Continaumos, ya para acabar el curso, con
nuestro Plan Lector de 4º de ESO, que se ha centrado en la
mitología clásica y en la poesía española inspirada en ella. Por aquí
han desfilado poetas como Lope de Vega, que da nombre a nuestro
instituto, o Gerardo Diego, que presta su nombre al colegio anejo, pero
también Quevedo, Unamuno o Jorge Luis Borges entre otros. Ellos nos han
traído a Orfeo y Eurídice, Perseo y Andrómeda, Ícaro, el Minotauro y el
Laberinto, Prometeo y tantos otros personajes y mitos de la leyenda
dorada.
Hemos ilustrado, además, los poemas con cuadros alusivos de pintores de todas las épocas, porque el plan lector no sólo debe contemplar textos escritos, sino también imágenes, que tienen su propio lenguaje gráfico. Y, sin haberlo pretendido, todos los textos literarios han resultado ser, burla burlando, poemas de catorce versos, sí, sonetos, ni más ni menos. Así que ahora os propongo, para concluir la serie, uno más, que será el último. Repetimos también poeta, el argentino Jorge Luis Borges, del que ya hemos leído anteriormente un texto sobre el laberinto que tanto le obsesionó.
La lectura de Borges que os propongo ahora es sobre Edipo. Edipo es un héroe trágico griego que quiere escapar de su destino fatal, que es, según el oráculo de Delfos, víctima de fuerzas inconscientes irracionales como son el amor y el odio: matar a su padre y engendrar hijos de su propia madre. El héroe luchará contra su destino, pero se verá finalmente, mal que le pese, abocado a cumplirlo. A Borges no le interesa aquí la tragedia del héroe, que escribió magistralmente Sófocles, ni el famoso complejo que formulará el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, sino su faceta menos conocida de intérprete de enigmas.
Así refleja, por cierto, Quino, el dibujante argentino, el famoso complejo de Edipo: la competencia por el amor de la misma mujer entre el marido y el hijo varón.
Cuando nació Edipo, sus padres Layo y Yocasta, los reyes de Tebas, supersticiosos como eran y temerosos del oráculo funesto que habían recibido, dieron orden de abandonar a la criatura recién nacida en el monte Citerón. Pero el pastor encargado de deshacerse del niño, en vez de matarlo, se lo entregó a otro pastor amigo suyo que finalmente se lo dio en adopción a los reyes de Corinto. El niño, que no tenía nombre propio todavía, tenía sin embargo hinchados los pies por haber sido colgado de un árbol con unas correas, por lo que será conocido como Edipo, el de los pies hinchados, que eso y no otra cosa quiere decir su nombre parlante en griego.
Edipo siempre creyó que los reyes de Corinto, Pólibo y Mérope, eran sus verdaderos padres. Por eso, cuando alcanzó la mayoría de edad y conoció la maldición que pesaba sobre su vida, huyó de Corinto y de los que él creía sus progenitores, no fuera a suceder lo que estaba profetizado. En su deambular por el mundo huyendo de su destino, mató a un hombre tras una trifulca en un cruce de caminos. Más tarde llegó a Tebas, donde, sin él saberlo, había nacido años atrás.
En las afueras de la ciudad moraba la monstruosa Esfinge, un ser híbrido que planteaba a los caminantes un enigma, que, si no lo resolvían, provocaba que la bestia los matara. Una tradición, de la que parece hacerse eco Jorge Luis Borges en el soneto, presentaba a la Esfinge como hija natural del rey Layo y, por lo tanto, hermana del propio Edipo. Nadie nunca había resuelto su acertijo, hasta que llegó Edipo: la Esfinge, la cruel cantora, le planteó la adivinanza: ¿Qué ser cuadrúpedo, bípedo y trípedo, siendo tres sucesivamente en el tiempo, es uno y el mismo sin embargo siempre?
