Nos hallamos ante una singular obra de arte del pintor Jean Nocret que representa a la familia del rey Luis XIV de Francia, pero lo hace de una manera peculiar, ya que los personajes retratados aparecen caracterizados como dioses olímpicos de la mitología grecorromana. El cuadro, acabado en 1670, es espectacular y quizá único en su género no sólo por su temática mitológica sino también porque puede que se trate del primer retrato de familia real, que anuncia así a Van Loo y también a Goya.
Parece que la única función de la naturaleza en el cuadro es añadir perspectiva de profundidad al retrato y servir de marco para la familia real.
A la derecha, elevado y realzado por sus dorados, aparece la figura de Luis XIV, rey de Francia del siglo XVII. Lo más curioso es que el monarca aparece, como veremos, con los atributos de Apolo y no con los de Zeus o Júpiter, como cabría esperar en principio en un monarca absoluto, dado que Zeus o Júpiter y no Apolo era el “deorum pater atque hominum rex”, padre de los dioses y rey de los hombres, como llama Virgilio en La Eneida al soberano del Olimpo. A decir verdad, los únicos atributos que nos harían pensar en Júpiter o Zeus, serían el cetro que sostiene en su mano, aunque sólo como símbolo de poder, porque también tiene una alusión al sol, y el trono sobre el que está sentado, pero el resto de la simbología alude indiscutiblemente a Apolo. Como se sabe, el rey Luis XIV desde el comienzo de su reinado adoptó la simbología solar, y era conocido de hecho como el Rey Sol.
La imagen que el rey quiere proyectar de su prestancia física se acomoda más a la juventud, la belleza y el resplandor de Apolo o Febo, que a las características asociadas a Júpiter. La túnica con la que viste es de color dorado, al igual que el cetro que sostiene con la mano izquierda, en cuyo extremo se representa una cara que irradia rayos solares por todas partes.
En su cabeza se asienta una corona de laurel, árbol que está íntimamente relacionado con Apolo. El laurel simboliza la victoria. Como se sabe, los atletas que participaban en los juegos píticos que se celebraban en Delfos en honor de Apolo y que vencían en las competiciones eran coronados con laurel. Igualmente, los generales romanos cuando celebraban la ceremonia del triunfo. Suetonio nos cuenta la anécdota de que Julio César se alegró de que el Senado romano le concediera la corona de laurel, que llevaba constantemente para disimular su incipiente calvicie. El laurel evoca el amor no correspondido del dios hacia la ninfa Dafne, cuyo nombre significa precisamente “laurel” en griego. El dios Apolo, que no pudo alcanzar a la ninfa en carne y hueso, se conformó con abrazarla una vez convertida en el árbol que lleva su nombre, paradójica victoria. Los cabellos del monarca son largos y rizados, como suelen representarse los de Apolo. Y el hecho de que exhiba su pecho desnudo y ligeramente bronceado, frente a la palidez de las restantes figuras, también nos hace pensar en las representaciones clásicas de Apolo como dios de la belleza masculina.
Aunque la fusión entre las dos divinidades distintas Apolo y Helios, que era propiamente el dios del sol en la mitología griega, no se produjo hasta la cultura helenística (finales del siglo IV hasta el I a.C.), para Homero la luz ya se consideraba un atributo apolíneo, dado que Apolo en la Ilíada es Febo, es decir, el “luminoso”, el “brillante”, el “resplandeciente”.
Igual que Apolo era la iluminación para los griegos, así Luis XIV pretendía serlo para su pueblo. Pues el rey Sol quería curar la “peste”, entendida como analfabetismo del pueblo ya que su época coincide con la Ilustración y el Siglo de las Luces, fenómeno que se caracteriza por pasar a una nueva etapa en la que reina la sabiduría de todos y en la cual el ignorante estaba mal visto. Esa “peste” del pueblo la relacionamos con la “peste” que Apolo podía arrojar a los seres humanos; se trataba de una especie de “mancha”; enfermedad que él enviaba y que él mismo también podía curar. En este caso el rey Sol no se identifica, obviamente, con la causa de ese analfabetismo, sino con su curación.
Apolo también aparece caracterizado como dios de la medicina, otro aspecto con el que podemos relacionar al rey Sol. Los años de su reinado coinciden con ciertos descubrimientos en el campo de la salud, que provocan que Francia se vuelva la luz del continente europeo azotado por tantas enfermedades y muertes.
Apolo era un dios muy importante para los griegos, casi más importante que Zeus ya que había más templos consagrados a él que a Zeus. A Apolo se le considera el dios de las artes en general y de la música en particular, la cual a su vez está relacionada con la poesía, pues los aedos (poetas) cantaban sus historias acompañados de la cítara o la lira, el instrumento predilecto de Apolo, que aparece en la parte inferior central del cuadro tañida por dos Amores.
