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martes, 3 de junio de 2014

Plan lector 4º de ESO: 10.- Edipo resuelve el caso.

Continaumos, ya para acabar el curso, con nuestro Plan Lector de 4º de ESO, que se ha centrado en la mitología clásica y en la poesía española inspirada en ella. Por aquí han desfilado poetas como Lope de Vega, que da nombre a nuestro instituto, o Gerardo Diego, que presta su nombre al colegio anejo, pero también Quevedo, Unamuno o Jorge Luis Borges entre otros. Ellos nos han traído a Orfeo y Eurídice, Perseo y Andrómeda, Ícaro, el Minotauro y el Laberinto, Prometeo y tantos otros personajes y mitos de la  leyenda dorada. 

Hemos ilustrado, además, los poemas con cuadros alusivos de pintores de todas las épocas,  porque el plan lector no sólo debe contemplar textos escritos, sino también imágenes, que tienen su propio lenguaje gráfico. Y, sin haberlo pretendido, todos los textos literarios han resultado ser, burla burlando, poemas de catorce versos, sí, sonetos, ni más ni menos. Así que ahora os propongo, para concluir la serie, uno más, que será el último. Repetimos también poeta, el argentino Jorge Luis Borges, del que ya hemos leído anteriormente un texto sobre el laberinto que tanto le obsesionó.


La lectura de Borges que os propongo ahora es sobre Edipo. Edipo es un héroe trágico griego que quiere escapar de su destino fatal,  que es, según el oráculo de Delfos, víctima de fuerzas inconscientes irracionales como son el amor y el odio: matar a su padre y engendrar  hijos de su propia madre. El héroe luchará contra su destino,  pero se verá finalmente, mal que le pese, abocado a cumplirlo. A Borges no le interesa aquí la tragedia del héroe, que escribió magistralmente Sófocles, ni el famoso complejo que formulará el padre del psicoanálisis,  Sigmund Freud, sino su faceta menos conocida de intérprete de enigmas.


Así refleja, por cierto, Quino,  el dibujante argentino,  el famoso complejo de Edipo: la competencia por el amor de la misma mujer entre el marido y el hijo varón.
  

Cuando nació Edipo, sus padres Layo y Yocasta, los reyes de Tebas, supersticiosos como eran y temerosos del oráculo funesto que habían recibido, dieron orden de abandonar a la criatura recién nacida en el monte Citerón. Pero el pastor encargado de deshacerse del niño,  en vez de matarlo, se lo entregó a otro pastor amigo suyo que finalmente se lo dio en adopción a los reyes de Corinto. El niño, que no tenía nombre propio todavía, tenía sin embargo hinchados los pies por haber sido colgado de un árbol con unas correas, por lo que será conocido como Edipo, el de los pies hinchados, que eso y no otra cosa quiere decir su nombre parlante en griego. 

Edipo siempre creyó que los reyes de Corinto, Pólibo y Mérope, eran sus verdaderos padres. Por eso, cuando alcanzó la mayoría de edad y conoció la maldición que pesaba sobre su vida, huyó de Corinto y de  los que él creía sus progenitores, no fuera a suceder lo que estaba profetizado. En su deambular por el mundo huyendo de su destino, mató a un hombre tras una trifulca en un cruce de caminos.  Más tarde llegó a Tebas, donde, sin él saberlo,  había nacido años atrás.

En las afueras de la ciudad moraba la monstruosa Esfinge, un ser híbrido que planteaba a los caminantes un enigma, que, si no lo resolvían, provocaba que la bestia los matara. Una tradición, de la que parece hacerse  eco Jorge Luis Borges en el soneto, presentaba a la Esfinge como hija natural del rey Layo y, por lo tanto, hermana del propio Edipo. Nadie nunca había resuelto su acertijo, hasta que llegó Edipo: la Esfinge, la cruel cantora, le planteó la adivinanza: ¿Qué ser cuadrúpedo, bípedo y trípedo, siendo tres sucesivamente en el tiempo, es uno y el mismo sin embargo siempre?   


Edipo le respondió que el hombre, que gatea en su infancia, se alza luego sobre sus dos extremidades inferiores y finalmente se apoya en el bastón de su vejez. La Esfinge se suicidó. Por primera vez alguien había resuelto su misterioso enigma. Los tebanos, como agradecimiento, le otorgaron el trono de Tebas, que había quedado vacante tras el asesinato de su rey Layo en un cruce de caminos. Edipo, pues, accederá al trono casándose con la reina Yocasta, viuda del difunto monarca, con la que llegará al correr de los años a engendrar cuatro hijos: dos varones y dos mujeres

El problema es que ese alguien que es Edipo, encumbrado ahora a la realeza, tendrá que resolver otro caso, el enigma de su vida, si quiere liberar a su ciudad de la epidemia de peste y mortandad que se cierne sobre ella: ¿Quién es el asesino del difunto rey de Tebas, el rey Layo, cuyo crimen ha quedado impune hasta la fecha? También Edipo resolverá ese doloroso misterio: El propio detective es, sin saberlo, el autor del crimen que investiga. Él mismo es el asesino de su padre y, por lo tanto, cohabita con su propia madre, cumpliéndose el funesto oráculo que lo persiguió durante toda su vida...



