domingo, 13 de octubre de 2019

La inmolación de Virginia

Desde los primeros tiempos de la república romana hubo un conflicto constante entre los patricios, que eran la clase dominante de familias aristocráticas descendientes de los antiguos fundadores de Roma, y los plebeyos, que eran el pueblo llano, libre pero carente de derechos y privilegios. Una de las primeras reivindicaciones que estos exigieron a los patricios fue la redacción por escrito de las leyes que, hasta entonces, no estaban codificadas. En torno al año 450 a. C. diez legisladores, denominados decénviros, dirigidos por Apio Claudio Craso, al que no hay que confundir con Apio Claudio el Ciego, compilaron y publicaron las leyes de las Doce Tablas, el código jurídico romano más antiguo que conocemos. 

Pero hay otra guerra de clases mucho más antigua y que se superpone a esta de patricios y plebeyos, que es la de los sexos, que está en el arranque mismo de la historia:  la posesión de las mujeres por los varones. 

Cuenta magistralmente Tito Livio a este propósito en el libro III de Ab urbe condita, algo que está a caballo entre la historia propiamente dicha y la leyenda, pues la historiografía era el principal género literario narrativo en prosa que cultivaron los romanos, el equivalente, diríamos, de la novela contemporánea; un fuerte deseo sexual (libido) se apoderó de Apio Claudio Craso, que quería poseer a una joven plebeya de singular belleza. Ap. Claudium uirginis plebeiae stuprandae libido cepit. 

Era la hija de un respetado centurión romano, Lucio Verginio, y, por lo tanto, llevaba el nombre de Verginia, pues la mujer no tenía en Roma un nombre propio que no fuera la forma femenina del nomen de su padre, lo que daba idea de su propiedad, y había sido destinada y prometida por este para su posesión a un tal Lucio Icilio, pasando de la tutela de su padre a la de su futuro esposo. 

 Verginio inmolando a su hija Verginia, Élisa Blooch (1886)

Apio Claudio, que había perdido la cabeza por la joven doncella, intentó seducirla desesperadamente de buenas maneras con regalos y con promesas: hanc uirginem adultam forma excellentem Appius amore amens pretio ac spe perlicere adortus. 

A Apio Claudio lo enloquecía la sobresaliente belleza de Verginia. El hecho de que ella se negara a todas sus proposiciones no hacía más que enardecer su deseo, ya de por sí bastante encendido, por lo que decidió recurrir a una violenta triquiñuela legal que Livio califica de cruel y soberbia: postquam omnia pudore saepta animaduertit, ad crudelem superbamque uim animum conuertit.  

Apio Claudio recurre a un cliente suyo, Marco, un títere cuyos hilos maneja, con el encargo de que reclame a la joven como esclava, aprovechando para el desafuero la ausencia de su padre, que se hallaba a la sazón en campaña. Cuando Verginia iba al foro, Marco proclama públicamente que es esclava suya, y que por lo tanto le pertenecía a él, ya que no era una mujer libre. Se entrecruza aquí otra división social de la antigua sociedad romana: libres, tanto patricios como plebeyos, frente a esclavos, carentes de cualquier derecho, ya que según Varrón un esclavo no era más que un instrumentum uocale, una cosa que habla.

Se formó enseguida en el foro una aglomeración de gente que protestaba por lo que consideraba un atropello legal, pues no pocos ciudadanos daban fe de que la virtuosa y hermosa joven era libre de nacimiento y no esclava, hija de un conocido suboficial romano. 

Marco entonces apacigua a la multitud argumentando que había que ir a juicio, y que los jueces dictaminarían la verdad del caso. Daba la casualidad de que el tribunal que iba a juzgarlo estaba presidido, como cabía imaginar, por el propio Apio Claudio Craso, que codiciaba a la joven, perdidamente enamorado de ella, y quería arrebatársela a su padre y al futuro novio al que este la había destinado.

Se reclama la presencia del pretendido padre en Roma. Llega Verginio a Roma. El juez no le deja hablar y sentencia que la joven es una esclava de su cliente. 

Verginio entonces le reprocha al juez que él había destinado a su hija al matrimonio con Icilio, no para ser deshonrada por un hombre lascivo como sin duda era él. “Icilio” inquit, “Appi, non tibi filiam despondi et ad nuptias, non ad stuprum educaui. Le formula incluso una pregunta retórica: ¿Te parece bien entregarse a la coyunda carnal de forma promiscua al modo de los ganados y las fieras? placet pecudum ferarumque ritu promisce in concubitus ruere?

Ante la arbitraria decisión judicial,  Verginio decide inmolar a su hija en el templo de Venus Cloacina clavándole el cuchillo de un carnicero en el pecho y argumentando que le daba así la libertad a la que tenía derecho por su nacimiento:  atque ibi ab lanio cultro arrepto, “hoc te uno quo possum ” ait “modo, filia, in libertatem uindico.” Le hundió un puñal en su joven carne, quedando muerta Virginia allí mismo, ante todos los presentes. Era el año 449 ante C. pectus deinde puellae transfigit respectansque ad tribunal “te” inquit, “Appi, tuumque caput sanguine hoc consecro.” 

Asesinato de Virginia, Camillo Miola (1882)

Doscientos años antes, Lucrecia, con su violación y suicidio simbolizaba el fin de la monarquía romana. La inmolación de Verginia señalaba ahora otro hito en la historia de Roma, que llevó a derrocar el decenvirato, restaurando el sistema republicano previo. La historia de Roma, al parecer, se funda siempre sobre el sacrificio expiatorio de una mujer que es víctima de la violencia patriarcal y masculina. 

Verginia, cuyo nombre fue modificado como Virginia por influjo de uirgo, que significa mujer virgen, doncella, había sido sacrificada por su propio padre, su dueño y señor, para salvarla de la lujuria del decénviro Apio Claudio Craso, hecho que produjo la secesión de la plebe al Aventino y acabó llevando al derrocamiento de los decénviros en el 449 ante. Pero este hecho histórico arranca en realidad, no lo perdamos de vista, del asesinato de una hija a manos de su padre, que la mató porque era suya, y porque hacía valer así, como pater familias,  su ius uitae necisque o derecho de vida y muerte sobre ella.  

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