1.- El verso épico y narrativo por
excelencia de la poesía antigua es el
hexámetro dactílico, en el que están compuestas la Ilíada y la
Odisea de Homero o el poema didáctico de Parménides, entre los griegos, y, en latín, la Eneida de Virgilio o el “De rerum natura” de Lucrecio, donde el poeta latino
proclama gozoso la doctrina materialista de su maestro Epicuro.
2.- Si nos ponemos a leer ejemplos de
estos versos tanto en griego antiguo como en latín descubriremos dos cosas: la falta de rima, desconocida en la
poesía antigua como fenómeno rítmico de recurrencia sonora, y la libertad del
número de sílabas que oscila entre un mínimo de trece y un máximo de diecisiete. Sin embargo, nos encontramos muy lejos de un moderno verso libre (de ser verso) que revela una prosa entrecortada y
disimulada tipográficamente en renglones por espacios en blanco.
3.- Una tercera cosa que nos
sorprende si leemos hexámetros antiguos en su lengua original es que el
ritmo viene marcado por la alternancia de sílabas largas, que son las que en
principio determinan el ritmo, y breves, las que no, cosa que en la mayoría de
nuestras lenguas ya no sucede. La adaptación del hexámetro clásico de Homero o
de Virgilio pasa por jugar con la alternancia entre sílabas acentuadas o tónicas,
que son las que en principio marcan ritmo, y una sílaba o dos átonas o no
portadoras de acento, que son las que no lo marcan, sin que sea necesario ni
elegante que siempre coincidan, por otra parte,
acento y tiempo marcado, pudiendo pasar lo contrario, que caiga algún acento en tiempo no marcado,
a contratiempo, o que aparezca una sílaba átona marcando el compás, rompiendo la monotonía
del verso, lo que no impide, sin embargo, que siga respondiendo al mismo esquema
rítmico y sonoro, y que se siga sintiendo como verso y no como prosa.
4.- El verso se llama hexámetro, porque
consta de seis unidades de medida o pies, y dactílico, porque reproduce la
secuencia cartilaginosa del dedo o dáctilo -una falange gruesa y dos más
delgadas-, o sea una sílaba marcada con el ritmo y un intervalo de dos no
marcadas en principio (que pueden reducirse a una sola, cosa que se llama
técnicamente espondeo) y lo es obligatoriamente en el último pie, y no lo es
casi nunca en el quinto donde suelen ser siempre dos, un dáctilo puro. Su
esquema sonoro e ideal podría muy bien ser este: + - (-) + - (-) + - (-) + - (-) + - - + -. Es algo parecido a un compás 4/4 de la música o de compasillo,
donde el primer tiempo fuera 2, una blanca,
y el segundo pudiera ser 2, otra blanca, ó 1 1, dos negras, lo cual le
da al hexámetro gran variedad dentro de la monotonía.
5.- Los antiguos usaban mucho el recurso
de reducir el dáctilo al espondeo y eso hacía que el verso oscilara, como hemos dicho, entre un
mínimo de trece sílabas y un máximo de diecisiete, con dieciséis combinaciones
rítmicas posibles, que responden todas al mismo esquema, y que van desde el hexámetro
holodáctilo de diecisiete sílabas, majestuoso, grandilocuente, al holospondaico de trece sílabas, más rápido y más propio de la
conversación.
6.- Uno de los primeros intentos de
adaptar el hexámetro clásico a nuestra lengua fue el del poeta renacentista don
Esteban Manuel de Villegas, condenado en gran parte al fracaso por haber
prescindido del acento de palabra para marcar el ritmo en muchos de sus versos.
Tenemos sin embargo un buen ejemplo suyo de hexámetro de diecisiete sílabas, es
decir, holodáctilo, en: “Lícidas y Coridón, Coridón el amante de Filis” (donde
la conjunción copulativa “y”, que no porta acento, se lee sin embargo como
sílaba marcada por el ritmo: ya hemos dicho que no es ni necesaria ni
aconsejable la coincidencia: el oído suple la deficiencia).