Edipo le respondió que el hombre, que gatea en su infancia, se alza luego sobre sus dos extremidades inferiores y finalmente se apoya en el bastón de su vejez. La Esfinge se suicidó. Por primera vez alguien había resuelto su misterioso enigma. Los tebanos, como agradecimiento, le otorgaron el trono de Tebas, que había quedado vacante tras el asesinato de su rey Layo en un cruce de caminos. Edipo, pues, accederá al trono casándose con la reina Yocasta, viuda del difunto monarca, con la que llegará al correr de los años a engendrar cuatro hijos: dos varones y dos mujeres
El problema es que ese alguien que es Edipo, encumbrado ahora a la realeza, tendrá que resolver otro caso, el enigma de su vida, si quiere liberar a su ciudad de la epidemia de peste y mortandad que se cierne sobre ella: ¿Quién es el asesino del difunto rey de Tebas, el rey Layo, cuyo crimen ha quedado impune hasta la fecha? También Edipo resolverá ese doloroso misterio: El propio detective es, sin saberlo, el autor del crimen que investiga. Él mismo es el asesino de su padre y, por lo tanto, cohabita con su propia madre, cumpliéndose el funesto oráculo que lo persiguió durante toda su vida...
Hemos ilustrado, además, los poemas con cuadros alusivos de pintores de todas las épocas, porque el plan lector no sólo debe contemplar textos escritos, sino también imágenes, que tienen su propio lenguaje gráfico. Y, sin haberlo pretendido, todos los textos literarios han resultado ser, burla burlando, poemas de catorce versos, sí, sonetos, ni más ni menos. Así que ahora os propongo, para concluir la serie, uno más, que será el último. Repetimos también poeta, el argentino Jorge Luis Borges, del que ya hemos leído anteriormente un texto sobre el laberinto que tanto le obsesionó.
La lectura de Borges que os propongo ahora es sobre Edipo. Edipo es un héroe trágico griego que quiere escapar de su destino fatal, que es, según el oráculo de Delfos, víctima de fuerzas inconscientes irracionales como son el amor y el odio: matar a su padre y engendrar hijos de su propia madre. El héroe luchará contra su destino, pero se verá finalmente, mal que le pese, abocado a cumplirlo. A Borges no le interesa aquí la tragedia del héroe, que escribió magistralmente Sófocles, ni el famoso complejo que formulará el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, sino su faceta menos conocida de intérprete de enigmas.
Así refleja, por cierto, Quino, el dibujante argentino, el famoso complejo de Edipo: la competencia por el amor de la misma mujer entre el marido y el hijo varón.
Cuando nació Edipo, sus padres Layo y Yocasta, los reyes de Tebas, supersticiosos como eran y temerosos del oráculo funesto que habían recibido, dieron orden de abandonar a la criatura recién nacida en el monte Citerón. Pero el pastor encargado de deshacerse del niño, en vez de matarlo, se lo entregó a otro pastor amigo suyo que finalmente se lo dio en adopción a los reyes de Corinto. El niño, que no tenía nombre propio todavía, tenía sin embargo hinchados los pies por haber sido colgado de un árbol con unas correas, por lo que será conocido como Edipo, el de los pies hinchados, que eso y no otra cosa quiere decir su nombre parlante en griego.
Edipo siempre creyó que los reyes de Corinto, Pólibo y Mérope, eran sus verdaderos padres. Por eso, cuando alcanzó la mayoría de edad y conoció la maldición que pesaba sobre su vida, huyó de Corinto y de los que él creía sus progenitores, no fuera a suceder lo que estaba profetizado. En su deambular por el mundo huyendo de su destino, mató a un hombre tras una trifulca en un cruce de caminos. Más tarde llegó a Tebas, donde, sin él saberlo, había nacido años atrás.
En las afueras de la ciudad moraba la monstruosa Esfinge, un ser híbrido que planteaba a los caminantes un enigma, que, si no lo resolvían, provocaba que la bestia los matara. Una tradición, de la que parece hacerse eco Jorge Luis Borges en el soneto, presentaba a la Esfinge como hija natural del rey Layo y, por lo tanto, hermana del propio Edipo. Nadie nunca había resuelto su acertijo, hasta que llegó Edipo: la Esfinge, la cruel cantora, le planteó la adivinanza: ¿Qué ser cuadrúpedo, bípedo y trípedo, siendo tres sucesivamente en el tiempo, es uno y el mismo sin embargo siempre?
