miércoles, 28 de diciembre de 2011

La Eneida, una propuesta de lectura

Virgilio se inspiró en las epopeyas homéricas para crear su Eneida, que consta de doce libros, como sabéis. Recordad que un libro antiguo es un volumen, es decir, un rollo de papiro,  no todavía un códice de pergamino. Su extensión, por lo tanto, no es la de un libro moderno, sino más bien la de un capítulo largo de una novela moderna. En concreto los libros de la Eneida tienen una media de ochocientos versos latinos -eso sí, un poco largos, porque son hexámetros dactílicos-, pero vienen a leerse en una media hora o, como mucho, tres cuartos de hora cada uno.

Aquí tenéis dos tratamientos artísticos de un mismo tema relacionado con la Eneida: la huida de Eneas de Troya con su padre a hombros y su hijo de la mano: tres generaciones unidas: Anquises -la vejez, el abuelo, el pasado-, Eneas -la madurez, el padre, el presente, el héroe- , y Ascanio -el hijo, el futuro-.


El grupo escultórico es de Bernini, y el fresco de la capilla sixtina pertenece a Miguel Ángel.



 


Se admite comúnmente que en los seis primeros libros Virgilio imita la Odisea de Homero -los viajes de Eneas son un remedo de las aventuras de Odiseo-, mientras que los seis últimos se inspiran en la Ilíada y en las guerras que el héroe tuvo que librar en el Lacio hasta fundar la nueva Troya que, con el paso del tiempo, será Roma.  

Hemos elegido para leer en primero de Bachillerato los libros II, IV y VI, porque son, tal vez, los más significativos. El libro II trata de la caída de Troya. En él se narra el episodio del caballo de Troya y la muerte de Laoconte intentando salvar a sus dos hijos de las serpientes marinas que salen del mar y los devoran; se centra en el héroe y en el mundo de la guerra. 

El libro IV, por su parte,  es el más romántico de todos: narra los amores, desgraciados, de Dido y Eneas, que acaban con el suicidio de la reina de Cartago abandonada por el héroe llamado a designios más altos que los del amor, en cuyo tema se centra.



Y por último, hemos elegido el libro VI porque es el que aborda el tema de la muerte y el viaje al Más Allá, con toda la imaginería -la laguna Estigia, el barquero Caronte, el Cancerbero, los suplicios eternos de Tántalo, Sísifo, las Danaides... - que hará que en la Divina Comedia de Dante sea Virgilio el cicerone que acompañe al poeta italiano en su descenso a los infiernos. 

Nos hemos centrado, pues, en el héroe -libro II-, el amor -libro IV- y la muerte -libro VI-, pero sería conveniente leer toda la obra para tener una idea global de la epopeya.  Si esto no puede ser así por la premura del tiempo, y porque hay otras lecturas que también os reclaman, disponemos de estos dos estupendos vídeos -sería deseable que sus autores se animaran a sacar el tercero y último que complete la serie-,    que con unas ilustraciones en color bastante dignas acompañan las palabras que resumen esta obra inmortal de la literatura universal.


jueves, 22 de diciembre de 2011

Hodie Christus natus est

Os dejo este precioso villancico en la no menos preciosa voz de la cantante irlandesa Eimear Quinn. El texto pertenece a la liturgia cristiana, tomado como está de una antífona del Magnificat de Vísperas del día de la Natividad de Nuestro Señor. 


No puede entenderse muy bien el desarrollo de la música occidental y euroepa del primer milenio de nuestra era sin la poderosa influencia de la liturgia de la iglesia católica, para la que el latín seguía siguendo la lengua oficial. Seguramente, hubo música popular, secular o profana, durante ese largo período de tiempo al margen de monasterios y catedrales, pero no nos ha quedado mucho de ella. Sin embargo  hemos heredado un riquísimo legado de cantos eclesiásticos como el que nos ocupa.