7.- El verso anterior nos sirve para
hablar del fenómeno importantísimo en los hexámetros de la cesura o corte: se
llama así a la discoincidencia, buscada por el poeta, entre el esquema métrico
ideal o pie, por el que camina el verso en la producción, y la palabra. Es decir, un hexámetro "puro", o sea holodáctilo, como, por ejemplo, "rítmico, lánguido, mágico,
clásico y épico verso" es francamente horrísono porque no contiene ni una
sola cesura, dicho negativamente, o dicho positivamente, porque
siempre coinciden la unidad métrica ideal o pie, es decir el esquema rítmico dactílico,
con las palabras sintagmáticas de la lengua: el verso parece que cojea o
renquea, que camina con muletas a trompicones. Es mucho más elegante el de don
Esteban Manuel de Villegas porque si separamos los pies entre guiones, vemos
que no coinciden con las palabras más que en el primero y último caso, ya que
en el centro del verso es donde debe haber cesuras o cortes, precisamente, oh
paradoja, para no cortar el verso y para que se lea como un todo:
“Lícidas- ý Cori- dón, Cori- dón, el
a-mánte de- Fílis”.
8.- Este fenómeno de discoincidencia
entre el pie y la palabra puede extrapolarse al de verso y frase: el poeta
persigue también en las tiradas en hexámetros que no coincidan tampoco el verso
y la frase, sino que ésta cabalgue y prosiga en el verso siguiente, fenómeno
que se conoce, precisamente, con el nombre de encabalgamiento, y que puede ser suave o
abrupto, según su extensión. Serían muy monótonos los versos-frase, por eso la
frase continúa en el verso siguiente y a la mitad, generalmente, concluye, y
empieza otra...
9.- Otro intento más moderno de
adaptación del hexámetro clásico a nuestra lengua fue el de Rubén Darío, que, aunque utilizaba el acento de palabra como marcador de ritmo, fracasó estrepitosamente por no practicar la cesura, precisamente. Recordemos aquel hexámetro
también holodáctilo partido por la mitad por una diéresis brutal subrayada con
una pausa sintáctica “ínclitas razas ubérrimas,
sangre de Hispania fecunda”. Poco afortunados, pues, los intentos modernistas
de Rubén Darío, aunque sea un poeta riquísimo en ritmos por otra parte.
10.- En lengua alemana, Goethe, entre otros, adaptó
también el hexámetro clásico. En el siglo XX, Bertolt Brecht, siguiendo el modelo del maestro, versificó
en hexámetros dactílicos, nada más y nada menos, el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Así comienza:
Kriege
zertrümmern die Welt und im Trümmerfeld geht ein Gespenst um.
Nicht geboren im Krieg, auch im Frieden gesichtet, seit lange.
Schrecklich den Herrschenden, aber den Kindern der Vorstädte freundlich.
Lugend in ärmlicher Küche kopfschüttelnd in halbleere Speisen.
Abpassend dann die Erschöpften am Gatter der Gruben und Werften
Freunde besuchend im Kerker, passierend dort ohne Passierschein.
Selbst in Kontoren gesehen, selbst gehört in den Hörsälen, zeitweise
Riesige Tanks besteigend und fliegend in tödlichen Bombern.
Redend in vielerlei Sprachen, in allen. Und schweigend in vielen.
Ehrengast in den Elendsquartieren und Furcht der Paläste
Ewig zu bleiben gekommen: sein Name ist Kommunismus.
Nicht geboren im Krieg, auch im Frieden gesichtet, seit lange.
Schrecklich den Herrschenden, aber den Kindern der Vorstädte freundlich.
Lugend in ärmlicher Küche kopfschüttelnd in halbleere Speisen.
Abpassend dann die Erschöpften am Gatter der Gruben und Werften
Freunde besuchend im Kerker, passierend dort ohne Passierschein.
Selbst in Kontoren gesehen, selbst gehört in den Hörsälen, zeitweise
Riesige Tanks besteigend und fliegend in tödlichen Bombern.