 «Edipo y la Esfinge» de Jean-Auguste Dominique Ingres, obra fechada en 1808 se encuentra en el museo del Louvre de París. Se ha dicho sobre este cuadro que las manos de Edipo son elocuentes: la mano izquierda parece decirle a la Esfinge «ese que tú dices» y la derecha, apuntando hacia el héroe, «soy yo», por lo que se señala a sí mismo: la respuesta es el hombre, o sea, yo, por ejemplo. 
  
Edipo y la Esfinge de Gustave Moreau fue pintado en 1864. Ambos cuadros guardan algunas similitudes, por ejemplo el pie humano de un cadáver que se ve en la parte inferior de ambos, que revela que la resolución de la adivinanza es el ser humano.
Pero leamos ya el soneto de Borges:

Cuadrúpedo (1) en la aurora, alto en el día
y con tres pies errando por el vano
ámbito de la tarde, así veía
la eterna esfinge (2)  a su inconstante hermano,


el hombre, y con la tarde un hombre vino
que descifró aterrado en el espejo
de la monstruosa imagen, el reflejo
de su declinación(3)  y su destino.


Somos Edipo y de un eterno modo
la larga y triple bestia somos, todo
lo que seremos y lo que hemos sido.


Nos aniquilaría (4) ver la ingente (5)
forma de nuestro ser; piadosamente
Dios nos depara(6)  sucesión y olvido.

(1) cuadrúpedo: Animal que se traslada caminando sobre cuatro extremidades. Del latín quattuor "cuatro" y pes, pedis "pie".
(2) esfinge: Monstruo fabuloso, generalmente con cabeza, cuello y pecho humanos y cuerpo y pies de león. 
(3) declinación: Caída, decadencia, descenso o declive. (Las palabras se declinan en latín y en griego porque son como dados que se tiran al aire y, cuando caen,  presentan diferentes terminaciones o casos).
(4) aniquilar: Reducir a la nada. Destruir o arruinar enteramente. Del latín "nihil" que significa "nada".  
(5) ingente: Muy grande. Del latín "ingens, ingentis".
(6) deparar: Proporcionar, conceder, dar.
¿Con qué asocia Borges el enigma de los pies, al que se refiere en el primer cuarteto, cuando dice "somos Edipo" y "somos la triple bestia", en el primer terceto? ¿Por qué dice el poeta que (todos) "somos Edipo"? ¿Qué crees que quiere decir la última estrofa y la mención de Dios en el último verso "piadosamente / Dios nos depara sucesión y olvido"?

  Espero, como de costumbre, vuestras respuestas y comentarios.

lunes, 2 de junio de 2014

Lectura de una imagen de Edipo



Un óleo del artista norteamericano Bob Dob para la cubierta de un CD del grupo de rock  Oedipus representa a Edipo como un bebé. Bob Dob declara en su página web que le gusta crear mundos en los que esté presente el lado oscuro de la naturaleza humana. Quizá por eso este Edipo lleva una corona de rey en cuyas puntas destacan tres calaveras, como si quisiera dar a entender así que el regio poder de la monarquía que encarna Edipo se fundamenta sobre la muerte, el asesinato de su padre, en primer lugar, y la muerte de sus conciudadanos víctimas de la peste enviada a Tebas por los dioses como castigo divino. 

El bebé tiene ya los ojos horadados, lo que anticipa su futuro: el niño, en efecto,  llegará con el paso del tiempo a ser rey y, cuando descubra que ha matado a su padre y se ha acostado con su madre, se arrancará los ojos. Considera que su crimen es de tal tamaño que la muerte sería una solución muy fácil, por lo que ha de seguir viviendo y sufriendo para pagar por lo que ha hecho, pero ya no verá nunca más la luz del sol.  

La caracterización de Edipo como un bebé se debe tal vez a la imposibilidad de cambiar el destino, el fatídico sino o hado fatal, valga la redundancia, que determinó su vida. 

Sobre la corona real hay un signo de interrogación, lo que puede simbolizar la propia ignorancia de Edipo, que no es consciente de que la profecía del oráculo se ha cumplido ya. 