El texto en latín muy sencillo, en el que aparecen ya palabrass griegas como "Christus" -el ungido- "angeli" -los mensajeros- y "archangeli" -los superiores jerárquicos de los mensajeros- y hebreas como "aleluya", que quiere decir "alabad a Yahvé",  dice así: 

Hodie Christus natus est,
hodie Salvator apparuit,
hodie in terra canunt Angeli,
laetantur Archangeli,
hodie exsultant iusti
dicentes:
Gloria in excelsis Deo,
allelulia, alleluia.

Hoy  ha nacido Cristo,
hoy ha aparecido el Salvador,
hoy cantan en la tierra los Ángeles,
se regocijan los Arcángeles,
hoy saltan de alegría los que son justos
 proclamando:
Gloria a Dios en las alturas,
aleluya, aleluya.


El Mosaico de Pietro Cavallini (1250-1330) en el ábside de la iglesia romana de Santa María en Trastévere, perteneciente a la serie de escenas de la vida de la Virgen, alabada por su realismo y por su intento de reflejar la perspectiva,  se titula la Natividad, es decir, el nacimiento. 

De la evolución fonética, precisamente, de la palabra "nativitatem" procede nuestra entrañable "navidad", que celebramos ahora. Quisiera aprovechar la ocasión para recordaros, en primer lugar, que el nacimiento que se celebra no es sólo el del niño Jesús, que ni siquiera se sabe con certeza en qué época del año nació, pese al título del villancico, pues la Biblia no lo menciona en ninguna parte, sino el del Sol Invictus, divinidad solar que nacía con el solsticio del invierno y  coincidía con el nacimiento en un portal del dios Mitra, de origen asiático, cuyo culto se había extendido por todo el imperio romano; la fiesta cristiana de la Navidad se fijó el 25 de diciembre hacia el año 330, en tiempos de Constantino para significar que Cristo era el verdadero Sol Invictus o Sol Invencible que iluminaba el mundo y eclipsaba así, de paso, las fiestas paganas del solsticio del invierno, del mitraísmo y de las saturnales romanas.

Por estas mismas fechas, en efecto,  desde el 17 hasta el 24 de diciembre,  los romanos celebraban ya, antes del advenimiento del cristianismo, las fiestas paganas de las Saturnales. Eran las más importantes de todo el año. Para el poeta Catulo esta festividad  era el "optimus dierum", el mejor de los días.

Se celebraban en honor de Saturno, de ahí su nombre, y trataban de restaurar la Edad de Oro que se asocia a su reinado. Griegos y romanos no creían mucho o casi nada en el progreso, a diferencia de los modernos que albergamos siempre la esperanza en un mundo mejor, en una tierra prometida, en otra vida. Según ellos la humanidad vivía en la Edad de Hierro porque había degenerado, después de su exilio de la paradisíaca Edad de Oro que se catacterizaba, precisamente, porque no existía el oro en el sentido del "vil metal", es decir, no había dinero ni hacía falta para vivir. Durante estas fechas en que se pretendía restaurar la anárquica monarquía de Saturno "todo" estaba permitido.



Por eso los esclavos podía vestir un día al año el gorro frigio, que formaba parte del atuendo de los  libertos  en Grecia y Roma, y simbolizaba la libertad. Se convertiría al correr de los siglos en uno de los símbolos de la revolución francesa y de la república. Los esclavos podían, durante las saturnales, ser "libres".  En eso consistía la libertad de Diciembre, de la que habla Horacio: Durante un día al año los esclavos eran libres y  señores,  y sus señores se volvían esclavos y sus sirvientes.

Durante las saturnales, además, los romanos se hacían regalos, costumbre que hemos heredado nosotros y que hemos multiplicado y hecho prácticamente obligatoria por estas fechas, de lo que se aprovechan los comerciantes para vendernos toda clase de productos que no necesitamos. En fin, ¿para qué vamos a decir más? No hemos inventado nada nuevo. Así que sólo me queda aprovechar la ocasión para desearos, si sois creyentes,  una feliz  navidad,  o,  si no lo sois,  unas felices fiestas ¡saturnales!



viernes, 9 de diciembre de 2011

El mito de Europa

No sólo los antiguos creían en los mitos. También los modernos creemos en ellos, otros mitos pero mitos al fin y a la postre. El problema es que muchas veces nos pasa desapercibido el carácter mítico de nuestras propias creencias, de nuestras supercherías; tan nuestras que son y tan firmes y arraigadas como las tenemos, no somos capaces de verlas en primer lugar y de cuestionarlas mínimamente con sentido crítico en última y no menos importante instancia.  




