Redend in vielerlei Sprachen, in allen. Und schweigend in vielen.
Ehrengast in den Elendsquartieren und Furcht der Paläste
Ewig zu bleiben gekommen: sein Name ist Kommunismus.
Guerras arruinan el mundo y recorre un fantasma sus ruinas
no hijo de guerra, también hace tiempo en la paz avistado,
malo para el gobierno, querido de niños de barrio,
que entra en humilde cocina bufando ante medias raciones
luego espera en la verja a agotados de mina y del muelle,
va a la cárcel a ver a amigos, pasando sin pase.
Visto ya en oficinas, oído en salas de audiencia,
monta en tanques enormes y vuela en cazas letales
habla en muchos idiomas, en todos. Y en muchos se calla.
Huésped de honor en los arrabales y horror de palacios,
viene a fin de quedarse: su nombre es el comunismo.
11.- Son quizá más afortunados los
intentos de adaptación del hexámetro que hizo Carducci al italiano -los
ingleses y alemanes suenan algo pesados por la abundancia de sílabas trabadas-;
por ejemplo este que en el segundo pie ofrece la gracia de un espondeo, es
decir un intervalo de una sílaba átona únicamente, lo que hace que el verso
tenga una sílaba menos, dieciséis y rompa la monotonía dactílica: “e ún
vipistréllo spérso passímmi radéndo su´l capo” (que podríamos traducir en su
ritmo, poniendo nosotros el espondeo en el primer pie, como algo así: “y un
murciélago errante pasóme rozando la frente”).
12.- En la actualidad y en nuestra
lengua, han sido los intentos de Agustín García Calvo los más afortunados,
tanto en sus versiones rítmicas de los
clásicos grecolatinos como en sus producciones propias. En sus traducciones
rítmicas de Homero o de Lucrecio, usa una licencia propia (que rara vez usaron
los antiguos) que es la anacrusis o arranque de una sílaba o dos átonas a
principio de verso, quizá por la dificultad de encontrar la rima a final de
verso, empeñado como está en que estos versos suenen con rima asonante como los
romances de la tradición anónima y popular castellana, y por la dificultad de
traducir latín o griego al castellano en el mismo molde métrico, que siempre
precisa más sílabas y palabras que estas lenguas, o quizá por el hecho de que
en castellano el artículo con el que de ordinario empiezan muchas frases es
átono. Ponemos la sílaba entre paréntesis, en el verso primero de su traducción
del De rerum natura de Lucrecio: “(Cria)dora del pueblo de Eneas, deleite de
hombres y dioses”. Damos también el segundo, donde no la usa: “vívida Venus que
bajo rodantes costelaciones”. En sus primeras adaptaciones de este verso, García Calvo,
no usaba nunca esta licencia. En el poema propio del burro de las “Cartas
de negocios de José Requejo”, por ejemplo, no aparece casi nunca: son
hexámetros perfectamente clásicos, virgilianos, homéricos, sin arranque ni
rima. Tampoco la usó en la versión rítmica que publicó hace años de una
antología de Virgilio en Júcar, de gratísima memoria para los latinistas, pero
en sus últimas producciones la usó siempre desde el Relato de amor,
hasta sus versiones de Lucrecio y su espléndida Ilíada de Homero más recientes.
¡Canta, diosa, la ira de Aquiles el de Peleo!,
ira maldita, que echó en los Aquivos tanto de duelos,
y almas muchas valientes allá arrojó a los infiernos
de hombres de pro, a los que dejó por presa a los perros
y pájaros todos; y se cumplía de Zeus el acuerdo,
desde la vez que primera discordes se departieron
señor-de-mesnada el Atreida y Aquiles hijo-del-cielo.