Los compositores que trabajaron en la corte de Luis XIV fueron Lalande, Campra, Charpentier y Couperin, muy conocidos en la época, aunque no tanto como el grandísimo Lully, el preferido del monarca, cuya obra oscureció la de sus contemporáneos.
Amante de las artes -la música, la danza, la arquitectura, el diseño de jardines...-, el Rey Sol vivió rodeado por todas ellas, y en el campo de la música quiso dejar como herencia una corriente estética francesa que le plantara cara a la todopoderosa música italiana. Así, se prodigó en encargos que alimentaran una escuela nacional propia. Para ello, Lully excluyó los elementos italianos más típicos, tendiendo a una declamación más clásica, de drama griego antiguo. La música francesa de Luis XIV tenía un ritmo pautado, que representaba el paso del Rey. Otras de las características de esta música son «las referencias a la danza, su «elegancia» y «el sentimiento».
Detrás de esa obsesión de Luis XIV por las artes, y por identificarse con Apolo dios de las artes, lo que no dejaba de ser una forma de propaganda, se encontraba el imperioso deseo de dominar el mundo a través de ellas y de erradicar el analfabetismo y la incultura, arrojando la luz del sol sobre las tinieblas de la ignorancia.
Precisamente la imagen de Luis XIV como Rey Sol comenzó a elaborarse a partir de la música que se tocaba para los ballets en los que él era el protagonista. En ellos el rey surgía como Apolo, dios del sol y de la poesía, en el centro del universo, derrotando a los poderes maléficos de Pitón, el dragón símbolo del desorden político. El ballet es un arte que requiere una máxima perfección, característica muy reflejada en Apolo, al igual que también la elegancia. El ballet y la elegancia tienen relación con uno de los animales favoritos de Apolo, el cisne. El rey Sol quería tener una imagen perfecta y hermosa por siempre al igual que Apolo, que era el dios más joven y bello de todos los dioses. Esta perfección, elegancia y hermosura aparece muy bien reflejada también en todo su palacio, el de Versalles, en el cual reina un grandísimo equilibrio muy propio de Apolo. Por lo tanto vemos que al rey Sol le interesó mucho el aspecto de las artes relacionadas con Apolo para aplicarlas a su propia persona.
En los jardines de Versalles la fuente más espectacular representa a Apolo en su carro saliendo de las aguas y aludía a los primeros tiempos de Versalles, cuando servía como palacio de recreo. Las excursiones del Rey Sol a su palacio se equiparaban a los viajes nocturnos de Apolo al fondo del mar para descansar y renovarse. Si en el interior del palacio el rey aparecía como padre del reino, en los jardines era Apolo el amo de la naturaleza, a cuyas órdenes la vegetación se disciplinaba y los pantanos se convertían en jardines.
Apolo nació en Delos, isla a la cual se la consideraba en centro del mundo clásico por su situación, pero también el santuario apolíneo de Delfos constituía un punto importantísimo para el pueblo griego. Estos puntos centrales coinciden con el dormitorio de Luis XIV, situado justo en el centro del palacio, que se le consideraba en centro de toda Francia, es decir, el centro del mundo ilustrado.
Otra característica que cabe resaltar es la exaltación que los artistas hacían en sus obras del rey Sol, por ejemplo Molière en una de sus comedias, lo que se relaciona con la alabanza que los poetas le hacían a Apolo.
Con respecto a los demás miembros de la familia real, el cuadro se organiza de alguna forma como un árbol genealógico. La reina María Teresa está a la derecha de su esposo, contrastando sus rubios cabellos y su blancura con la piel ligeramente bronceada y la cabellera oscura del rey. Un pavo real nos hace pensar en Hera o Juno, la señora del Olimpo. Es la iconografía clásica de las reinas de Francia, al menos desde María de Médicis, sistemáticamente asociada a la esposa de Júpiter. Pero si Luis XIV es Apolo y no Júpiter, como hemos visto, hay un desfase matrimonial entre el rey –Apolo- y la reina –Juno-, porque Juno, que era la diosa del matrimonio, era la hermana y esposa de Júpiter, que encarna la fidelidad conyugal. En el cuadro está vestida con un velo que representa su casamiento.
