa conjetura tras los encargos de otras cosas
y, sobre eso, con la investigación entre los que son nuevos de qué habían hecho para el dueño anterior (operarios
parandos esse, qui laborem ferre possint, ne minores annorum XXII
et ad agri culturam dociles. eam coniecturam fieri posse ex aliarum
rerum imperatis, et in eo eorum e nouiciis requisitione, ad
priorem dominum quid factitarint).
Se
trata de obtener referencias anteriores, bien directas o indirectas para la contratación de los trabajadores a través de entrevistas
personales, evaluaciones psicológicas, análisis de currículos...
2º.-
Conviene que quienes estén al mando estén imbuidos en letras y alguna cultura humanística, tengan buena conducta, mayores en edad que los
obreros que he mencionado; pues obedecen sus órdenes más fácilmente que las de los que son más jóvenes. Además, conviene sobre todo que quienes manden
sean conocedores de las cosas del campo, pues no sólo debe mandar sino
también trabajar para que lo imite en el trabajo y para que
advierta que está al frente de él con razón porque lo supera en
conocimiento (qui
praesint esse oportere, qui litteris atque aliqua sint humanitate
imbuti, frugi, aetate maiore quam operarios, quos dixi. facilius enim
iis quam qui minore natu sunt dicto audientes. praeterea potissimum
eos praeesse oportere, qui periti sint rerum rusticarum. non solum
enim debere imperare, sed etiam facere, ut facientem imitetur et ut
animaduertat eum cum causa sibi praeesse, quod scientia praestet.)
Se
expresan aquí las cualidades que deben tener los líderes o mánagers, jefes y subjefes o jefecillos: experiencia, cierta cultura
humanística y literaria, ejemplaridad, superioridad moral y técnica, etc.
3º.- Y no hay que permitirles que manden de forma que obliguen más con latigazos que con palabras, si así se puede conseguir el mismo
resultado. (…) Hay que hacer que los administradores estén mejor
dispuestos con incentivos y procurar que tengan algunos bienes y
compañeras esclavas como esposas de las que tengan hijos; pues con
ello se los hace más seguros y más ligados a la finca. (neque
illis concedendum ita imperare, ut uerberibus coerceant potius quam
uerbis, si modo idem efficere possis. (...) praefectos alacriores
faciendum praemiis dandaque opera ut habeant peculium et coniunctas
conseruas, e quibus habeant filios. eo enim fiunt firmiores ac
coniunctiores fundo).
Se fomenta
aquí el refuerzo positivo y lo que hoy se da en llamar el “salario
emocional”, buscando la implicación del trabajador en la empresa y su fidelización (sic, por el palabro).
Como sugiere Varrón con un juego de palabras en latín, no hay que ser autoritario (uerberibus es el nombre del látigo), sino persuasivo (uerbis, con referencia a las palabras). El trato humanitario que se
predica aquí hacia los esclavos será el defendido por la Iglesia,
que históricamente no cuestionó la esclavitud, sino sólo los
malos tratos dispensados a los esclavos, abogando por la mejora de las condiciones laborales, y, por lo tanto, por la pervivencia y supervivencia de la esclavitud, porque eso hará a la larga que
perdure la servidumbre y que vaya adquiriendo nuevas modalidades, desde el modo de producción esclavista, pasando por el feudal, hasta el actual capitalista, en la terminología de Karl Marx.
4º.- Hay que atraer la voluntad de los administradores concediendo alguna
distinción, y asimismo, en cuanto a los trabajadores que han de
estar sobre otros, hay que tratar también con ellos sobre los trabajos que hay
que hacer porque, si así se hace, piensan que son menos infravalorados y
que son tenidos en cierta consideración por el propietario. Se los hace
más aplicados en el trabajo con un trato más liberal ya sea con más
generosidad en la comida o en el vestido, con la remisión de
trabajos o con alguna concesión (...), y con otras medidas del mismo tipo, para que compensando a los que se ordenó o advirtió de algo con dureza, se
les restituya la voluntad y bienquerencia hacia su dueño. (inliciendam
uoluntatem praefectorum honore aliquo habendo, et de operariis qui
praestabunt alios, communicandum quoque cum his, quae facienda sint
opera, quod, ita cum fit, minus se putant despici atque aliquo numero
haberi a domino. studiosiores ad opus fieri liberalius tractando
aut cibariis aut uestitu largiore aut remissione operis
concessioneue (...), huiusce
modi rerum aliis, ut quibus quid grauius sit imperatum aut
animaduersum qui, consolando eorum restituat uoluntatem ac
beneuolentiam in dominum).
El
propietario, empresario o emprendedor debe procurar que sus subordinados y empleados se impliquen emocionalmente con él y
se identifiquen con la empresa. Algunos incentivos de los que habla Varrón
(generosidad en la comida o en el vestido) están lógicamente fuera
de lugar y desfasados, pero no la remisión de trabajos o las primas de
productividad, o el "salario emocional" que consiste en considerarlos indispensables para el buen funcionamiento de la empresa, logrando que los "explotados" ni siquiera se consideren tales a sí mismos. Si no sienten la explotación que padecen, la soportarán más fácilmente porque no son conscientes de que existe. En definitiva, ay, nada nuevo bajo el sol.
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