(Versión rítmica de Agustín García Calvo)
13.- Aunque parezca, en fin, que estamos
hablando de una métrica muy ajena a los usos de la poesía que hemos estudiado
en la escuela, una métrica compuesta básicamente por versos octosílabos,
endecasílabos y algún alejandrino esporádico, generalmente en romances o
sonetos, el ritmo dactílico es algo que no sólo nos viene por la imitación de la
tradición culta de Grecia y de Roma que estamos repasando, sino también de
nuestro acervo popular. Siempre ha habido versos de ritmo dactílico en
castellano, por ejemplo esos endecasílabos del tipo de “esto pasó en el reinado
de Hugo”, que se llaman de gaita gallega, porque recuerdan las muñeiras de
Galicia acompañadas de ese instrumento musical (por ejemplo: Dóna das dónas,
sennór dos sennóres). De hecho estos endecasílabos fueron el origen de la
copla de arte mayor, por ejemplo de Juan de Mena en su Laberinto de Fortuna:
“Tales palabras el conde dezía, / que obedesçieron el su mandamiento”.
14.-
Tengamos presente que si los versos tienen ritmo es para grabarse mejor en los
oídos, es decir, en el corazón y la memoria de las gentes, y si hay alguna
diferencia técnica y real entre el verso y la prosa no es el ritmo, que la
prosa también lo tiene, sino la regulación casi matemática de ese ritmo, que
eso y no otra cosa es el verso, que obliga a la prosa descuidada de nuestra
vida cotidiana, a someterse no tanto a un determinado número de sílabas cuanto
a un esquema rítmico. Recordemos, por ejemplo y para acabar esta somera
exposición, aquellos otros endecasílabos, más modernos, de don Miguel Hernández, también de claro marchamo dactílico, y de gran altura poética y lírica, donde el yo inicial y
luminoso del poeta acaba ensombreciéndose, y sintiendo, como él dirá, que sólo
la sombra lo alumbra:
Yo que creí
que la luz era mía
precipitado
en la sombra me veo.
Muy interesante... Conoce algún buen manual de pies clásicos?
ResponderEliminarClara y precisa explicación
ResponderEliminarMAS ALLÁ DEL AMOR
ResponderEliminarSoneto dodecasílabo hexámetro
.
A Mi musa y Maestra
Amparito de León Barrios
1938/2020
.
No ha pasado el tiempo, te amaré por vida
sesenta y tres años bendecido sueño
por siempre felices pareja, sin dueño,
de Dios fue regalo por cielo escogida.
.
Respetuosamente, tú a mí siempre unida
no se rompe fácil colocaste empeño
con feliz arrojo, con rostro risueño
no borrara el tiempo, fuiste comprendida.
.
Nunca estas solita dulce amada mía,
muchas oraciones te están cobijando
es mi amor a tu amor, mucho todavía.
.
Se que el cielo nada protege ocultando
no conozco olvido , jamás yo podría,
quedaste dormida, ME ESTAS ESPERANDO.
.
.
.
Dr. Rafael Merida Cruz-Lascano OFS
Ambassadeur de la Paix.
cercle universel des ambassadeurs de la paix France/Suisse
Sistema de Información Cultural -SIC-
Dirección General de Desarrollo Cultural y Fortalecimiento de las Culturas
Ministerio de Cultura y Deportes. Guatemala
30 noviembre 2023
• Un soneto es una composición poética de una exquisitez artística, compuesta por catorce versos de arte mayor, dodecasílabos en su forma clásica. se reparte en dos hemistiquios o partes isométricas de seis sílabas cada una, separadas por cesura, y cuenta con un característico ritmo Simétrico dactílico: compuesto por dos hexasílabos dactílicos con la primera sílaba de cada hemistiquio en anacrusis. El esquema métrico del dodecasílabo simétrico dactílico responde al siguiente modelo: A + DÁCTILO + TROQUEO//A + DÁCTILO+ TROQUEO. Desde el punto de vista acentual este tipo de dodecasílabo se presenta de la siguiente forma: O + ÓOO + ÓO // O+ ÓOO+ÓO. Por tanto, los acentos recaen en la segunda y la quinta sílaba de cada hemistiquio, lo que le confiere una típica prestancia solemne, aunque un poco monótona. Los versos se organizan en cuatro estrofas: dos cuartetos (estrofas de cuatro versos) y dos tercetos (estrofas de tres versos).