 Max Beckmann, El rapto de Europa, 1933

Un buen ejemplo puede ser el mito de Europa, de la que tanto se oye hablar últimamente. Para los antiguos, Europa era una princesa fenicia de la que se enamoró Zeus o Júpiter, que le decían los romanos,  cuando la vio jugando con sus amigas en la playa de Sidón, o de Tiro, según otras fuentes. El dios, enardecido de amor por la belleza de la muchacha,  se transformó en un toro de resplandeciente blancura y cuernos en forma de luna creciente -"media Luna los cuernos de su frente", que cantó Góngora-; y se tumbó  mansamente a los pies de la doncella. Ella, asustada al principio, cobró ánimo y acabó confiándose, acariciando al toro y sentándose sobre su lomo, momento en el que la bestia aprovechó para lanzarse al mar y llevársela consigo. 

La travesía, rumbo a Occidente, acabó en la isla de Creta, donde el dios -el "mentido robador de Europa"  según el verso gongorino que evoca al falso toro que la raptó- se une carnalmente a la virgen, y, como recompensa, otorga el nombre propio de la princesa a esa parte del mundo donde se había producido su unión: había nacido Europa.

 Así pintó Tiziano el rapto de Europa. 

El toro, cuya forma había adoptado Zeus se convirtió, posteriormente, según la leyenda, en una constelación que fue colocada entre los signos del zodíaco y que conserva, como cultismo, su antiguo nombre: tauro.

Así canta el poeta Horacio, en su Oda III, 27, versos 25-76 la historia en estrofas sáficas (tres endecasílabos al modo de Safo y un adonio, que es la continuación del tercero con un pentasílabo dactílico):






Tal Europa blanco el costal al falso
toro le confió, y ante el mar preñado
de alimañas palideció la osada
y entre peligros.

Ávida hace poco de flor en prados
y del ramo artífice grato a ninfas,
nada vio en la noche difusa, salvo
olas y estrellas.

            Y ella, cuando a Creta arribó, notable
            por cien villas, díjole: “Padre, oh nombre
de hija que he dejado y piedad vencida
                                               por mi arrebato,


            ¿desde dónde a dónde llegué? Es la muerte
            poco a error de virgen. ¿Lamento en vela
torpe acción, o búrlame de pecados
libre, la imagen
           
            vana, que al salir por la marfileña
            puerta trajo el sueño? ¿Mejor ha sido
ir por vastas mares o hacer de flores
frescas manojo?

            Si alguien hoy me diera al infame toro,
            enfadada yo intentaría herirlo
con el hierro y cuerna romper al monstruo     
antes bienquisto.

            Sin pudor dejé la paterna casa.
            Sin pudor retraso mi muerte. Oh, si uno
de los dioses me oye, que entre leones
yo ande desnuda,

            antes que una torpe vejez arrugue
            bellas mis mejillas y el jugo huya
de esta tierna presa, ser pasto hermosa
quiero de tigres.

            ¡Vil Europa, te urge tu padre ausente!
            ¿Qué, a morir esperas? De fresno puedes
tal colgar tu cuello con ceñidor que
bien te acompaña.
           
O si gustas para morir escollos
            y arduas rocas, ea, a borrasca date
ya veloz; si hilar la servil tarea,
sangre de reina,

            no prefieres, y a ama extranjera darte
            concubina.” Venus se hallaba al lado
de quejosa riéndose en falso, y su hijo,
su arco depuesto.

            Luego, habiendo mucho reído, dijo:
“Te abstendrás de iras y bruscas riñas,
cuando el toro que odias te dé sus cuernos
que quebrarías.

