sábado, 24 de agosto de 2019

Micrópolix: un centro educativo de ocio y negocios.

Hay un parque temático en San Sebastián de los Reyes, en los Madriles, donde los niños de cuatro a catorce años pueden divertirse jugando al no poco aburrido juego de ser mayores de edad y adultos responsables. 

Este centro de ocio infantil, llamado Micrópolix -al parecer es palabro esdrújulo por lo que se oye en el vídeo promocional, aunque han olvidado la obligatoria tilde diacrítica-, es el sitio ideal para educar al niño, es decir para que deje de ser un infante y para que, muerto y enterrado lo vivo de él, se convierta antes de tiempo en un adulto hecho y derecho: en un(a) self-made-man (o ...-woman).

Aquí pueden ser lo que vayan a ser cuando sean mayores anticipándose al porvenir: aprenden a trabajar consagrándose a actividades laborales de su elección y a ganar y manejar dinero, adquiriendo cultura financiera, económica, que es lo mismo que decir política, y emprendedora, así como hipotecando el momento presente en las aras ensangrentadas del futuro, con la esperanza de venideras metas y tierras de promisión inexistentes. Ahí es nada.

Micrópolix es una ciudad (πόλις, polis, ciudad en griego) en miniatura (μικρός, micrós, pequeño en la misma lengua) que acuña su propia moneda, que se llama eurix. ¿Por qué será? Aquí las tiernas criaturas juegan a ser los adultos que van a ser cuando sean mayores: trabajan, conducen autos, como en los coches de choque de las ferias, pero aprendiendo educación vial, abren cuentas bancarias como sus mayores... No podía faltar una Oficina de Empleo para que se vayan acostumbrando a hacer cola los desempleados, donde se apuntan para realizar una veintena de oficios: veterinario, banquero, dependiente, policía... 


A la par que se preocupan por administrar el dinero que van adquiriendo, los niños aprenden a regirse por los horarios y a subordinarse a sus dictados, de modo que si llegan tarde al laburo, por ejemplo, pierden los eurix del jornal. 

Puede parecer poco ético que todo gire en torno al dinero, y algún psicopedagogo moderno podría poner el grito en el cielo y venir con la cansina monserga y obsoleta prédica de que los niños también deben aprender a cooperar buscando soluciones solidarias en equipo y aportando cada cual sus talentos a la sociedad de consumo, pero no nos engañemos: el mundo real es poco ético y en él todo gira en torno al vil metal. No seamos hipócritas: Micrópolix prepara estupendamente a los pequeños para enfrentarse a Macrópolix,  que es lo que les espera fuera cuando salgan del ignominioso parque temático de ocio infantil. 

Efectivamente, las actividades que se realizan en este centro de ocio con miras al negocio -nada de humanidades- son muy educativas: ayudan a preparar al niño para elegir una (de)formación profesional y solventar los retos que encontrará en la vida adulta, para que sea un emprendedor el lejano e inasequible día de mañana.


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