Edipo le respondió que el hombre, que gatea en su infancia, se alza luego sobre sus dos extremidades inferiores y finalmente se apoya en el bastón de su vejez. La Esfinge se suicidó. Por primera vez alguien había resuelto su misterioso enigma. Los tebanos, como agradecimiento, le otorgaron el trono de Tebas, que había quedado vacante tras el asesinato de su rey Layo en un cruce de caminos. Edipo, pues, accederá al trono casándose con la reina Yocasta, viuda del difunto monarca, con la que llegará al correr de los años a engendrar cuatro hijos: dos varones y dos mujeres
El problema es que ese alguien que es Edipo, encumbrado ahora a la realeza, tendrá que resolver otro caso, el enigma de su vida, si quiere liberar a su ciudad de la epidemia de peste y mortandad que se cierne sobre ella: ¿Quién es el asesino del difunto rey de Tebas, el rey Layo, cuyo crimen ha quedado impune hasta la fecha? También Edipo resolverá ese doloroso misterio: El propio detective es, sin saberlo, el autor del crimen que investiga. Él mismo es el asesino de su padre y, por lo tanto, cohabita con su propia madre, cumpliéndose el funesto oráculo que lo persiguió durante toda su vida...
«Edipo y la Esfinge» de Jean-Auguste Dominique Ingres, obra fechada en
1808 se encuentra en el museo del Louvre de París. Se ha dicho sobre
este cuadro que las manos de Edipo son elocuentes: la mano izquierda
parece decirle a la Esfinge «ese
que tú dices» y la derecha, apuntando hacia el héroe, «soy yo», por lo
que se señala a sí mismo: la respuesta es el hombre, o sea, yo, por
ejemplo.
Edipo y la Esfinge de Gustave Moreau fue pintado en 1864. Ambos cuadros
guardan algunas similitudes, por ejemplo el pie humano de un cadáver que
se ve en la parte inferior de ambos, que revela que la resolución de la
adivinanza es el ser humano.
Pero leamos ya el soneto de Borges:
Cuadrúpedo (1) en la aurora, alto en el día
y con tres pies errando por el vano
ámbito de la tarde, así veía
la eterna esfinge (2) a su inconstante hermano,
el hombre, y con la tarde un hombre vino
que descifró aterrado en el espejo
de la monstruosa imagen, el reflejo
de su declinación(3) y su destino.
Somos Edipo y de un eterno modo
la larga y triple bestia somos, todo
lo que seremos y lo que hemos sido.
Nos aniquilaría (4) ver la ingente (5)
forma de nuestro ser; piadosamente
Dios nos depara(6) sucesión y olvido.
y con tres pies errando por el vano
ámbito de la tarde, así veía
la eterna esfinge (2) a su inconstante hermano,
el hombre, y con la tarde un hombre vino
que descifró aterrado en el espejo
de la monstruosa imagen, el reflejo
de su declinación(3) y su destino.
Somos Edipo y de un eterno modo
la larga y triple bestia somos, todo
lo que seremos y lo que hemos sido.
Nos aniquilaría (4) ver la ingente (5)
forma de nuestro ser; piadosamente
Dios nos depara(6) sucesión y olvido.
(1) cuadrúpedo: Animal que se traslada caminando sobre cuatro extremidades. Del latín quattuor "cuatro" y pes, pedis "pie".
(2) esfinge: Monstruo fabuloso, generalmente con cabeza, cuello y pecho humanos y cuerpo y pies de león.
(3) declinación: Caída, decadencia, descenso o declive. (Las palabras se declinan en latín y en griego porque son como dados que se tiran al aire y, cuando caen, presentan diferentes terminaciones o casos).
(4) aniquilar: Reducir a la nada. Destruir o arruinar enteramente. Del latín "nihil" que significa "nada".
(5) ingente: Muy grande. Del latín "ingens, ingentis".
(6) deparar: Proporcionar, conceder, dar.
(6) deparar: Proporcionar, conceder, dar.
¿Con qué asocia Borges el
enigma de los pies, al que se refiere en el primer cuarteto, cuando
dice "somos Edipo" y "somos la triple bestia", en el primer terceto?
¿Por qué dice el poeta que (todos) "somos Edipo"? ¿Qué crees que quiere
decir la última estrofa y la mención de Dios en el último verso
"piadosamente / Dios nos depara sucesión y olvido"?
Espero, como de costumbre, vuestras respuestas y comentarios.
Espero, como de costumbre, vuestras respuestas y comentarios.
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