sábado, 16 de noviembre de 2019

De Sócrates

Fue condenado a muerte por un jurado democrático ateniense, acusado de corromper a los jóvenes y de no creer en los dioses del Estado e introducir otros ajenos. 


El pintor francés Jacques Louis David pintó así en 1787 la escena de la muerte de Sócrates. El cuadro refleja fielmente el trágico momento que describe Platón en su diálogo "Fedón". Vemos a Sócrates, condenado a muerte, sosteniendo en el centro del cuadro con una actitud serena la copa letal de cicuta que apurará de un trago y que pondrá fin a su vida, rodeado de sus más conspicuos discípulos, visiblemente apesadumbrados.

Otro pintor, François Louis Joseph Watteau, imaginó así la misma escena en 1780. Nos presenta a un Sócrates menos juvenil que el de David, como puede verse, y más cercano tal vez al real, que murió a los 70 años de edad, en el 399 antes de Cristo:

 

En cuanto a la acusación de educación o corrupción de la juventud, labor por la que Sócrates nunca cobró ningún sueldo como demuestra la pobreza en la que vivió, cabe decir que Sócrates con su incesante preguntar creaba la inseguridad a su alrededor cuestionándolo todo. Ahora bien, si algo se sabe a ciencia cierta de Sócrates, que no dejó nada escrito, es que no sabía gran cosa ni con certidumbre: su famoso "sólo sé que no sé nada", o, como él mismo dice en el discurso de defensa ante el jurado, según Platón: “que, no sabiendo de las cosas del Hades, así mismo pienso que no lo sé”.

Platón ha escrito mucho sobre Sócrates, pero las ideas que pone en boca del maestro en sus diálogos son más platónicas que socráticas porque Sócrates no alberga ideas propias, por lo que lo más socrático que nos ha transmitido Platón es la pregunta ¿Qué es...?, que cuestiona todas las ideas establecidas y certezas poniéndolas en tela de juicio, es decir, en duda.

A la típica pregunta socrática τί ἐστιν; (¿tí estin?), qué es una cosa, se responde con una definición, de donde resulta que el pronombre indefinido e interrogativo acaba siendo definido, pero la definición nunca es la cosa. Ahí está la contradicción: definir lo indefinido. Por un lado se persigue con la definición que la idea de la cosa sea más cerrada y más perfecta; pero, por otra parte, el hecho mismo de preguntarse por la cosa pone de manifiesto que no se sabe muy bien qué es.

 Alcibíades y Sócrates, Escuela de Atenas (detalle), Rafael Sanzio (1510-1511)

Cuando Sócrates le pregunta a algún interlocutor qué es algo, contrapone la idea que tiene su interlocutor con la pregunta que él le formula, haciendo que afloren las contradicciones internas de la propia idea. Se establece una discusión en la que se trata de llegar a una definición con la que estén de acuerdo los dos interlocutores, para lo que se proponen sucesivamente varias definiciones que, tras el examen, se revelan insuficientes todas y cada una de ellas. Lo peor de cualquier definición es su carácter definitivo. La conversación acaba con un reconocimiento irónico de impotencia en boca de Sócrates. No se llega a ninguna conclusión, por lo que la pregunta queda en suspenso.

Sócrates no había inventado el método dialéctico; lo socrático es la aplicación de dicho método al diálogo normal y corriente entre personas, a la conversación callejera con amigos y desconocidos. Por ejemplo, en el Cármides, uno de los diálogos platónicos más socráticos, Cricias le propone a Sócrates el “Conócete a ti mismo” del frontón del templo de Apolo en Delfos como lo mejor para el bien de uno, de lo que Sócrates se burla al parecerle peregrino un saber que no es saber de nada, que no tiene otro objeto más que el conocer al supuesto conocedor, algo muy parecido, mutatis mutandis, al mantra de “aprender a aprender” de los pedopsicagogos o psicopedagogos modernos, que proponen un aprendizaje del propio aprendizaje.



Sócrates marca un antes y un después. De hecho se habla de filosofía presocrática y postsocrática, siendo Sócrates el último de los presocráticos y el punto de inflexión. Las principales y hegemónicas escuelas postsocráticas, la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles, desembocarán en la creación de las instituciones pedagógicas y educativas modernas que padecemos en la actualidad en el universo mundo, sustituyendo la dialéctica que practicaba el maestro por la asimilación de ideas individuales: la pregunta de qué es una cosa se acalla con el estudio de las ideas existentes sobre esa misma cosa, ideas que acaban ellas mismas convirtiéndose en las únicas cosas que nos es dado conocer, es como si nos dieran la respuesta antes de que hayamos formulado la pregunta.

Quizá aquí, en estas palabras del Hipias Mayor, que nos transmite Platón, resuene algo de la voz auténtica de Sócrates, aflorando en ellas también algo de su característica ironía: “¡Dichoso de ti, Hipias querido, que sabes de cuáles cosas se debe preocupar el hombre y aun te has ocupado satisfactoriamente de ellas, como tú mismo dices!; que yo, al revés, estoy poseso de maligna suerte y ando errante siempre y perplejo; y cuando descubro ante vosotros los sabios estas mis perplejidades, encima de descubríroslas, me insultáis con vuestras palabras.” (La traducción es de J. D. García Bacca).

Puede el interesado consultar el dosier sobre Sócrates que hemos publicado aquí mismo.

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