Los ojos arrancados de sus cuencas, caídos y ensangrentados por el suelo,  reflejan la ceguera de Edipo: ha estado ciego todo el tiempo. La ceguera simboliza su ignorancia. Edipo sabe que ha matado a un hombre y sabe que se ha casado con una mujer que, por su edad, podría ser su madre, pero no ve que ese hombre que ha matado y esa mujer a la que le ha hecho cuatro hijos son su padre y su madre. 

La calavera en el suelo simboliza la muerte del rey Layo. El cuervo en la mano de Edipo niño significa probablemente la mala suerte de su aciago destino: los cuervos tradicionalmente han sido siempre pájaros de mal agüero que traen mala fortuna, y Edipo ha nacido bajo un mal sino. 

El bastón en su mano derecha probablemente alude al enigma que le planteó la Esfinge de Tebas y que él resolvió: el ser que andaba a cuatro, dos y tres patas sucesivamente era el hombre, es decir, él mismo: el niño que gatea, el hombre que se sostiene sobre sus dos piernas,  y el anciano que se apoya en el bastón, bastón que evoca también su ceguera como compañero de su vejez hasta su muerte en Colono. 

El lúgubre colorido y el lóbrego escenario (el único signo de vida vegetal es un árbol muerto) corroboran la fatalidad del trágico destino de Edipo.


sábado, 31 de mayo de 2014

Oedipus motherfucker



Mervyn "Skip" Williamson (1944-...) es un dibujante norteamericano, padre fundador y figura central del comic underground, conocido por ser uno de los artistas más políticos y satíricos dentro de esta corriente.  A propósito de Edipo (Oedipus en inglés, como en latín),  publicó esta ocurrente viñeta:


Oedipus is a mother fucker: Si alguien en la lengua del Imperio llama a alguien, generalmente a un hombre “motherfucker”,  lo está poniendo de vuelta y media al insultarlo de una forma brutal. Es una expresión grosera (ya que le recuerda a uno a su madre, y contiene un término tabú y malsonante como “fucker”, que evoca la realización del acto sexual),  usada como vulgarismo sobre todo por hablantes y escritores estadounidenses, y en el ámbito de influencia mundial del inglés americano.  En México se dice, tal vez por la vecindad yanqui, algo parecido: “chingatumadre”.

En español peninsular, sin embargo, no tenemos una expresión equivalente. Si quisiéramos traducir literalmente “motherfucker” al castellano (en latín sería "matris fututor"), el resultado no tendría la fuerza expresiva del original; y si lo hiciéramos libre- y aproximativamente, como deben traducirse las expresiones idiomáticas, tendríamos que recurrir a nuestro repertorio habitual de insultos, y quizá el más parecido por su contundente brutalidad fuera “hijo de puta” o "hideputa",  como leemos en Cervantes; pero nuestro insulto castellano atenta contra la sacrosanta figura materna, a la que se tacha de prostituta, poniendo el acento, por así decirlo, sobre el comportamiento sexual femenino; otros insultos equivalentes, que atacarían directamente la conducta del hombre, serían "cabrón", dicho del que tolera el adulerio de su mujer, o "maricón", homosexual despectivamente dicho, pero ninguno de los dos equivale semánticamente a “motherfucker”, que pone el énfasis sobre el propio hijo que, transgrediendo el tabú del incesto y no superando el complejo freudiano de Edipo, viola el claustro materno del que ha nacido. De ahí la gracia de la ocurrencia del dibujo de Skip Williamson, que, por cierto, se ha popularizado como lema de camiseta: Edipo sería el auténtico y original motherfucker.




miércoles, 5 de febrero de 2014

Lo que vale un peine

No hay que confundir, como hace el necio,  el valor con el precio, según sentenció Machado. El valor es algo muy distinto del precio que puede alcanzar una cosa en el mercado. De hecho, las cosas más valiosas no tienen precio; y, al revés, las cosas que tienen código de barras no suelen tener mucho valor, no más que el precio que tienen.

Hecha esta advertencia, voy a centrarme en un objeto de uso tan cotidiano y aparentemente tan trivial como es un peine, y voy a mostrar lo que puede valer un peine: cómo este objeto puede convertirse en una pequeña obra de arte que, además de su utilidad práctica de peinar el cabello, puede impregnarnos de sugerencias. Hablo, claro, de un valor inmaterial, de un valor, por así decirlo, cultural y espiritual.


Se trata de un peine de marfil perteneciente al período micénico, siglo XIII antes de Cristo,  hallado en la necrópolis de Espata, Grecia, a unos veinte kilómetros de Atenas. Está decorado en ambos lados del mango con imágenes de esfinges con las alas desplegadas sentadas en dos filas: cuatro laterales y enfrentadas dos a dos y una central, debajo de un  adorno circular que recuerda a un rosetón. Las esfinges tienen cabeza humana, cuerpo, garras y cola de león y alas de ave rapaz.


