martes, 2 de abril de 2013

El sabio y el necio

Otra sonrisa de Montt, esta vez de tipo socrático. El gurú, que es como se llama en la India al maestro espiritual, se pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre el hombre inteligente y el idiota? Su respuesta nos arranca la sonrisa y  nos recuerda a Sócrates.
sapiens sapientis: inteligente, sabio (cf. "homo sapiens")
se: se, él mismo (pronombre reflexivo,  que refleja al sujeto como si se tratara de un espejo devolviéndole su propia imagen).
esse: infinitivo del verbo "sum" (ser), verbo esencial por excelencia.
sapio: saber (de ahí deriva nuestra sapiencia, nuestro sabio y sabiondo, y nuestra sabiduría, pero también nuestro sabor, lo sabroso y lo desabrido (o desaborido) y lo que carece de sabor, lo que no sabe a nada, como el agua, lo *in-sápidum>insípido). 
stupidus -a -um:  estúpido, o, propiamente, aturdido, porque procede del verbo "stupere" que quiere decir "estar aturdido". De los participios pasivo y activo del verbo compuesto "stupefacere "causar estupor" hemos heredado nosotros, respectivamente, estupefacto y estupefaciente.

La palabra idiota, es por cierto, de origen griego, y significa "particular, privado"; tiene la misma raíz que idioma, que es una lengua particular (de las muchas que hay). El diccionario de griego dice así: "idiótes: persona privada o particular, simple ciudadano, hombre del común, plebeyo, también soldado raso, ignorante, rudo, vulgar, inexperto, profano." Nuestro inevitable Fernando Savater apostilla: Los antiguos griegos, a quien no se metía  en política le llamaban  idiótes; una palabra que significaba persona aislada, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionada por las pequeñeces de su casa y manipulada a fin de cuentas por todos.”  De ese idiótes griego deriva nuestro idiota actual.

La connotación negativa que ha adquirido la palabra "idiota" se debe a su contraposición a "común". Lo común a todos los hombres es que tengamos una lengua, es decir, un "logos", en el sentido griego de lenguaje y, a la vez, el uso de la razón y el entendimiento que el lenguaje nos aporta: lo común a todos es que tengamos una lengua que nos haga pensar y entrar en razón, y lo particular de cada uno, lo que nos diferencia de los demás, es que cada cual lo hagamos en nuestra propia lengua, en nuestro idioma, y que, por lo tanto, tengamos también opiniones personales.

Tienen, por cierto, mucho prestigio las opiniones personales, y no deberían tenerlo. A menudo se dice que todas las opiniones son respetables. Y no es cierto. Las opiniones no tienen por qué ser respetadas cuando no son más que el fruto de nuestra idiotez personal e intransferible. Ya el sabio presocrático Heráclito de Éfeso nos ponía en guardia contra esto. Decía, cito de memoria, que la razón era común a todos los hombres pero que cada cual tenía su "pensamiento particular", sus "ideas propias", su "ideología", su, vamos a hacer un juego etimológico, su idio-sincrasia. Y eso atenta, precisamente, contra la razón o lógos que a todos nos es común. Por algo se dice que el sentido común es el menos común de todos los sentidos, porque está viciado por las ideas personales. No hay nada más impersonal que las ideas supuestamente personales. Y las ideas, como las opiniones, no tienen por qué ser respetadas como si se trataran de dogmas de fe, sino todo lo contrario.  

Según el mito, los seres humanos nos entendíamos en un principio porque todos hablábamos la misma lengua o, dicho de otra manera, porque la misma lengua hablaba por nuestras bocas, pero fuimos castigados por Jehová o Yahvé por la construcción de una Torre, el rascacielos de Babel que pretendía llegar hasta el cielo, lo que irritó al Señor, que nos condenó a no entendernos porque cada cual iba a hablar, a partir de entonces, en su propio idioma o idiolecto. Ese hecho fue algo así como nuestra segunda expulsión del paraíso. 




He aquí un ejemplo gráfico, tomado del blog sxoleio2010.blogspot.com,  que da algo de idea del estado posterior a la destrucción de la torre de Babel. Así se dice "pan" en algunas lenguas europeas nacionales personificadas por los colores de la bandera del país donde se hablan. No es casualidad que los bocadillos coloreados de verde presenten formas parecidas (pan, pane, pain, pâo, pâine),  porque corresponden a las lenguas romances castellano, italiano, francés, portugués y rumano, todas ellas derivadas del latín y en concreto de la forma "panem".

Volviendo al principio, os decía que la viñeta de Montt nos recuerda al dictum socrático (Sócrates no dejó nada escrito, pero sí dijo muchas cosas), que es un reconocimiento bastante inteligente de la propia ignorancia, de nuestra idiocia, idiotismo o idiotez personal: Sólo sé que no sé nada. Ahí radica la diferencia entre el sabio y el necio, entre el que sabe que no sabe y entre el que cree saber muchas cosas.


Sé que no sé nada (oida udén eidós)

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