viernes, 2 de noviembre de 2012

La última lección del curso




Crónica de la conferencia -o charla como preferiría llamarla el Maestro- que no llegará a ser impartida en el Instituto a final del curso, y que hubiera dado pie a un animadísimo debate. 

«Vengo aquí a hablar en contra de lo que os enseñan todos los días en todas partes, en este mismo Instituto, por ejemplo, y en vuestras casas y en la televisión, en contra de la fe que os inculcan y de la atención que debéis dispensar al futuro, a vuestro porvenir. Porque vamos a hablar de lo que os dicen que más importa, de lo único que importa, de vuestro futuro.” 

La voz profunda del viejo profesor, un octogenario pletórico de vida, irrumpe en el auditorio del Instituto y suena solemne captando enseguida la atención del público adolescente. Habla la voz de la experiencia frente a una masa de alumnos de primero y segundo de Bachillerato, que se preparan para afrontar los exámenes de fin de curso, la transición inventada hacia ese mañana predicado que nunca se alcanza.

El Maestro, no poco bohemio a juzgar por su aliño indumentario un tanto hippy,  no sólo lanza mensajes antisistema a los jóvenes hambrientos de rebeldía sino que consigue que calen en sus cerebros, incluso un viernes a esa última hora de clase de la semana que es la más difícil de impartir. 

Dicen que es un poeta y un filósofo presocrático, y un filólogo y un dramaturgo y un catedrático de latín que fue expulsado por Franco de la Universidad,  y no se sabe cuantas cosas más, toda una eminencia...

Su sermón del predicador laico no es nuevo, pero logra azuzar las mentes de la concurrencia. Se dirige a los «no estúpidos, a los disidentes e incrédulos, al que duda aunque sea con el miedo irracional de no saber dónde apoyarse". 

A mitad de su intervención, se abre un turno de coloquio. Una alumna de 2º de Ciencias levanta la mano y lamenta: «Sabemos que estamos haciendo lo que nos dictan pero no tenemos alternativa. De una manera o de otra siempre vamos a estar dentro del sistema, del que no puede salirse uno». «Intentar matar la fe es difícil, pero a veces basta con quebrantarla un poco», le contesta el viejo profesor, que comienza a despotricar a continuación contra la Democracia, el régimen actual de «administración de la muerte», según sus propias palabras. "La democracia mata al pueblo, porque parte de una idea falsa: se basa en el voto y eso presupone fe en que uno sabe lo que quiere y adónde va, y en que el  sufragio universal  es la expresión de ese saber". 

"¿Pero no es cierto, señor García Calvo, que usted luchó contra la Dictadura de Franco, apoyando al movimiento estudiantil de los años sesenta del siglo pasado junto con Tierno Galván y Aranguren, en favor de la Democracia?" Le interrumpe un profesor joven que acompaña a sus alumnos. 

"Es cierto lo primero,  la parte negativa de tu pregunta, que aquello fue una lucha contra la Dictadura, pero no lo segundo, la parte en la que afirmas que fue "en favor de la Democracia", es más, la Democracia es el nombre del régimen actual de administración del futuro, o sea, de la muerte, que padecemos, es decir, la Dictadura contra la que lucha ahora el pueblo, o lo que quede en nosotros de pueblo que no existe." Asevera el Maestro, dejando más que pensativo a todo el auditorio con la paradoja que acaba de lanzar de que la Democracia es la nueva Dictadura, por eso el ha apoyado también el Movimiento 15-M, como saca a relucir, desde el principio, asistiendo todos los jueves a la Puerta del Sol. 

Su razonamiento se cuela por las rendijas de la cotidianidad de los muchachos de forma inmediata. «El instituto, los padres, los exámenes, los medios de comunicación, os van matando, comiendo la posibilidad de curiosidad, de vivir, porque todo está con las miras puestas en aprobar, en tener un título universitario, conseguir un puesto de trabajo y traer hijos para la gloria», argumenta.


«¿Dice entonces que asumamos el "carpe diem"?», se cuestiona una estudiante de 1º de Humanidades, que cita el verso de Horacio. Pero ese es para el filósofo otro error en el que suele tropezar la sociedad actual. «Nadie es dueño de pasárselo bien, ni siquiera de saber lo que va a pasar. Sólo somos dueños del ¡no!».

El debate «contra el futuro» empieza a animarse en la Biblioteca del Instituto con numerosas intervenciones. Salen a relucir múltiples temas como la profilaxis, el poder establecido, el sentido de la vida o el hastío. El abuelo se siente cómodo frente a un público virgen de esquemas, colmado de inquietudes. «Al luchar contra la fe estamos quitando estorbos para que las posibilidades sean infinitas e imprevistas», sentencia, citando a Machado: "Caminante,  no hay camino, /  se hace camino al andar".

Con sus ochenta y seis años, el Maestro al igual que cuando tenía 40, detesta el concepto de la espera. A los discentes, con 17, les aguarda un futuro «incompatible» con el vivir. «Es la mentira principal y el arma fundamental que el régimen emplea para someteros, para que no pase nada inconveniente», subraya el catedrático.

Pero se acerca el final y la última lección suena como un bálsamo reparador: «El Poder, para alegría nuestra, nunca lo puede todo, nunca lo consigue del todo. El proyecto mortífero no siempre fructifica. Hay voces que saben decir que no.”

El mundo contemporáneo subraya las exclamaciones, pero se olvida con demasiada frecuencia de los interrogantes. Son pocos los que se cuestionan las cosas. Los niños que preguntan, cada vez más escasos, son de oro.  Y es cierto que preguntarse es, por supuesto, más difícil que dar una respuesta cualquiera, pero contestar a la pregunta reconociéndose casi de inmediato en una respuesta no hace más que matar la pregunta. "Y precisamente es la pregunta lo que importa, lo que no debe morir nunca, lo que debe vivir".

Agustín García Calvo, el más joven de todos los viejos profesores, acaba de morir a los ochenta y seis años en su Zamora natal el día de Todos los Santos. No llegó a impartir la conferencia o charla, como él hubiera preferido, de la que acabo de ofreceros la crónica.  Sus palabras, sin embargo, están vivas porque,  como dijo muchas veces, en la lengua, que es del pueblo, no manda nadie, ni  siquiera Dios, ni tampoco la muerte, esa que ahora se lo ha llevado a él, esa que "nadie la llama y viene, como el viento;  saberla,  nadie la sabe,  porque no tiene nombre ni mandamiento".

Os dejo este vídeo en el que Amancio Prada canta uno de los poemas más bellos de Agustín García Calvo: "Tú,  cuya mano", al que puso música Chicho Sánchez Ferlosio.



1 comentario:

  1. Gracias, Guillermo, por esta estupenda y real crónica de una charla o conferencia que, desgraciadamente, ya no podrá ser realidad.

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