Entre el rey y la reina, siguiendo siempre la lógica de la genealogía, sentado a los pies de su padre, el Delfín, rubio como su madre, coronado de laurel como su padre, dotado de las alas del Amor. El se caracteriza por ser Cupido, que equivale al Eros de la mitología griega, el dios del amor, que era hijo de Venus/Afrodita y, según unos, de Mercurio/Hermes, o. según otros, de Marte/Ares, pero no de Apolo y Juno, por lo que la identificación sólo puede hacerse de una manera simbólica por el amor que los padres sentían por su hijo. Sabemos que se trata de Cupido porque aparece con los atributos propios del dios, que son las alas, como el Amor que se encuentra a su lado, caracterizado también con la aljaba y las flechas del amor. Una corona de laurel ciñe la cabeza del Delfín de Francia, al igual que ya hemos visto en el rey. Esta planta no está relacionada, en principio, con Cupido, pero sí con su padre, el rey, ya que el niño será el pretendiente a la corona una vez haya muerto su padre.
A los pies de la reina, la única hija del matrimonio real que alcanzó la edad del uso de razón. A la izquierda de la niña, en primer plano, un cuadro dentro del cuadro, representaría a otros dos hijos muertos al año de nacer. El rey, la reina y sus hijos forman así un grupo triangular coherente que destaca del resto del grupo.
Detrás del rey, a la derecha, está la prima hermana del rey, caracterizada como Ártemis o Diana, para los romanos. En la mitología, como se sabe, Ártemis es la hermana de Apolo. Aparece con una media luna sobre su cabeza, símbolo que se relaciona con la diosa, y también porta en su mano derecha una lanza que podríamos interpretar doblemente: como una alusión a otra diosa virgen y guerrera, Atenea, la Minerva romana, o como instrumento de la diosa cazadora por excelencia. Aunque era muy típico de los reyes de Francia organizar cacerías, esto no le interesó particularmente al rey Sol. Puede interpretarse la caracterización de Ártemis/Atenea en ella como una alusión a su largo celibato.
Luis XIV ha cedido el lugar central a su madre Ana de Austria, vestida de azul con un velo color pastel. Ella está caracterizada como la diosa Rea o Cibeles (en latín), aunque la madre, en realidad, de Apolo y Ártemis era Letó. Rea es la madre los primeros dioses bienaventurados, madre de los tres dioses que se repartieron el mundo entre sí; Zeus, Posidón y Hades. Observamos que tiene el globo terrestre entre sus manos. También se ha querido ver en ella una caracterización de Deméter, la Ceres romana, que es una diosa madre ligada también a la tierra y a las cosechas.
A la izquierda de la reina madre, otro grupo está formado por el hijo cadete de Ana de Austria, Felipe de Orleans, y su familia. El duque de Orleáns, como su hermano el rey, está sentado. Parece un reflejo un poco más pálido de su hermano. Parece también un sol que amanece. De pie, a su derecha, está su esposa, que figura como Flora, la primavera como indican las flores que porta en sus dos manos y las que adornan sus cabellos en forma de guirnalda. Entre los dos adultos, su hija María Luisa, que, casada con Carlos II, llegaría a ser reina de España. Se la identifica por las alas de mariposa con Psique, el alma en la mitología grecorromana.
En la extrema izquierda, Enriqueta María de Francia, viuda de Carlos I de Inglaterra, y madre de la reina. La familia del rey ocupa así una rica diagonal de la que él es el centro y que responde al triángulo. Igual que Ana de Austria, ofrecía la tierra y sus cosechas, como Tetis o quizá Anfitrite, representa las riquezas del mar ante la asamblea de los dioses. El símbolo del tridente hace que la asociemos con Posidón/Neptuno y el mar. Era el tridente, como se sabe, el símbolo inequívoco del señor del mar, instrumento que utilizaban los pescadores griegos en la pesca del atún. En la mano derecha parece que sostiene un coral.
En el centro, pero en un segundo plano, tras Ana de Austria y Luis XIV, las tres medio hermanas de la gran Mademoiselle (Margarita Luisa de Orleans, Isabel Margarita y Francisca Magdalena) son representadas como las tres Gracias, lo que evita cualquier jerarquía entre las princesas. Las Gracias o Cárites en griego habitaban en el Olimpo en compañía de las Musas, con las cuales formaban a veces coros, y pertenecían al séquito de Apolo en cuanto dios músico.
Como conclusión apreciamos que el rey Sol se fijó y se le relaciona en casi todos los aspectos del dios Apolo pero sobre todo en los buenos. Pues el aparece como el sanador del pueblo, pero no como el causante de esa “enfermedad”. No se fija en el aspecto vengativo del dios cuando mató a todos los hijos de Níobe junto con su hermana Ártemis. La mayor relación encontrada con el dios es el aspecto de las artes, la hermosura, perfección y elegancia que aparecen en aquel mundo que era la corte del rey Sol.
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