lunes, 4 de noviembre de 2019

Shakespeare y Cía.

Me manda una antigua alumna una foto de una vieja librería parisina que ha tenido el placer de visitar en su viaje a la capital de Francia, que se llama Shakespeare and Company. Se halla en la Rive Gauche, u orilla izquierda del Sena, no muy lejos de Notre-Dame, en el Barrio Latino. Y me comenta que le extraña que todavía, en plena era digital, queden librerías tan encantadoras como esta. 


En la foto hay una frase en inglés que, me sugiere, podría ser de Shakespeare, y que le ha gustado mucho porque le recordaba la historia de Baucis y Filemón que alguna vez habíamos leído en clase, a propósito de la hospitalidad grecorromana. 

La frase con la que la librería recibe a los visitantes es “Be not inhospitable to strangers, lest they be angels in disguise”, es decir, algo así como “No seas poco hospitalario con los extranjeros, no vaya a ser que sean ángeles disfrazados”. 




Shakespeare podría haberla escrito, pero parece que no es del cisne de Avon, sino que está tomada de la Biblia, el libro de los muchos libros. En la Epístola a los hebreos 13:2, incluida dentro del Nuevo Testamento, leemos algo muy parecido a eso, según la traducción de Nácar-Colunga que manejo: “No os olvidéis de la hospitalidad, pues por ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles”. 

Ovidio, en efecto, nos diría algo parecido a lo que dice la Biblia, pero cambiando lo de “ángeles” por “dioses”. 

Un día dos extraños llamaron a la puerta de Baucis y Filemón, ancianos pobres que vivían en una humildísima cabaña. Ellos, pese a su indigencia, les invitaron a entrar y compartieron su mesa frugal con los forasteros. No había grandes manjares ni mantel, nada comprado en el mercado, sino verduras de la propia huerta. A fin de agasajar a sus huéspedes desconocidos, a punto estuvieron de sacrificar al único ganso que tenían, si no fuese porque aquellos dijeron que no hacía falta. Los recién llegados, sin embargo, comían y bebían interminablemente, y algo raro sucedía... El vino, que no se acababa nunca, fluía sin fin, igual que las palabras de la animada conversación. 

 Baucis y Filemón, Jean Restout (1769)

Pronto barruntaron  los ancianos anfitriones que aquellos forasteros no eran dos huéspedes cualesquiera, sino los más ilustres de todos los invitados que honraban su morada, el propio Zeus y su divino mensajero, Hermes. Júpiter y Mercurio, valgan los nombres latinos de las dos divinidades, habían llamado a su puerta haciéndose pasar por dos extranjeros. Antes de llegar a aquella humilde cabaña, habían recorrido la comarca sin que se les abriera ninguna puerta, por lo que decidieron castigar a todos los habitantes del valle provocando un diluvio y haciendo que perecieran en una inundación, salvo aquellos dos ancianos y su humilde morada situada en una colina, que se convertiría en un templo dorado y resplandeciente, del que Baucis y Filemón llegarían a ser sus eternos guardianes, y, llegado el día de su muerte, que sorprendió a ambos abrazados, pues su único deseo había sido no morir uno antes que el otro,  se convertirían los dos en dos árboles entrelazados para siempre. 

 Baucis y Filemón, Nicolas Auguste (1818)

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