"Las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio... Y aunque es improbable que algo semejante haya sucedido, sigue siendo posible que alguien, alguna vez, pueda haber escapado de su canto, pero seguramente que nunca de su silencio." (Franz Kafka)
En 1891 John William Waterhouse pintó este "Ulises y las sirenas", inspirándose en el célebre jarrón griego que las representa como aves canoras y no como peces.
El genio literario de la pluma de Franz Kafka publicó este pequeño relato "kafkiano", nunca mejor dicho, titulado "El silencio de las sirenas", donde Odiseo/Ulises, para no admitir su derrota ante las sirenas, dirá
que ha escuchado su hermoso canto y lo exagerará afirmando que estuvo a punto de
enloquecer bajo su seducción. Sin embargo, según el
relato del escritor checo, Odiseo/Ulises está a punto de enloquecer porque las sirenas no cantan
a su paso, por lo que no sale victorioso ni ileso de este encuentro, sino humillado
ante el desplante de las sirenas, que ofenden al héroe homérico con el desprecio de su silencio.
Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la
salvación. He aquí la prueba:
Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera (1) y se
hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso
era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos
que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo
traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más
fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna
vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de
cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó
en pos de las sirenas con alegría inocente.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su
silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera
salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún
sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante
las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez
porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez
porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en
ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.
Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba
convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio
primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de
lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que
fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las
sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba
más próximo, ya no supo más acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban
sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no
pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los
grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día.
Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan
astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de
penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente
humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó
tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.
NOTA.- (1) Aquí hay una inexactitud del relato: Odiseo/Ulises no tapó sus
oídos con cera según la versión homérica sino los de la tripulación,
haciéndose encadenar él al mástil de la nave para poder así oír el canto
de las sirenas. A pesar de eso, el relato de Kafka nos sugiere algo
mucho más terrible: lo que oyó Odiseo/Ulises no fue el canto, sino el
silencio sepulcral de las sirenas.
Herbert James Drapper pintó este óleo titulado "Ulises y las sirenas" en torno a 1909. En él se aprecian las sirenas con forma de mujer y, una al menos, con cola de pez, según la iconografía moderna.
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