(Museo Arqueológico Nacional de Atenas).




La palabra esfinge, procedente del griego sphinx, y está en relación con el verbo sphíngo “apretar”, “estrangular”, tal vez por los aprietos en que ponía a los caminantes. Está relacionada con la palabra castellana “esfínter”.

Decimos en castellano a veces de alguien que es o que parece una esfinge. ¿Qué quiere decir? Que la persona que adopta esa actitud se muestra muy reservada, misteriosa o enigmática. El que es como una esfinge tiene una actitud fría y distante, impasible, no muestra al exterior lo que piensa ni trasluce lo que siente.

Cuando hablamos de esfinges pensamos enseguida en dos cosas: por una parte en el colosal monumento de Guiza, en Egipto, el guardián de las pirámides, y por otro en el mito griego de Edipo. Se mezclan así en nuestra imaginación dos aspectos bien distintos: una forma nacida en Egipto en el tercer milenio a. de C., sin relación con ningún mito que conozcamos, y un mito griego muchísimo más moderno, no anterior al primer milenio, sin una forma concreta determinada. ¿Qué es lo que hacemos entonces nosotros? Pues le atribuimos a la esfinge griega la forma de la egipcia,   y a la egipcia, sin querer, la relacionamos con el mito de Edipo. 

Ambas esfinges son muy diferentes: la egipcia, en principio, representaba al faraón, por lo que no es una, sino un esfinge. Era además un dios-león, un guardián del mundo de la noche y de los muertos.   Cierto es que hay en Egipto esfinges femeninas, pero la mayoría son masculinas. La esfinge griega, por su parte, es un monstruo femenino, de rostro y pecho de mujer, cuerpo, zarpas y cola de león, por lo general dotada de alas. El elemento femenino  de la esfinge griega  le confiere a este monstruo  un curioso componente erótico similar al de las sirenas o las harpías, por lo que se ha querido ver en ella una personificación del tópico de la femme fatale.


(Esfinge de Guiza, El Cairo, Egipto)


La primera Esfinge que conocemos, pues, es la egipcia. Extendida enseguida por el Mediterráneo. En Micenas se convierte en un símbolo funerario. Hay quien dice que represetan el poder de los reyes micénicos De hecho hay quien piensa que las dos leonas de la puerta de los leones de la tumba de Agamenón de Micenas no son dos leonas sino dos esfinges que velan el cadáver del rey, dado que sus cabezas están hechas de un material diferente y miraban a los que se acercaban a la puerta. Las esfinges se presentarían así como guardianas de las almas de los difuntos en principio. 

 (Puerta de Los Leones, Micenas)

Pero la esfinge digamos clásica fue la enviada por Hera a la ciudad de Tebas como castigo divino por el asesinato del rey Layo, al que había matado Edipo accidentalmente sin saber ni quién era ni que era su padre que lo abandonó al nacer. La esfinge, sin perder sus connotaciones fúnebres,  vivía en una montaña, cerca de la ciudad y asolaba la región devorando a los caminantes que pasaban junto a su guarida. Les planteaba unos enigmas difíciles de resolver. Si sus víctimas no encontraban la solución, las mataba.


El enigma que le plantea a Edipo es el siguiente: ¿Cuál es el animal que tiene una sola voz, que por la mañana camina a cuatro patas, por la tarde a dos y por la noche a tres? La respuesta, como todo el mundo sabe, que le dio Edipo a la Esfinge fue: el hombre, que de pequeño gatea a cuatro patas, cuando es adulto se sostiene erguido sobre sus dos pies y, en la vejez, camina apoyado en un bastón. 

Se trata de una trinidad, de un ser que es tres en uno, tres generaciones en una: el niño, el adulto, el anciano. Son tres seres distintos y, paradójicamente, uno solo y el mismo. ¿Somos el mismo el niño que hemos sido, el adulto que somos y el anciano que seremos? Algo nos dice que sí, y algo a la vez se rebela contra eso y nos dice que eso no puede ser. 

Tal vez por eso mismo, cuando Edipo resolvió el enigma, la Esfinge se suicidó arrojándose al vacío desde lo alto de una roca. El monstruo y la amenaza mortal que suponía habían muerto. Como premio Edipo obtuvo, además,  el trono de Tebas, que había quedado vacante, casándose con la enviudada reina Yocasta, que resultó ser su madre, una madre que lo había abandonado cuando nació ante el temor de que se cumpliera la terrible profecía que anunciaba que ese hijo mataría, llegado el día, a su padre y yacería con su madre haciéndole hijos, como acabó sucediendo.

(Edipo y la Esfinge, Giorgio di Chirico, 1968)