            Ser la esposa ignoras de Jove invicto;
            deja tu sollozo, a llorar aprende
bien tu gran fortuna: tendrá tu nombre
parte del mundo”.



 Fotografía de Madame Yevonde, Europa, 1935






En la oda de Horacio que hemos leído, Europa no ha sido totalmente abducida, sino seducida por el toro bravo, lo que explica sus sentimientos de culpabilidad, como si ella misma fuera responsable de haberse dejado arrastrar por la fuerza descomunal del amor en forma de poderosa y bravía res. 

Son muchos los pintores que han plasmado en sus lienzos el rapto de Europa en todos los tiempos, desde Tiziano, como hemos visto arriba, hasta Picasso, por ejemplo, o Botero entre los contemporáneos. Podéis comprobarlo de un modo muy sencillo escribiendo "rapto de Europa" en el buscador de imágenes de Google,  y  admirando la cantidad de tratamientos gráficos tanto antiguos como modernos que hay sobre el tema que nos ocupa.  

(Maarten de Vos, El rapto de Europa, 1590)

El simbolismo de esta princesa fenicia, por otra parte, está abierto a toda clase de sugerencias e interpretaciones: "ex Oriente lux" dice el proverbio latino, que significa que de Oriente nos viene la luz del sol, como vienen de Oriente los Reyes Magos, en la tradición cristiana, a adorar al recién nacido... Y de Fenicia, en concreto, tomaron los griegos algo tan importante y crucial para nuestra cultura como el alfabeto, que es el origen del abecedario latino que empleamos hoy casi universalmente.  Así que de Oriente nos vino, al menos, la escritura alfabética, y con ella el comienzo de la historia humana propiamente dicha.
 
(Valentin Serov, Europa, 1910)

Los mitos modernos, tales como el Progreso, Europa, la Democracia, los Mercados... y un larguísimo etcétera son mucho más prosaicos que los antiguos, como podéis comprobar, pero no menos poderosos y más dogmáticos, por lo que no es mal ejercicio des-miti-ficarlos, es decir, analizarlos, disolverlos como si de un análisis químico se tratara. Nos exigen no sólo la fe ciega de que creamos en ellos sin ponerlos nunca en tela de juicio, como antes hemos dicho, sino también  que hagamos algún sacrificio que otro en sus altares,  sacrificio que a veces consiste en nuestro propio holocausto.

 Rapto de Europa, Botero (1995)

"Somos conscientes de los sacrificios exigidos para fortalecer Europa", ha dicho recientemente un prohombre del Estado y político de las finanzas elegido democráticamente. Lo ha dicho en pleno siglo XXI de la era moderna. Ha querido decir que hay que fortalecer el dogma de un artículo de fe, un mito ("Europa"), que hay que darle credibilidad -ahora no dicen "fe", que suena a religión, sino "credibilidad", que es lo mismo pero parece más moderno y distinto porque,  frente a la monosilábica "fe",  la "credibilidad" tiene nada más y nada menos que cinco sílabas, lo que le da mucha más enjundia a la palabra. Hay que fortalecer a Europa, ha dicho,  aunque exija en sus aras y a tumba abierta  el sacrificio de todos los europeos.


En la moneda griega de dos euros figura hoy, qué paradoja, el rapto de Europa, dando a entender mucho más de lo que parece que representa. ¿No será acaso el toro bravo hoy en día una metamorfosis no ya del obsoleto Júpiter o del no menos rancio Zeus, sino del propio Euro, la "moneda única" que es la última epifanía del poderoso caballero Don Dinero (Quevedo dixit), o Das Kapital, que diría don Carlos Marx, el nuevo, único y moderno dios verdadero que rige los destinos no sólo de la llamada comunidad o unión europea,  que necesita estar constantemente fundándose y refundándose,  sino también del mundo mundial entero? 

Una muestra del humor genial de Forges abunda sobre el mismo tema, muestra el moderno "rapto" de Europa.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Un poco de humor


-No te está "copiando el look", se llama Zeus y, para colmo, está aquí desde antes que nosotros.

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