miércoles, 4 de diciembre de 2019

Del ejército romano

Un libro de texto de Latín decía hace unos años a propósito del ejército romano algo que se revela enseguida como mentira a poco que se analice: El ejército romano nació como una milicia campesina necesaria para hacer frente a los ataques de los pueblos limítrofes.

 Columna de Trajano, Roma

Según eso, la creación del ejército romano fue un hecho meramente defensivo. Se da a entender con ello que los campesinos romanos se unieron y ejercitaron por motivos exclusivos de defensa, argumento que recuerda a la pretensión moderna de los Estados del carácter defensivo y aun pacificador de sus ejércitos mercenarios y profesionales. De hecho los antiguos Ministerios de la Guerra, que así se llamaban cuando a las cosas se las denominaba por su nombre, y al pan se le decía pan y al vino vino,  se rebautizaron enseguida en la neolengua orwelliana como Ministerios de Defensa, que es como se les dice todavía. 

Tan engañosa como la pretensión pacifista de los ejércitos, y del propio dios Marte pacificador y la llamada "pax Romana", hoy actualizada como "pax Americana", es la contraposición de armas "defensivas" y "ofensivas", dado que las armas son esencialmente ofensivas siempre, por lo que no hay ningún ejército que defienda honestamente la paz.

¿Acaso, me pregunto yo, los campesinos romanos no atacaron nunca a los pueblos limítrofes? La historia de Roma revela que sí. De hecho el ejército romano fue el instrumento de dominación que sirvió para someter a los pueblos vecinos, y no para defenderse de ellos, dado que su carácter ofensivo, más que defensivo, resulta consustancial con él. También fue un agente de romanización dado que uno de sus alicientes, además de la adquisición de la ciudadanía romana, era el reparto de las tierras conquistadas. Los veteranos, como se sabe, una vez licenciados, recibían tierras como recompensa por su dedicación a las armas, lo que unido a la soldada o stipendium y a los donativos que ofrecían los generales como fruto del botín de las ciudades conquistadas para mantener contenta a la tropa constituía uno de sus mayores incentivos.

El propio Tito Livio en su monumental historia de Roma, le atribuye a Rómulo, su primer rey, divinizado y resucitado las siguientes palabras dirigidas a sus conciudadanos (Ab urbe condita I, 16, 7): Vete, y anuncia a los romanos que los que habitan el cielo desean ('Abi, nuntia,' inquit 'Romanis caelestes ita uelle)  que mi Roma sea la dueña y señora de todo el mundo;  (ut mea Roma caput orbis terrarum sit) por ello, que se dediquen al arte militar, (proinde rem militarem colant) y que sepan, y así lo hagan saber a sus descendientes (sciantque et ita posteris tradant) que ningún poder humano podrá resistir a las armas romanas (nullas opes humanas armis Romanis resistere posse.')

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